ISSN 2660-9037
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ISSN 2660-9037
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“A nadie se le oculta que las manifestaciones musicales son –por
así decir-consustanciales al ser humano que, bien con su propia
voz, con los sones que se obenen percuendo ciertas partes de su
cuerpo, o con objetos de la naturaleza, debió adquirir conciencia
desde muy pronto (temprano) del universo sonoro. Sin embargo,
música y sonido no son términos sinónimos. Por música se enen-
de el arte de los sonidos…intencionalidad…y conciencia del resul-
tado… Al tratarse de una manifestación arsca que transcurre
en el empo y que, por lo tanto es inaprensible, hasta que no se
encuentra la forma de reejarla mínimamente por escrito su estu-
dio resulta imposible…(el) lenguaje que el ser humano ha tardado
más en codicar en cualquiera de las civilizaciones conocidas, y
en caso de que lo haya hecho, es el musical. Parece como si a
la música siempre se le hubiese considerado una manifestación
arsca espontánea, conada a la memoria, y en la que el factor
improvisación –cuya antesis es justo la jación por escrito- juega
un rol preponderante. Hasta tal punto esto es así, que de aquella
música desnada a los instrumentos musicales, y salvo excepción,
no existe un mínimo corpus escrito hasta el siglo XV y aún para
instrumentos solistas.”
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“En la profesión de músico se disnguían en la Edad Media dos
colecvos: por un lado, los que ejercían de forma estable su ocio
al servicio de la Iglesia, especializándose en el repertorio sacro
al menos hasta la segunda mitad del siglo XIII; por otro, los que
la ejercían como autónomos dentro del colecvo juglaresco. Si el
trovador, siempre y cuando no fuera un personaje de alta alcur-
nia, se diferenció de ese colecvo, fue más por la calidad o nove-
dad del producto arsco que ofrecía, que por su consideración
social.”
“Que un autor al amparo de una corte dejase de producir reperto-
rio exclusivamente sacro, acaso bajo demanda, y que unas fuerzas
vocales desnadas en principio a cantar alabanzas a la divinidad
ampliasen su repertorio con otro más mundano, es algo que debió
ocurrir de forma natural en una época de crisis de valores que
desembocó en el Cisma de Occidente (1378-1417).”
“Poco a poco se fue sustuyendo el nombre de juglar, por el de
ministril (del francés, ménestrel) aunque sólo en el caso de aque-
llos miembros del colecvo cuya calidad y especialización lo me-
reciese; el término, de hecho, se conviró en sinónimo de músico
cortesano. Juglares siguió habiéndolos siempre en calles, plazas
y, en general, en cualquier lugar en que su acvidad atrajese la
atención de un público poco exigente y dispuesto a entretenerse.”