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Adscrita a:
Fundación Ediciones Clío
Academia de la Historia
del Estado Zulia
Centro Zuliano de
Investigaciones
Genealógicas
Recibido: 2024-04-19 Aceptado: 2024-05-24
Página 502
De la violencia de género a la disolución conyugal: Una
revisión crítica e interdisciplinar
1
Castro-Avalos, Violeta Palmira
2
Correo: n00063156@upn.edu.pe
Orcid: https://orcid.org/0009-0000-0413-5461
Morocco-Colque, Edwin Adolfo
3
Correo: edwin.morocco@upn.edu.pe
Orcid: https://orcid.org/0000-0003-4110-7878
Resumen
El artículo, abordado desde una perspectiva cualitativa y con apoyo de la
exploración documental, tuvo por objetivo analizar la violencia de género dentro
del ámbito conyugal, ofreciendo una visión crítica e interdisciplinar sobre esta
patología social. La violencia doméstica es una de las manifestaciones de la
violencia de género, conformando una realidad que afecta la integridad física,
emocional y sexual de las mujeres, siendo un problema de salud pública y un
atentado contra los derechos humanos. Entre los principales hallazgos se destaca
que la violencia conyugal es ejercida por el hombre hacia la mujer, como parte de
una lógica patriarcal que se encuentra inmersa dentro de la sociedad, afectando
negativamente el desenvolvimiento de la mujer. Ante esta realidad, la disolución
conyugal puede tomarse como una alternativa, como una conquista obtenida por
las luchas feministas y por los estudios de género, que ven en esta una oportunidad
para dignificar la condición de la mujer y vivir una vida libre de la violencia. Sin
embargo, a pesar de los avances en esta materia, las desigualdades y la violencia
siguen presentes, exponiendo a las mujeres a otra serie de dificultades y riesgos.
Finalmente, se concluye en la necesidad de denunciar los patrones que dan
continuidad a la violencia de nero y a la visión patriarcal de la sociedad,
promoviendo relaciones equitativas, fortaleciendo las políticas de género y la
educación inclusiva, mediante enfoques holísticos y colaborativos, que deriven en
el cambio social y la confección de sociedades justas y equilibradas.
Palabras clave: Violencia de género, violencia doméstica, relación conyugal, disolución
conyugal, control.
1
Articulo producto de una investigación realizada como requisito curricular de nuestras Universidades que
vienen propiciando pesquisas que tienen por objetivo comprender las manifestaciones de la violencia
patriarcal a fin de proponer alternativas a este flagelo
2
Docente investigador en Universidad Privada de Tacna. Perú
3
Docente investigador en Universidad Privada del Norte. Perú.
Sección: Artículo científico 2025, enero-junio, año 5, No. 9, 502-520
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From gender violence to marital dissolution: a critical and
interdisciplinary review
Abstract
This paper, approached from a qualitative perspective and with the support of
documentary exploration, aimed to analyze gender violence within the conjugal
sphere, offering a critical and interdisciplinary view of this social pathology.
Domestic violence is one of the manifestations of gender violence, a reality that
affects the physical, emotional and sexual integrity of women, being a public
health problem and an attack against human rights. Among the main findings, it
stands out that conjugal violence is exercised by the man towards the woman, as
part of a patriarchal logic that is immersed within society, negatively affecting the
development of women. Given this reality, marital dissolution can be seen as an
alternative, as a conquest obtained by feminist struggles and gender studies, which
see in it an opportunity to dignify the condition of women and live a life free of
violence. However, despite progress in this area, inequalities and violence are still
present, exposing women to another series of difficulties and risks. Finally, we
conclude on the need to denounce the patterns that give continuity to gender
violence and the patriarchal vision of society, promoting equitable relationships,
strengthening gender policies and inclusive education, through holistic and
collaborative approaches, leading to social change and the creation of fair and
balanced societies.
Keywords: Gender violence, domestic violence, marital relationship, marital
dissolution, control.
