ISSN 2660-9037
CLÍO: Revista de Historia, Ciencias Humanas y pensamiento crítico / Año 4, Núm 8. Julio/Diciembre (2024)
Jane Roxana, Villacorta-Varas, Luis Augusto Durand-Azcárate, Alberto José Salas Morales
Agresividad escolar e intervención psicopedagógica...
PP. 133-151
143
Rebaque et al. (2019), señalan que, posterior a Salter, el psiquiatra Joseph Wolpe (1915-
1997), , desarrolló las estrategias de intervención social, ligándolo a la habilidad, como un
conjunto de conductas vinculadas al individuo, que derivan en condicionamientos axioló-
gicos como el respeto, individualidad, relaciones entre iguales, como un tipo de bienestar
social. Más adelante, las posturas de Émile Durkheim (1858-1917) y de John Dewey (1859-
1952) se asumieron y resultaron fundamentales, dado que situaban la relevancia de la inte-
gración de los niños a la sociedad, así como la socialización de los aprendizajes.
Esta postura teórica ha evolucionado, hasta llegar a sostener que las habilidades sociales
son intrínsecas, y se maniestan desde la niñez, complementándose a lo largo de la vida. Por
tanto, la práctica de las habilidades sociales inuye de manera positiva sobre comportamien-
tos adversos, ayudando al bienestar psicológico de los niños, previniendo dicultades de so-
cialización futura, como una consecuencia de un entorno coercitivo, que genera malestares
emocionales e internos, lo que denota la relevancia de que estas habilidades se manejen en
el hogar, la escuela y la comunidad, hasta lograr construir un niño y ciudadano marcado por
las habilidades sociales, como una competencia esencial del presente (Prada, 2019).
De acuerdo con lo anterior, las habilidades sociales son competencias que se adquieren
en la educación para mejorar las relaciones interpersonales, sin dejar de lado el talante
emocional que se encuentra de trasfondo. Dicha competencia da apertura a la empatía y a
la formación en valores que desplazan conductas excluyentes y agresivas, que derivan en
patologías sociales. Por tanto, este tipo de intervención psicopedagógica, favorece el traba-
jo en el aula, brindando un entorno seguro y satisfactorio (Bisquerra, 2005).
Para González et al. (2006), este modelo de intervención educativo, tuvo resultados
positivos en el tratamiento de delincuentes, con tendencias a comportamientos violentos.
Este tipo de educación repercute positivamente en el tratamiento de la delincuencia y en la
prevención de la reincidencia, al resultar beneciosas la intervención psicopedagógica en
las terapias grupales, con un enfoque participativo, que invita a compartir experiencias y
emociones, acercando al agresor a comprender que otros mantienen condiciones simila-
res, desarrollando así la comunicación efectiva, la resolución dialógica de los problemas, la
empatía, entre otros aspectos beneciosos. En este contexto, la intervención psicopedagó-
gica es fundamental, dado que permite transformar las conductas, restaurar las relaciones
familiares y cotidianas, modelando nuevas formas de ver y pensar el entorno.
Estas armaciones han sido respaldadas por la Ocina de las Naciones Unidas contra la
Droga y el Delito (2022), que asevera que la educación y formación en habilidades sociales
previene el consumo de estupefacientes y minimiza la reincidencia de jóvenes adictos. Asi-
mismo, este organismo sostiene que la prevención es fundamental dentro de las escuelas,
lo que impulsa la protección y resguardo de los derechos integrales de los individuos, la paz,
la tolerancia, respeto, donde maestros y comunidad educativa juegan un papel central, al
sentar las bases para llevar una vida sana y libre de delincuencia.