
REVISTA CLÍO, VOL. 1, NÚM. 1, Enero-Junio 2021
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Juan CALZADILLA
Reseña de arte: Anotaciones sobre una épica del... 91-97
más exible que la pintura o la escultura para aplicarse a géneros intermedios
como el diseño gráco, el grabado, la caricatura, la ilustración, vías en las cuales
aquella promoción encontró cauce para ser aceptada por el establecimiento. El
dibujo representó también para ellos una herramienta de fácil alcance, con la
que podían lograr las destrezas que los conducirían, tal como ocurrió en los casos
más conspicuos, al ocio de pintores, de una manera autodidácca y segura.
Todos esos hechos supusieron un proceso lento, bien documentado, pero
acerca del cual todavía no se ha escrito lo suciente y que ahora esbozamos
como para un debate futuro. Negarse a aceptar la obra de arte como pura expre-
sión de la armonía de sus componentes visuales, como planteaba Maurice Denis
en su famosa denición de la pintura, jusca que se pueda tomar pardo por
una guración críca o, también, por un arte fantásco que nuestra tradición
formalista se ha negado a aceptar. Y si algo puede tener sendo es que el arsta
compromedo llegue a considerarse, no precisamente un pintor sino un artesa-
no, un ociante oscuro e iconoclasta.
En todo caso, no podemos formarnos una imagen dedigna del arte zulia-
no de los setenta sin asociarla a la idea de que la fortaleza de esta imagen se
encuentra casi exclusivamente en el dibujo y en las obras sobre papel. Y no es
éste un juicio concluyente que muestre, de nuestra parte, un interés parcular
en preferir el dibujo a la pintura. Premios y disnciones ganados por los grácos
zulianos en los salones que se celebraban en el país son, más que documento
irrefutable, una experiencia con la que a diario nos encontrábamos al visitar es-
tos eventos en donde, en todas partes, la parcipación de arsta zuliano recibía
gran atención.
NOSTALGIAS Y MITOLOGÍAS
Una caracterísca del dibujo zuliano de los años 70 fue la nostalgia por el
laminario de la Edad Media y el Renacimiento. Esta afección se hace patente
también en cierta inclinación a micar las costumbres y pologías de la cultura
popular, de las zonas rurales y urbanas del Zulia, de modo anecdóco y con hu-
mor picaresco y con ingredientes no pocas veces absurdos y surrealistas, trans-
plantados luego a la pintura. Queipo pareciera ser, de ese grupo, el que más se
interesó en la lectura desenfadada de los eslos de ilustración del arte clásico y
medieval para aplicarlos, por el lado de la técnica, menos que por los temas, a su
propia obra. Sergio anllano, el críco de arte marabino más importante, encon-
traba en el afán de Queipo por adoptar un lenguaje extrapolado de las mitologías
occidentales una forma de arte que, en su caso, se adecuaba a los caracteres de
la realidad marginal y suburbana, a las costumbres e idiosincrasias del maracu-
chismo. “Sus imágenes –decía Anllano- no las extrajo de ningún libro, aunque
leyó algunos sobre mitos. Queipo vivió sus días de niño en La Guajira. Salinares,
dunas, viento. La muchacha que corre detrás de sus corderos mientras su manta
se hincha con el viento. Una mariposa. El Jagüey”.
LOS COMIENZOS
En los comienzos de su carrera empleó nta china, aguadas y tonos ocres de-
rivados de los pigmentos de agua, aplicándolos sobre soportes de papel, que le
permian trabajar en un eslo incisivo, de penetrantes atmósferas y efectos dra-
mácos, combinando los temas del retrato y las escenas con personajes sacados
de un imaginario estrambóco, no exento del humor y la rabia de los surrealistas,
y habitado por seres fantáscos que parecían salidos de los aquelarres de Goya
ISSN 2660-9037