ISSN 2660-9037
CLÍO: Revista de Historia, Ciencias Humanas y pensamiento crítico / Año 4, Núm 8. Julio/Diciembre (2024)
Edinson German Corro-García, Ana Carolina Rivera-Gamarra, Claudia Katherine Reyes-Cuba
Intersecciones entre el género y la disolución conyugal.
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a la condición femenina, quebrando los vínculos familiares existentes. En tal sentido, la
violencia de género se concibe como todo acto de violencia que atenta contra la integridad
de la mujer, mediante actos que lleven a la privación de su libertad, de coacción, de amena-
zas, entre otros aspectos. Alude a la violencia ejercida del hombre sobre la mujer, creando
condiciones de desigualdad, discriminación y codependencia, que involucra las relaciones
de pareja, de familia y los nexos con la comunidad, siendo un fenómeno social que atenta
contra la dignidad de la mujer (Romero & Vélez, 2024).
Por tanto, se basa en las relaciones de subordinación y desigualdad, en una racionalidad
instrumental que mantienen estructuras de poder presentes, convirtiéndose en una relación
constante entre agresor y agredido, marcada por experiencias de abuso psicológico, físico,
sexual y económico. No obstante, las estructuras sociales, los lineamientos culturales, se
convierten en cómplices de este tipo de agresión, que deriva en alteraciones en las formas
de vida individual, familiar y colectiva, dada las expresiones de violencia a la que son so-
metidas las mujeres por las dinámicas familiares inadecuadas. Este tipo de patrones que,
durante mucho tiempo fue justicado por posturas teóricas que defendían las conductas
biológicas innatas, no son más que el reejo de una sociedad estereotipada, que funciona
por medio de la violencia enmascarada, estructurada y estraticada (Expósito, 2011).
De acuerdo con lo anterior, se busca controlar y cosicar a la mujer mediante el ejercicio
de un poder opresivo, manifestado por medio de la violencia, congurando relaciones asi-
métricas y desiguales, donde se legitima la superioridad de la masculinidad y la inferioridad
del rol femenino. Mediante ello surgen categorías de roles, de obediencia, de apropiado e
inapropiado, propios de una sociedad sexista, que pone límites a la igualdad en la condición
humana, fomentando la violencia como normatividad de la cultura y de la sociedad. Por
esta razón, la violencia de género se amplica y presenta en la violencia psicológica, sexual,
física, patrimonial o económica, donde la gura masculina se convierte en maltratador y
explotador, no teniendo un único perl, sin ser fácil de determinar, sino que esconde su ac-
cionar, manteniendo el control a través de la violencia.
Pese a ello, señala Expósito (2011), existen rasgos comunes que pueden denir la violen-
cia de género, como la responsabilización de las situaciones cotidianas, la justicación de
su obrar, la permanencia de conductas aprendidas, siendo símbolos propios del ejercicio del
poder, que conducen a la rearmación de la autoridad, de la intolerancia, del irrespeto y de
una racionalidad instrumental considerada única y superior a la condición femenina. Alude
esto a condiciones de inseguridad, dependencia, celos, baja autoestima y demás patologías
psicológicas que derivan en actuaciones anormales, violentas, sexualizadas, como medios
para hacerse notar y presentarse en sociedad. Dichos estereotipos, sumados a otros ele-
mentos exógenos, como el consumo de alcohol, drogas, vivencias traumáticas en la niñez,
agravan la situación, haciendo que el agresor considere oportuna, necesaria y normal su
actuación sobre la mujer.