ISSN 2660-9037169
CLÍO:
Revista de Revista de Historia, Ciencias Humanas y
pensamiento crítico
Año 4, Núm 7. Enero/Junio (2024)
PP. 169-179. Provincia de Pontevedra - España
* Director del Centro de Estudios Históricos de la Universidad del Zulia. Premio Nacional de Historia de Venezuela, ANH,2007.
Recibido: 4/10/2023
Aceptado: 10/11/2023
Bicentenario batalla naval del lago 24 de julio de 1823
Ángel Rafael Lombardi Boscán*
I
“Todo lo que escuchamos es una opinión, no un hecho. Todo lo que vemos es una perspectiva, no es la
verdad”.
Marco Aurelio
¿Qué tanto conocemos de la Batalla Naval del Lago de Maracaibo del 24 de julio de
1823? Cada vez que indago descubro que sé muy poco en realidad. Son muchas las lecturas
y los recuerdos fragmentados. Son más las omisiones que las certezas. Y lo inventado es
lo que prevalece.
Reproducción de la obra .Larry Parra Queipo.
Obra: Batalla naval del Lago de Maracaibo
Fecha: mayo 25 de 1930
Autor: Régulo Díaz, Kuruvinda
Medidas: 315 X 180
Técnica: Óleo sobre tela
ISSN 2660-9037
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Para empezar, ya tenemos un intríngulis alrededor del siempre vigente tema borgiano
del héroe y traidor. Padilla, el héroe en 1824, en las hermosas riberas del majestuoso Lago
de Maracaibo, ya es traidor, en la fría Bogotá del año 1828. Bolívar, dio la orden de fusilarlo
por traidor, porqué supuestamente acompañó el complot que intentó asesinarle. Urdaneta,
el gran héroe zuliano, es el encargado de que el pelotón de fusilamiento haya acabado con
la vida del Almirante Padilla. La historia, humana al n, no es nada apacible ni justa que
digamos.
La escuadra de Padilla es una conuencia de barcos que provienen de Cartagena y Santa
Marta. Y otros de Puerto Cabello. Había que cercar y tomar Maracaibo y solo esto era posi-
ble controlando las rutas marítimas y destruyendo las pocas fuerzas navales realistas en el
Caribe. Después de Carabobo el 24 de junio de 1821 los restos del ejército realista encon-
traron refugio en Cumaná y Puerto Cabello. Entre ellos existió la remota expectativa de ser
socorridos desde el mar desde Cuba y Puerto Rico.
Para comprender esta etapa nal de la Guerra de Independencia entre los años 1822 y
1823 hay que remitirnos a lo que se conoce como la Campaña de Maracaibo. La mayoría ig-
nora esta campaña porque supone que Carabobo fue el punto nal. Además, Simón Bolívar,
ya no está en Venezuela sino Páez y Soublette como los encargados de rematar la faena.
La Campaña de Maracaibo fue la resurrección inesperada de un moribundo. Porqué La
Torre, jefe militar principal realista, no se rindió al asedio que Páez le impuso en Puerto
Cabello. En dos años y medio, desde Puerto Cabello, los realistas se lanzaron a la ofensiva
y conquistaron Coro, Maracaibo y los Andes venezolanos. A mediados de 1822, Miguel de
la Torre, es obligado a dejar Venezuela y se trasladó hasta Puerto Rico. Francisco Tomás
Morales, asumió como Capitán General y consolidó la conquista militar del Occidente. Esto
hizo prender las alarmas en el campo republicano que organizaron de inmediato una con-
traofensiva por mar y tierra para acabar con el audaz jefe realista y sus muy disminuidas
fuerzas. Es en este contexto en que tenemos que ubicar la Batalla Naval del Lago de Mara-
caibo, ocurrida el 24 de julio de 1823, como la culminación exitosa de los esfuerzos milita-
res republicanos de abatir denitivamente esta reacción post Carabobo.
Así tenemos que hay que hacerse un mapa mental primero para identicar los espacios,
sus rutas, las fuerzas militares implicadas, las embarcaciones marítimas y actores principa-
les y secundarios. Y no sólo los de un solo bando. Ya que hubo un vencedor y un derrotado.