Introducción
La violencia de género es un problema global, que trasciende el ámbito
privado y se constituye en un problema de salud pública. Dentro de esta amplía
problemática, la violencia doméstica se asume como parte de las desigualdades
arraigadas y enquistadas en la sociedad, como una manifestación del control
patriarcal, que denigra la condición femenina. En este ensayo, se explora la
relación entre la violencia doméstica con la disolución conyugal, tomando en
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consideración las desigualdades surgidas de estas, las dinámicas, desafíos y
fenómenos correlacionados.
Para ello, se aborda la violencia doméstica desde sus diversas
manifestaciones, que representa una de las grandes problemáticas de la relación
conyugal que, desde el feminismo y los estudios de género, se comprende como
un desequilibrio en las relaciones de poder entre hombres y mujeres, siendo el
resultante de la visión patriarcal de la sociedad, que perpetúan la subordinación
femenina y la violencia conyugal, teniendo efectos adversos sobre la integridad
física, emocional, sexual y económica de la mujer.
A raíz de las problemáticas antes descritas, la disolución conyugal se torna
en una posibilidad para abordar el problema de la violencia. Sin embargo, se
observan dos vertientes en esta discusión: Por un lado, la separación puede derivar
en diversos obstáculos, abuso de poder, condicionamientos adversos, que hacen
de este proceso desafiante, con nuevos elementos que agudizan la violencia,
profundizan las desigualdades de género. Por otro lado, el divorcio también puede
ser considerado como expresión del empoderamiento de la mujer, como parte de
su libertad y autodeterminación, con repercusión sobre lo social.
Atendiendo a los lineamientos antes descritos, esta investigación analiza,
desde una perspectiva interdisciplinar, la violencia doméstica y su incidencia sobre
la relación conyugal y sobre el proceso de disolución. A través de un enfoque
cualitativo y de exploración documental, se busca ofrecer un análisis crítico, que
permita abordar este problema desde sus consideraciones teóricas más relevantes.
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1. La violencia doméstica en el ámbito conyugal
La violencia de nero es una patología social presente en el entorno
contemporáneo. Tiene diversas formas de manifestarse: física, psicológica, sexual,
patrimonialmente, entre otras. Se trata de cualquier acción u omisión que cause
lesiones o sufrimiento a la mujer por su condición femenina, bien sea en el ámbito
público o en el privado. Este tipo de actos puede ser llevado a cabo por cualquier
individuo, se mantenga o no una relación interpersonal, familiar o de pareja, donde
lo predominante es la desigualdad en el uso del poder (Garzón et al., 2022).
En este contexto, la violencia conyugal o doméstica es concebida como una
derivación de la violencia de género, que puede ser ejercida en cualquiera de las
formas anteriormente nombradas y sigue extendiéndose a nivel global, lo que
constituye un problema de salud pública y una violación a los derechos de las
mujeres (Gómez, 2023). De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud
(2005):
“La violencia contra la mujer infligida por su pareja es común, se halla
generalizada y sus repercusiones son de gran alcance. Esta violencia,
que con demasiada frecuencia se ha ocultado detrás de puertas cerradas
y se ha evitado en los discursos públicos no puede negarse por más
tiempo ya que forma parte de la vida cotidiana de millones de mujeres”
(p. VIII).
Este tipo de violencia afecta la integridad emocional, física y sexual de la
mujer, con repercusiones sobre su desenvolvimiento social. En concordancia con
estos planteamientos, la Organización de las Naciones Unidas (2021), indica que
la violencia de género se compone por una serie de conductas utilizadas para
establecer control sobre la mujer. Incluye actos de abuso físico, mental, sexual,
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económico, así como amenazas, insultos, humillaciones, manipulaciones, heridas
y, en última instancia, el feminicidio.
La suma de estos comportamientos abusivos, influyen en la vida de la
víctima, estableciéndose una situación de control que, con frecuencia, son difíciles
de identificar, puesto que son enmascarados por la complicidad de la sociedad.