Conocer ambas versiones. Lo más común es que este tema sea prisionero de la tenaza pa-
triótica y de la exaltación del vencedor que termina monopolizando los recuerdos e impone
las celebraciones. Es importante señalar que los historiadores con formación profesional
no nos dedicamos a la Historia Patria y mucho menos a la exaltación de los héroes. Cuando
mucho llevamos a cabo un intento de compresión lo más amplio posible y desde la plurali-
dad de las miradas.
El “inicio” de la Batalla Naval del Lago sucedió el 1 de mayo de 1823 en Puerto Cabello,
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también conocido como combate naval de Isla Larga. Tres meses antes de Maracaibo. Esto
es clave. Laborde, “Segundo Jefe de las Fuerzas Navales de la América Septentrional”, y su
otilla, rompen el bloqueo que impone la escuadra republicana bajo el comando del como-
doro estadounidense John Daniel Danells sobre Puerto Cabello. Las cartas de ambos con-
tendientes se revelan. Es bueno acotar que la escuadra republicana estuvo respaldada por
embarcaciones de guerra estadounidenses, británicas y francesas. La lucha naval durante
la Independencia fue irregular e intermitente por el muy bajo número de las embarcaciones
implicadas. Fue más bien una guerra entre corsarios. Unos al servicio de España y otros al
servicio de la naciente nueva República de Colombia. El Mar Caribe fue el epicentro de la
confrontación geopolítica colonial desde el siglo XVI con la presencia de las viejas y nuevas
potencias destacando la presencia de Inglaterra y Estados Unidos cuyas marinas de guerra
fueron las más robustas.
Ya hemos dicho que Bolívar está en el Sur. Y su “espalda” quedó al descubierto por el au-
daz e inesperado movimiento de Morales ocupando todo el Occidente de Venezuela con la
amenaza latente de incursionar sobre la Nueva Granada. Santander es quién reaccionó ante
éste inesperado peligro y envió una escuadra desde Cartagena al mando de Padilla. Souble-
tte y Páez desde Venezuela coordinan el cerco desde el anco oriental. El general Manuel
Manrique, cojedeño, es el encargado de liderar las tropas terrestres que transportó Padilla
hasta el Lago de Maracaibo. Ambos jefes tuvieron discrepancias insalvables. De la misma
forma que las tuvieron Morales y Laborde. Algunos historiadores señalan estos brotes de
indisciplina como auténticas “guerras civiles”: historias secretas y ocultas, muy humanas
por cierto, pero que desentonan en los relatos heroicos.
La estrategia naval tenía que estar acompañada por una estrategia terrestre para cercar
al Zulia y derrotar a las fuerzas de Morales que tuvieron la expectativa de ser reforzadas
desde Puerto Rico y Cuba. Los republicanos lanzaron ataques desde la Guajira, Gibraltar y
los Puertos de Altagracia en combinación con la escuadra de Padilla ya internada dentro del
Lago desde el 8 de mayo cuando entró a forzar la barra. Los medios militares de los repu-
blicanos fueron muy superiores comparados con los de los realistas. Bastaría con sumar
el número de cañones y carricañones de parte y parte y el tonelaje de las embarcaciones
implicadas en la refriega.
Laborde, fue el encargado de una misión de rescate y salvamento, diríamos que imposi-
ble por la falta de medios militares adecuados. Además, llegó tarde, tan tarde y sin barcos, ni
ejércitos y mucho menos dinero, que le pidió a Morales una retirada ordenada hasta Puerto
Cabello que el canario rechazó. Lo cierto del caso es que el último bastión realista en Vene-
zuela, el de Maracaibo, con algunas posibilidades de actividad militar ofensivo: careció de
poder de fuego. No había el indispensable dinero para alimentar una máquina de guerra ya
de antemano muy disminuida y desmoralizada. Y los secuestros de ganado en Perijá se iban
reduciendo en la medida que las fuerzas republicanas iban estrechando el cerco.