Para Calvo & Camacho (2014), la primera en omitir estas prácticas violentas es la
mujer, que no ha entrado en un estado de consciencia sobre la problemática.
Por su parte, los organismos sanitarios y judiciales, también pasan por alto
el problema, diagnosticando sólo un pequeño porcentaje de la violencia hacia la
mujer, aumentando los factores de riesgo para la población femenina, sus hijos y
el resto de la familia. En cifras, sólo un estimado del 10.4% de los casos de
violencia doméstica son detectados por el personal de salud, puesto que, en la
mayoría de los casos, las pacientes remiten otra serie de malestares, que encubre
las secuelas psicológicas, ginecológicas, neurológicas y traumatológicas de la
violencia padecida (Calvo & Camacho, 2014).
Es importante recalcar que la violencia de género y la violencia doméstica o
conyugal no pueden concebirse como una sola. Para Gimeno & Barrientos (2009),
la violencia de género es sistemática, producto del patriarcado, del ejercicio de
control del hombre sobre la mujer, mediante un poder simbólico y material que la
sociedad le ha conferido. Por otro lado, la violencia doméstica es una de las
manifestaciones de la violencia de género, una forma de ejercer el poder de la
sociedad patriarcal, extendiendo su legitimación social.
Cuando este tipo de violencia patriarcal es evidenciada físicamente,
sexualmente o psicológicamente, pasa de ser una referencia simbólica y se
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convierte en un poder material que, en muchos casos, conduce a desenlaces fatales,
penalizados por la ley y censurados por las normas morales. Para Garzón et al.
(2022), la violencia patriarcal es un tipo de dominación masculina sobre la mujer;
representa un acto inadmisible, que puede ser ejercido mediante el ejercicio de la
fuerza.
Por esta razón, cualquier mujer es susceptible a padecer de violencia,
independientemente de la etapa o condición de la relación: matrimonio, noviazgo,
relación de hecho, concubinato, entre otros. Es un tipo de afección que puede
extenderse a los hijos y otros miembros de la familia, como un patrón de conducta
sistemático y enquistado dentro de la sociedad.
Los datos proporcionados por el Banco Mundial (2023), evidencian que
América Latina y el Caribe reporta altos índices de violencia doméstica, vinculado
a las normas sociales patriarcales, al machismo y al control del hombre sobre la
mujer en la región. Este tipo de comportamientos es censurable y perpetúa las
relaciones corrompidas de poder, que atentan contra los derechos humanos y las
normativas y marcos legales internacionales.
Mediante ello, se da lugar a conductas discriminatorias, que sostienen la
división de poder en el género, afectando los espacios de actuación femenino en
lo privado y lo público, ocasionando conflictos y presiones sociales. Sin embargo,
el Banco Mundial (2023) concuerda con la Organización de las Naciones Unidas
(2021), al afirmar que el mayor número de incidentes violentos suele ocurrir en el
ámbito privado y doméstico, afectando el ciclo de vida de la mujer, perpetuando
relaciones de poder y subordinación patriarcal.
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Se trata de la permanencia en el tiempo de ideologías patriarcales, que
controlan, subyugan y perpetúan las relaciones de subordinación de la mujer hacia
el hombre (Bjerg, 2024). Para la Organización Mundial de la Salud (2021), más
de 30% de las mujeres ha padecido de violencia sexual, física o psicológica por
parte de su pareja, lo que significa que una de cada tres mujeres ha sufrido de esta
problemática social, propia del patriarcado.
El modelo de sociedad patriarcal normaliza el maltrato a la mujer, como un
asunto de control y de poder. Ante ello, los estudios de género conciben la
violencia hacia la mujer como abuso de poder en medio de una estructura social
que denigra la condición y dignidad femenina, privilegiando elementos
falocéntricos, que establecen la superioridad masculina. En tal sentido, la sociedad
patriarcal es un tipo de organización social, política, cultural, que es determinada
por las relaciones asimétricas de poder y por el establecimiento de jerarquías
sexuales y de roles específicos para la mujer, que ha de estar sujeta a recibir las
órdenes del sistema masculino opresivo (Alencar & Cantera, 2012).