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Aun así había dos formidables retos que vencer. Uno técnico y otro militar. El primero:
entrar al Lago por la Barra y sus traicioneros fondos bajos y sortear al Castillo de San Carlos.
Y el otro: derrotar a un marino experto como Laborde que había vencido en Puerto Cabello
y venía precedido de muy grande fama como competente marino de guerra. La cronología
lo explica todo mejor. 8 de mayo Padilla fuerza la Barra y durante seis días ingresa toda la
escuadra con la excepción del bergantín Gran Bolívar que terminó encallando. En el Castillo
de San Carlos no hay baterías sólo fusilería y eso no es más que un rasguño. En las recrimi-
naciones mutuas que se hicieron los jefes realistas en La Habana cuando estaban mascu-
llando la dolorosa derrota, Laborde le reprochó a Morales su falta de previsión para artillar
el Castillo de San Carlos y su displicencia en no atacar a Padilla con la escuadra que tenía
acantonada dentro del Lago permitiendo que éste se enseñoree a sus anchas.
Ya dentro del Lago, Padilla se estaciona con su escuadra y reconoce el entorno lacus-
tre alrededor de los Puertos de Altagracia dónde ubica su base de operaciones, secuestra
bienes y pertrechos, además de bloquear a Maracaibo porqué tiene superioridad naval. Es
de suponer que apresó embarcaciones ligeras, que son las más aptas para circunnavegar
el lago y sus muchos ríos, y que a la postre, conformarían lo que se conoce como fuerzas
sutiles. Se puede decir, ya conociendo los hechos, que los republicanos ya en ese entonces
ganaron la batalla náutica. Es bueno conocer éste importante dato: la escuadra de Padilla,
la de los independentistas, estuvo tres meses dentro del Lago de Maracaibo hasta concurrir
al encuentro nal el 24 de julio.
¿Dónde está Laborde y sus navíos para enfrentar el reto de Padilla ya interno en el Lago
de Maracaibo? Laborde llegó el 14 de julio. Y lo hace sin la fragata Constitución y la corbeta
Ceres, sus dos principales barcos de batalla, que se habían destacado en Puerto Cabello
y tenían un poder de fuego temible. Su alto tonelaje impidió franquear el Paso de la Barra
y terminaron fondeando en el apostadero de los Taques en la Península de Paraguaná. Y
esto es algo que la mayoría pasa por alto. Padilla pudo preparar la refriega con tres meses
de tiempo y Laborde con sólo 10 días. Razón por la cual Laborde, viendo las desventajas
tácticas, de su propio componente, propuso una retirada ordenada. Además, Laborde iba a
comandar una otilla lacustre que no era la propia y que no estuvo preparada para el com-
bate naval con ninguna posibilidad de éxito. Y las rencillas mutuas entre Morales y Laborde
tampoco ayudaron. Y aun así Laborde mantuvo el tipo.
Si uno analiza el día de la Batalla y la situación de ambas escuadras uno concluye que
Padilla vino a “cobrar” mientras que Laborde rezó por un milagro. Padilla atacó con ereza
con toda su escuadra en movimiento con las velas desplegadas. Laborde, alineó en defen-
sa, con sus barcos estáticos y anclados: acoderados diría un marino experto.
Otro dato asombroso: la mayoría de los capitanes de los bergantines y goletas de Padi-
lla fueron extranjeros: franceses, británicos y estadounidenses. Puede que el más diestro
de todos haya sido el francés Renato Beluche. Todos ellos con experiencias de años en la
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lucha corsaria. Y en el campo realista no se vaya a creer que las tripulaciones fueron todas
formadas por andaluces, gallegos, vascos, canarios, castellanos o catalanes. Desde hace
un buen rato el ejército realista estuvo formado por soldados nacidos en el propio país di-
rigido por una ocialidad española desmoralizada por el abandono metropolitano a la que
fue sometido.