Por ello, la violencia conyugal puede asumirse como un proceso de
domesticación de la mujer, como ejercicio de poder para dominar y restringir sus
libertades. Es así que los estudios de género y el feminismo ven la violencia
conyugal como un fenómeno histórico, que se reproduce en la sociedad,
reforzando ideologías patriarcales que, más allá de patrones aislados en
determinados individuos del sexo masculino, constituyen una actitud aprendida
mediante la socialización, como una demanda cultural que impregna las relaciones
de pareja.
Este tipo de relaciones afecta la psique de la mujer, sus emociones y las
relaciones sociales establecidas. Suele darse por diversos desencadenantes como
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la frustración, las disputas, celos, infidelidades, entre otros aspectos, siendo un
rasgo persistente a nivel social, que dio lugar a debates intensos sobre los derechos
humanos, civiles y políticos de la mujer, que derivaron en las luchas por la
emancipación femenina y la reivindicación de su condición mediante las
perspectivas de género, suscitando transformaciones sociales, que afectaron las
dinámicas conyugales y la percepción de la masculinidad y la feminidad en la
relación (Bjerg, 2024).
Pese a los logros alcanzados, la violencia conyugal sigue persistiendo en las
naciones, evidenciándose a través de casos de maltrato físico, psicológico, sexual,
feminicidio, dominio patrimonial, entre otros aspectos, que denotan el tratamiento
de crueldad, vejación, restricción, que son enmascarados por la sociedad. En la
perspectiva de Alencar & Cantera (2012), el comportamiento masculino en las
relaciones de pareja no obedece a una enfermedad específica. El hombre es
enteramente responsable de sus actos, lo que quiere decir que el agresor, por lo
general, no padece de una discapacidad mental que justifique sus actos, por lo que
hay un proceso de elección de la víctima, del lugar y del momento del ataque, lo
que hace de este un acto premeditado, criminal, que requiere de tratamiento
público, jurídico, social y moral.
En este mismo orden de ideas, el enfoque de género cuestiona la tesis de que
el hombre maltratador ha sido previamente víctima de abuso, creando un estado
de victimización del agresor, que actúa por tendencias individuales, por misoginia,
por problemas personales con su pareja. Lo que no puede negarse es el trasfondo
social y cultural, que se manifiesta en una tradición violenta, sin importar la clase
social, el nivel educativo, la religión, la etnia o la cultura. Por consiguiente, el
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maltrato conyugal es una conducta intencionada del hombre, cuyo objetivo es
controlar a la mujer
No se trata de hechos aislados, sino de patrones conductuales continuados,
donde la mayoría de mujeres sufre, de manera repetitiva, violencia a manos de su
pareja, que incluyen gritos, bofetadas, estrangulamiento, quemaduras, amenazas
con armas, agresiones sexuales y, en última instancia, el feminicidio (OMS, 2005).
Para la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (2022), al menos
diez países de la región han avanzado en el registro de datos sobre violencia de
género, incluyendo la violencia de pareja, lo que representa un avance importante
para visibilizar esta problemática social. Sin embargo, se deja en claro que entre
el 63% y el 76% de mujeres ha experimentado abusos por parte de su pareja, bien
sea física, sexual o psicológica, lo que es una cifra alarmante, que requiere de
abordajes específicos, contextualizados, para subvertir el orden machista
imperante en los contextos socioculturales de la región.
Se debe tomar en consideración los factores precisos que afectan a la mujer,
a su autonomía financiera, como los actos que limiten su empoderamiento, la
conducen a la coacción, a la falta de apoyo social y familiar. Por otro lado, se ha
de evaluar el historial de violencia de su familia y la del agresor, el consumo de
drogas, alcohol o sustancias ilícitas por parte de su pareja, la falta de educación
del cónyuge o de la mujer, que pueden ser considerados detonantes que potencien
las conductas violentas en la vida conyugal.
2. Disolución conyugal asociada a la violencia doméstica
Existen algunos impedimentos que demoran la separación conyugal,
manteniendo la violencia dentro de la relación, como son el aislamiento, la
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dependencia económica, material y afectiva, el miedo a daños mayores y a las
amenazas, lo que refleja patrones estructurales dentro de la sociedad, que hacen
que abordar el tema del abuso sea altamente complejo. Es aque se demuestra
que la ruptura conyugal puede tener múltiples causas y diversas aristas, pero la
violencia doméstica es de las más notorias.
La decisión de la disolución suele ser personal y producto de los años de
abuso, lo que conduce a la mujer a emprender medidas para relatar su situación y
buscar el amparo de la ley. En la perspectiva de Iturbide et al. (2021), las mujeres
toman la iniciativa de separarse debido a la falta de reciprocidad; es decir, la
carencia de equidad en la relación, además de un desbalance de poder, que conduce
a la violencia a la relación. Lo anterior lleva a la mujer a reconocer su situación de
víctima y a abandonar la esperanza de cambio de su agresor, produciéndose
diversas revelaciones, comprensión de los problemas, de los traumas,
revalorización de su identidad y dignidad, entre otros aspectos.
En la perspectiva de Alvarado & Jiménez (2019), el divorcio es el resultado
de la confrontación con la realidad; es decir, al quedar expuesta la violencia al
ámbito público, muchas mujeres toman la decisión de abandonar su situación,
identificando redes de apoyo y la necesidad de mantener viva su identidad como
sujeto individual. El acercamiento a las redes de apoyo social, son importantes
para la toma de decisiones, para dar inicios a procesos legales conducentes a la
separación, que no están exentos de amenazas, insultos, demandas, dando
continuidad a la violencia. Empero, la redefinición de la condición femenina, hace
factible que la mujer se conecte con su identidad y con la independencia necesaria
para afrontar esta situación.
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Por esta razón, la disolución conyugal es el acto de ruptura de una relación
de pareja, que se encuentren legalizadas o no, tras un determinado tiempo de
convivencia. Se trata de un fin traumático, sobre todo en hogares donde habitan
menores, ya que incluye la toma de decisiones con respecto a estos y al cambio en
el entorno social. Con este acto, cesa la visión de familia tradicional, nuclear, de
valores compartidos, generando sentimientos adversos, que pueden agudizar o
intensificar la violencia en el seno familiar e, incluso, derivar en hechos fatales
(Abelleira, 2006).
Desde esta perspectiva, las conductas de violencia masculina hacia la mujer
son ejemplos de desacatos a la ley que, con la evolución en el tiempo, ha censurado
todo acto de violencia de género, familiar y conyugal, constituyéndose un delito
en sí, causal de divorcio, que amerita ciertas sanciones para el resguardo físico y
psíquico de la parte afectada. Ante esta realidad, la ley garantiza el resguardo de
la mujer, reconociendo su estado de vulnerabilidad, pero también las garantías
inherentes dentro de su naturaleza humana, que deben ser atendidas de forma
inmediata, individual y concreta.
En este proceso, los miembros involucrados pierden cierto sentido de
identidad, de seguridad y de reconocimiento ante la sociedad, lo que se constituye
en múltiples pérdidas, que cada una de las partes asumirá de manera diferente. La
pareja emprende una etapa de distanciamiento, a la vez que tratan de reconstruir
su definición de padres, enfrentando, por norma general, procesos judiciales sobre
la tutela y visitas de los infantes. Pese a esto y a la supervisión de la separación o
disolución conyugal, el conflicto tiene que llevarse con cuidado, generalmente
cuando la violencia ha sido un factor de disolución, dado que en esto se agudiza la
asimetría de género, la coacción y nuevas formas de exhibir la violencia de género.