En la refriega lo que hubo fue una carnicería: el uso de granadas en el abordaje de los
navíos realistas fue toda una fatalidad para ellos, dato éste que me aportó el especialista
en temas militares Edgar Blanco. Baralt da estas cifras: pérdidas patriotas, “8 ociales y 56
marineros y soldados muertos y 14 ociales y 105 marineros e infantes heridos”. Pérdidas
realistas: “800 muertos y heridos y 69 ociales y 569 soldados y marineros capturados”.
Yo era uno que le daba poco mérito a este combate naval. Me hice eco de la teoría de un:
“Combate de Canoas”. Y esto no es cierto.
Un combate naval a mar abierto en aguas oceánicas es muy distinto que hacerlo en
aguas uviales o lacustres. Y si bien hubo numerosas fuerzas sutiles, es decir, embarcacio-
nes menores; los bergantines y goletas, le dieron relieve a esta hazaña militar.
La conmemoración de estos hechos sucedidos 200 años atrás debe honrar al vencedor
y al derrotado. Y debe procurar una compresión amplia de esos recuerdos sin las cadenas
ideológicas que impone la “ley marcial” atrapada en el nacionalismo más rancio. A Padilla
no se le puede ningunear por su condición de enemigo de Bolívar ya que fue mandado a
fusilar por éste en Bogotá en el año 1828. Tampoco por su condición de “extranjero” ya que
nació en Río Hacha y entonces fue neogranadino. Y tampoco por ser un guajiro negro. La
pretensión de algunos de borrar su nombre y memoria es un completo exabrupto.
Las telarañas ideológicas son censuras que debemos evitar para conocer este hecho
que hoy conmemoramos. Y estar claro que todo conocimiento histórico del pasado es par-
cial, remoto e imperfecto. Con vacíos y deformaciones inevitables como se apuntó al prin-
cipio de este escrito.
Es la Batalla Naval del Lago la que cierra el ciclo independentista en Venezuela porqué
el 3 de agosto de 1823, el último Capitán General de Venezuela, el canario Francisco Tomás
Morales, capituló. Sólo quedaría el bastión de Puerto Cabello que terminaría rindiéndose a
Páez en noviembre de 1823.
Los zulianos celebran y no celebran el acontecimiento porqué es desde Caracas y “su
Armadalos que están ociando la Misa Patriótica desde las versiones al uso alineadas con
la Venezuela Heroica de Eduardo Blanco. Y además, se hacen estas celebraciones Bicen-
tenarias dentro de un contexto país signado por la tragedia humanitaria y con el proyecto
democrático en sus mínimos.
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II
Dice Arthur Schopenhauer (1788-1860) que: “Lo que cuenta la historia no es de hecho
más que el sueño largo, pesado y confuso de la humanidad”. La historia escrita que vale la
pena es aquella que entiende las limitaciones que le impone la tenaz lucha contra el olvido.
Que sabe que las versiones del pasado son miles y sus combinaciones millones. Que sabe
que todo relato histórico es más cción que realidad. Que sabe que no sabe nada en realidad.
El Poder no sabe de Historia. Porqué sólo toma aquellos personajes y hechos que le
interesa publicitar para apuntalar sus propios intereses en el presente. En cambio lo que les
son incómodos los borra o los desdeña desde el más grande desprecio. Por eso la Historia
patria no es Historia. Es Mito.
El Rey está desnudo y no nos atrevemos a delatarlo porqué es más fácil vivir en las con-
venciones fundadas en las mentiras. Toda idea dominante es un convencimiento impuesto
a los dirigidos por parte de los dirigentes, y que conviene a estos últimos. Y la rebelión ante
esos pensamientos de hambre, bajo los auspicios del pensamiento crítico, verdadera llave
de la libertad, son siempre incomodos e incomprendidos. El italiano Galileo Galilei (1564-
1642) es una demostración palpable de esto que decimos.
Lo evidente no es popular. El Zulia, sus historiadores y sus gobernantes, han vivido con el
complejo histórico del Judas no perdonado. A los guayaneses ya se les perdonó su inden-
cia con la octava estrella en la bandera nacional. A los de Coro se les ignora olímpicamente
también.
El Día de la Zulianidad es un 28 de enero de cada año. La escogencia de dicha fecha
contó no sólo con un pésimo asesoramiento sino que formó parte de un sosticado plan de
modicar la memoria, en realidad, de ocultar pecados históricos de inconveniente publici-
dad o revelación.
Ese 28 de enero de 1821, el Cabildo de Maracaibo, se “plegó” muy patrióticamente al
bando republicano de Simón Bolívar. Lo que no se dice es que desde el año 1810 hasta
1820 la Provincia de Maracaibo y su Capitán General Fernando Miyares encabezaron una
coalición de ciudades y provincias unidas contra Caracas y los aliados de estos. La caída de
la Primera República en el año 1812 fue obra principalmente de los ejércitos de Coro.
¿Por qué no decir esto? Porque la verdad molesta a los triunfadores y denigra y aver-
güenza a los perdedores. Y está escrita una condena de castigo silencioso sobre Maracai-
bo, Coro y Guayana por acompañar las banderas del rey. Nadie lo dice pero el castigo existe
y genera arrepentimientos históricos que buscan lavar el pecado.
Maracaibo, fue realista y cabeza de la contrarrevolución contra Caracas entre los años
1810 y 1820. Y cuando Urdaneta la invadió en los primeros meses del año 1820, violando lo
estipulado en el Armisticio de 1820, la ciudad es sólo “libre” hasta mediados de año.
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Francisco Tomás Morales, último Capitán General de Venezuela, inició la desconocida
y olvidada Campaña de Maracaibo entre los años 1821 y 1823. Cuando ocupó sorpresiva-
mente a todo el Occidente de Venezuela y se hizo fuerte en el puerto-capital de la ciudad de
Maracaibo, rey y señor de un hinterland con identidad cultural e histórica propia; económica-
mente uido con ramicaciones e inuencias tan vastas que le conectaban con los Andes,
Apure, Barinas, Aruba, Curazao, la Guajira, Perijá, Cúcuta y Pamplona.
Razón por la cual, Francisco de Paula Santander, Vicepresidente de la Gran Colombia,
atendió con celeridad la inesperada maniobra militar de Morales que percibió como una
muy seria amenaza. Se puede decir, aunque esto moleste al patriotismo venezolano, que
la liberación de la Provincia de Maracaibo fue una operación militar neogranadina más que
caraqueña. Esto abre un ariete en la pretensiosa historia militar patriótica venezolana que
exige exclusividad en las glorias marciales. Y es bueno recordar que la Campaña Admirable
de 1813 se hizo básicamente de la mano de un ejército de la Nueva Granada comandado
por Bolívar. A su vez, Bolívar vence en Boyacá en 1819 con tropas venezolanas y británicas.
Estos temas están contaminados por la ideología nacionalista. Razón por la cual el mito
es lo que manda y deforma todos los recuerdos suplantando los hechos históricos crudos
y reales. ¿Qué tanta verdad histórica estamos dispuestos en aceptar los zulianos y venezo-
lanos en general?
Padilla merece estar en el Panteón Nacional en Caracas. Y también en el Panteón de los
zulianos. Fue el principal artíce del triunfo militar que hoy conmemoramos en la Batalla Naval
del Lago del año 1823. Pero se preere traer a un actor de reparto como Pedro Lucas Urribarrí
porqué nació en La Rita. Lo mismo sucede con Ana María Campos y Domitila Flores, dos su-
puestas heroínas nacidas en los Puertos de Altagracia, de dudosa existencia histórica ambas.
La hazaña de la Batalla Naval del Lago hay que bajarle el volumen. No fue ni Abukir
(1798) y tampoco Trafalgar (1805). La modestia de los barcos en la refriega así lo delata.
Tampoco fue una “Batalla de Canoas”. Y los capitanes de la ota de Padilla fueron en su
inmensa mayoría extranjeros: franceses, británicos y estadounidenses.
La Batalla Naval no fue una contienda entre españoles y venezolanos. Hay que quitarse
ese chip mental que no es del todo respetuoso con una memoria más justa del pasado.