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En atención a lo anterior, la separación exacerba la violencia hacia la mujer,
aumentando significativamente las agresiones psicológicas, físicas y sexuales, con
una constante escalada de amenazas, acoso, que se intensifican durante la
separación. A esto se suma la presión económica ejercida sobre la mujer, siendo
una forma de violencia económica que se refiere a cualquier acción que afecta la
estabilidad y supervivencia monetaria, limitando la administración de sus bienes e
ingresos, de la parte correspondiente por la separación, privando el acceso a su
patrimonio, bienes e inmuebles, bien sea mediante coacción o utilizando otros
medios de control y de retención de sus recursos (Córdova, 2017).
Es destacable que, a pesar de los múltiples obstáculos para llegar a consumar
la separación conyugal, esto ha sido posible gracias al empoderamiento femenino
y a las transformaciones sociales que han generado una nueva mentalidad y marcos
ético-legales que respaldan el sentir y el pensar de la mujer desde ópticas
diferentes: En primer lugar, se da un desprendimiento de la visión tradicional de
familia patriarcal, con asignación de roles estereotipados, que exigen la sumisión
de la mujer; en segundo lugar, el acceso al trabajo por parte de la mujer, ha tenido
beneficios, como la independencia económica y la libertad financiera con respecto
a su pareja; por último, los avances en materia de igualdad de género y la inclusión
de la mujer en los puestos de trabajo, en igualdad de condiciones que el hombre,
lo que ha representado un proceso de transformación permanente, que dignifica su
condición femenina y que le brinda la autonomía necesaria para decidir sobre la
disolución de una relación (Eguiluz, 2004).
Como puede apreciarse, la separación conyugal no es el fin de los patrones
de agresión de la pareja hacia la mujer, esta puede continuar en la vida diaria, en
las disputas por la custodia infantil, en la repartición de bienes, en la falta de apoyo
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paternal, económico, en materia de salud o educativo, entre otros. Por tanto, los
instrumentos jurídicos deben velar por brindar respaldo a las víctimas de abuso
doméstico posterior a la separación, mediante acciones o programas que puedan
brindar apoyo para finiquitar esta patología social.
3. Divorcio en perspectiva de género
El divorcio ha sido una de las conquistas más significativas de las luchas
feministas y de los enfoques de género, lo que devuelve a la mujer la libertad de
tomar decisiones sobre su vida, su cuerpo y su sexualidad. Con el transcurrir del
tiempo, se han regularizado los instrumentos legales que le permiten mantener su
patrimonio, garantizar el bienestar de sus hijos y vivir una vida libre de violencia
doméstica.
En la perspectiva de Tamez y Ribeiro (2016)), el divorcio es la disolución
definitiva de la unión conyugal, lo que faculta a las partes a volver a casarse. Desde
la dimensión sociológica, el divorcio es un fenómeno social, demográfico, que se
caracteriza por su aumento considerable en los últimos años. Si bien se trata de
una actividad legal, tiene repercusiones macrosociales y microsociales.
En el primero de los casos, se encuentra asociado a los cambios suscitados
por la transición del matrimonio a la separación, que incluye la transición
demográfica al migrar de escuela, de inmueble, de trabajo, de lugar de habitación
de los hijos, de cambios en las dinámicas familiares. A nivel microsocial, el
divorcio alude al proceso de ruptura, a la formación de familias reconstituidas y
monoparentales, pero también evidencia una nueva etapa de lucha de la mujer ante
los escenarios desiguales post separación.
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Como tal, el divorcio voluntario ha tenido aumento en los índices
latinoamericanos, lo que deja ver la preferencia de evitar las disputas internas a
nivel doméstico y las disputas legales, mediante intervención de órganos
judiciales. En este sentido, es la mujer la que, mayoritariamente, da inicio a los
procesos de disolución conyugal, sin perder de vista que en estos procesos se
mantienen las desigualdades de género, las diferencias estructurales dentro de la
sociedad, que privilegian visiones patriarcales y normativas, que lesionan la
integridad femenina.