Salvo la ocialidad, las tropas realistas, estuvieron formadas por venezolanos o zulianos. Y
la infantería de marina y la tripulación de los barcos independentistas en su mayoría fueron
neogranadinos porque la expedición partió del puerto de Cartagena de Indias.
En la Batalla Naval del Lago las embarcaciones más numerosas utilizadas por los dos
bandos fueron las Goletas. Y no todas de un mismo tipo. Las había de gavias y otras de vela-
cho. La “Especuladora”, una goleta, fue el buque insignia que utilizó Laborde el jefe realista.
La Batalla Naval del Lago de Maracaibo del 24 de julio de 1823 fue una victoria estratégi-
ca superior. Porque fue la reconquista militar del Zulia por mar y tierra en unas condiciones
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extremas e inéditas. Y que demostró la organicidad de un ejército regular mucho más com-
pactado que las primeras partidas irregulares que dominaron los primeros años de la guerra.
Los historiadores zulianos junto a sus gobernantes harían bien en empezar asumir la
“historia como sucedió” tal como lo recomienda el historiador clásico alemán Leopold Von
Ranke (1795-1886). Sin vergüenza y sin ocultamientos. Asumiendo todas las memorias;
asumiendo las circunstancias de los actores del pasado desde sus propios intereses del
momento y no de nuestros intereses en el presente.
La Maracaibo realista se explica por la sencilla razón de una rivalidad administrativa,
económica/comercial y política entre Caracas y Maracaibo. Gestada en los tres siglos co-
loniales. Entre 1670 y 1770, Bogotá, a través de sus gobernantes coloniales, ejerció domi-
nio administrativo sobre Maracaibo aunque era Maracaibo la capital y cabeza de su propio
hinterland. Maracaibo fue primero parte de la Nueva Granada que parte de Venezuela (Ca-
racas). El año 1777 acabó nuestra historia neogranadina. La medida centralizadora de los
borbones no gustó a Maracaibo. 1810, fue un año de deslindes sobre una rivalidad histórica.
Comprender la Batalla Naval del Lago desde esta óptica no sólo la enriquece sino que la
hace mucho más veraz.
La novena estrella para el Zulia es algo importante porqué reforzaría el sentimiento de
unidad nacional y pondría en remojo todos los amagos secesionistas de los zulianos cuya
lista de agravios recibidos le avalan para dicha aspiración. Y porqué también se harían las
paces entre memorias rotas y recelosas entre sí. En suma, compartir la gloria histórica acep-
tando que ésta es la rearmación de un compromiso en el presente por una Venezuela mejor.
III
“y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”.
Juan, 8:32
“Corsarios, son aquellos que navegan por cuenta propia, pero como agentes libres auto-
rizados por un determinado Estado a hacer presas de embarcaciones de otros Estados con
los cuales el primero se encuentra en guerra”. Luis Britto García, “Demonios del mar. Piratas
y Corsarios en Venezuela, 1528-1727”, 1998.
Lo evidente está oculto. La venda patriótica es una operación de camuaje que blanquea
memorias desteñidas; e incluso, prontuarios criminales. Aunque todo está ahí, a la vista de
todos.
Hay un cuento de Edgar Allan Poe (1809-1849): “La carta robada” (1844) dónde los más
encumbrados detectives y policías no pueden encontrar el objeto de sus investigaciones.
Desarman la casa que esconde la evidencia del delito; buscan en los lugares más recón-
ditos y estrafalarios; y ya nalmente, se dan por rendidos. Sólo un detective perspicaz y
disciplinadamente racional con la mente de un experto jugador de ajedrez, encuentra la
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resolución del misterio. La carta robada está en el lugar más visible de la estancia principal
de la casa: sobre un escritorio.
Así nos sucede cuando estudiamos y se nos presenta a los actores muy heroicos, patrio-
tas y sagrados de la Batalla Naval del Lago de Maracaibo del 24 de julio de 1823. Las con-
memoraciones Bicentenarias les colocan un disfraz de lujo con sus muchas mascaras para
no revelar la fealdad o las imposturas. Lo mundano es la sustancia de la historia aunque el
discurso patriótico reniegue del mismo.
“200 años de Libertad” es el lema pretencioso de estas celebraciones. Los Padres de la
Libertad: los Libertadores; contra las fuerzas oscuras del Imperio del mal y representante
de la tiranía más abyecta. Atrapados en una red de chantaje histórico e historiográco prác-
ticamente sin escapatorias.
La realidad es más compleja. La realidad nos delata que la “carta robada” está a la vista
de todos pero nos negamos a verla. Toda la operación militar para desalojar a las diezma-
das tropas del último Capitán General de Venezuela, el Mariscal de Campo Francisco Tomás
Morales, atrincherado y famélico en las imponentes riberas del Lago de Maracaibo, fue una
operación llevada a cabo por naves corsarias al servicio del estado de la Gran Colombia
(1819-1831).
La ocialidad neogranadina es visible a través del Almirante José Prudencio Padilla, hé-
roe y traidor. Aunque sus principales capitanes son extranjeros. Pero no son anónimos a
pesar de los relatos patrióticos que los han silenciados. Formaron una fuerza Wagner, a
semejanza del ejército privado de Yevgeny Prigozhin que estuvo hasta hace poco al servicio
de Putin en la invasión contra Ucrania.
Los Próceres Navales de Venezuela fueron básicamente corsarios, piratas, contraban-
distas y ladrones de los mares. Luis Brito García diseccionó toda su genealogía que abarcó
los tres siglos coloniales en un libro magnico que invito a revisar: “Demonios del mar. Pira-
tas corsarios en Venezuela 1528-1727” del año 1998.
La guerra corsaria fue una guerra privada hecha por particulares bajo los auspicios de
un Estado que les nanciaba o les otorgaba las famosas patentes de corso. En el Mar Ca-
ribe hicieron estragos contra las otas españolas que transportaron el oro y la plata desde
América hasta Europa durante los tres siglos de la dominación hispánica. La línea divisoria
entre el corsario y pirata es tenue e intercambiable. A la violencia legal anteponían la propia.
Y las formalidades “modernas” de las guerras institucionales quedaban de lado o como un
mero saludo a la bandera.
En la Independencia de Venezuela (1810-1823) se privilegió la guerra terrestre porqué
Bolívar fue como Napoleón Bonaparte, un militar de tierra. En la inmensa fachada del eje
costero norte que baña las luminosas playas en el Mar Caribe se peleó a través de la guerra
marítima corsaria. Y no sólo de parte del bando independentista sino también de parte de
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los partidarios del realismo que luego de la derrota en Trafalgar (1805) se quedaron sin
marina de guerra robusta.
¿Por qué Santander y Padilla contrataron a un “Grupo Wagner” para incursionar en el
Lago de Maracaibo durante la llamada Campaña de Maracaibo entre los años 1821 y 1823?
Por la sencilla razón que el Estado de la Gran Colombia no tiene sus propios barcos de gue-
rra, ni escuela de marina y nancieramente está quebrada. La guerra de la Independencia
se pagó en el propio terreno de los acontecimientos a través del pillaje, el saqueo, el robo,
el secuestro y la extorsión. Napoleón Bonaparte decía que la guerra se tenía que pagar con
la misma guerra.
Además, ya Simón Bolívar había abierto el camino, siguiendo las recomendaciones de
Nicolás Maquiavelo en El Príncipe (1532), sobre las ventajas y desventajas de contratar
mercenarios para hacer la guerra de una forma exitosa. La Legión Británica que se inmoló
en la Batalla de Carabobo del 24 de junio de 1821 fue otro “Grupo Wagner” al servicio de
la causa de los independentistas. Y según la opinión del dictador Marcos Pérez Jiménez
en condencia que hizo a Agustín Blanco Muñoz: Bolívar como no podía pagarles prerió
enviarlos al inerno.
El hoy “contraalmirante” Giovanni Bianchi, italiano, fue corsario al servicio de la causa de
la Independencia. El hoy comodorofrancés Louis-Michel Aury, fue otro famoso corsario en
aguas del Mar Caribe al servicio del mejor postor. El “Almirante de la libertad”, el curazoleño
Luis Brion, máximo héroe marítimo venezolano también ofreció “sus servicios” a la causa
de la Independencia.
Es mejor identicar a los capitanes de la ota de Padilla para salir de dudas.
1. Bergantín Independiente, Capitán de Navío Renato Beluche
2. Goleta Manuela Chitty, Alférez Félix Romero
3. Goleta Peacock, Teniente de Fragata Clemente Castell
4. Goleta Emprendedora, Alférez Tomás Vega
5. Goleta Independiente, Capitán de Fragata Samuel Pelot
6. Goleta Leona, Capitán Juan Mc Cann
7. Bergantín Conanza, Teniente de Navío Pedro Urribarrí
8. Goleta Antonia Manuela, Capitán J. Rastigue de Bellegarde
9. Goleta Espartana, Capitán Marcy Mankin
10. Bergantín Marte, Capitán de Navío Nicolás Joly
Como es fácil constatar, la mayoría son extranjeros. Son mercenarios que se internaron
en el Lago de Maracaibo a buscar grandes recompensas. Una auténtica Legión Extranjera.
CLÍO: Revista de Historia, Ciencias Humanas y pensamiento crítico / Año 4, Núm 7. Enero/Junio (2024)
Ángel Rafael Lombardi Boscán
Bicentenario batalla naval del lago 24 de julio de 1823.
PP. 169-179
ISSN 2660-9037179
La célebre Cofradía de los Hermanos de la Costa revivida. Las presas que obtuvieron lue-
go de masacrar a la endeble escuadra del Almirante realista Angel Laborde el 24 de julio
de 1823 fueron siete embarcaciones entre bergantines y goletas. “Tres goletas escaparon
únicamente: las dos que estaban a vanguardia y la Especuladora, que acercándose cuanto
pudieron a tierra, huyeron para Maracaibo, junto a la Guaireña, Atrevida Maracaibera y otilla
de faluchos y piraguas armadas, pero hechas pedazos y con muy poca gente”. Este lacónico
parte de guerra corresponde al derrotado Almirante español Ángel Laborde.
Todos estos corsarios y mercenarios tienen en común que son el producto residual de
la larga disputa colonial en el Mar Caribe. Y que fueron a por los despojos de una España
moribunda ya en fase terminal. La España de la estrategia de la derrota; la España altiva de
la “locura gloriosa”. En 1808, España se apeó de América y la dejó prisionera de la incerti-
dumbre. Y cuando se acordó de ella en 1814, porque se zafó del invasor francés, apeló a
la política represiva sin contar con los medios económicos y militares para reconquistarla.
Los imperios, nos dice el historiador inglés Arnold Toymbee (1889-1975), caen siempre por
mucho que su poderío haga pensar lo contrario.
Lo que hoy escribimos y parece tan obvio escapó por completo a un “especialista” en el
tema. El hallazgo de ésta “carta robada” se lo debo al Rector Ángel Lombardi y sus capacida-
des como almologo y a mi buen amigo y gran ensayista Miguel Ángel Campos transgurado
en el exquisito detective Chevalier Auguste Dupin, cuando en el prólogo que hace a mi libro:
“Conspiración de Maracaibo, 1799” (2009), hace ésta observación: “Un intento de saqueo,
organizado entre gente patibularia del cabotaje y arribistas de la ciudad, se transforma en
gesta pionera, pero la participación de auténticos piratas en la Batalla naval del Lago, com-
batiendo del lado de la República, es un hecho casi desconocido por la historiografía, y por
supuesto jamás enseñado en la escuela, pues no se ajusta al canon (Consúltese: “El corso
venezolano” de José Rafael Fortique, 1968)”.
El discurso patriótico es tan poderoso y subyugante que ejerce un control incluso sobre
las mentes más acuciosas e inquietas. Romper esta cárcel ideológica es tarea prioritaria en
Venezuela.