De acuerdo a lo planteado por Mancera (2023), el divorcio ha tenido una
constante evolución, que va desde la falsa igualdad y de oportunidades. En otras
palabras, el divorcio es visto como un principio dispositivo, donde las partes
avanzan, esperando el dictamen sobre el mismo, pensado para un contexto donde
la elección de la mujer estaba sujeta a las normas patriarcales, a la voluntad del
padre o esposo; por ende, su participación era nula, hasta llegar a procesos legales
igualitarios y asequibles, reivindicando la condición de la mujer ante la separación.
Esto se deja ver en la resolución de divorcios con sentencias basadas en la
perspectiva de género, donde este enfoque puede ser utilizado para identificar los
condicionamientos estructurales que generan desventajas jurídicas para las
mujeres. Sirve como herramienta para denunciar las asimetrías de poder, la
violencia enmarcada en el género, los posicionamientos de desigualdad y
discriminación ante la ley. Entendido de esta manera, la inclusión de la perspectiva
de género integra la visión de las víctimas que han sido vulneradas de sus derechos,
privadas de relaciones familiares sanas, violentadas en su cuerpo y sexualidad,
producto de los estereotipos patriarcales imperantes (Pellegrini, 2022).
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Es así que el enfoque de género ofrece claridad en el marco jurídico,
extendiendo la comprensión de la idea de matrimonio y divorcio, el desarrollo de
estos procesos y la construcción de sentencias basadas en la consideración de cada
una de las partes, sin perder de vista los alcances de la ley y la evidencia empírica
de la cual puede desarrollarse un protocolo para denunciar la violación los
derechos de la mujer, en cuanto ha si sido víctima de asimetrías de poder por parte
su pareja, si ha sido privada de su patrimonio y bienes, si han persistido agresiones
que lesionen su independencia económica, entre otros aspectos.
Conclusión
El artículo deja en evidencia las interconexiones existentes entre las
relaciones conyugales, la violencia doméstica y la separación, divorcio o
disolución conyugal. Por medio de un análisis cualitativo e interdisciplinar, se han
analizado estas categorías, destacando sus implicaciones sociales y la presencia de
las asimetrías, inequidades y estructuras viciadas de poder dentro de la sociedad.
Resulta notorio que la violencia de género, en sus diversas manifestaciones,
entre las que se incluye la violencia doméstica, continúa siendo un problema de
salud pública, una violación a los derechos humanos, un retroceso en cuanto a las
metas fijadas por organismos internacionales, en cuanto a las conquistas de los
movimientos feministas, entre otros aspectos. En medio de esta discusión, la
disolución conyugal representa una conquista para la mujer, un finiquito a las
relaciones de abuso por parte de su agresor, sin perder de vista que este proceso
puede agudizar y profundizar las tensiones preexistentes.
Independientemente de ello, los estudios de género, señalan la relevancia de
esto, al emplazar a la mujer hacia la toma de conciencia de sí, de su libertad,
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invitándole a empoderarse y a decidir sobre su cuerpo y su sexualidad. Empero,
aún queda camino por recorrer, para avanzar en las legislaciones y en los enfoques
políticos sobre la igualdad de género.
Es necesario continuar denunciando la violencia de género y la violencia
patriarcal, promoviendo relaciones equitativas, justas, mejorando los sistemas de
apoyo a las víctimas, desde todos los ámbitos sociales: legales, jurídicos, éticos,
sociológicos, psicológicos, educativos, sanitarios, entre otros. Asimismo, se
destaca la necesidad de fortalecer las políticas públicas en perspectiva de género,
sensibilizar la educación sobre el tema, aupar el empoderamiento económico de la
mujer, diseñar programas de prevención y atención temprana a la violencia
doméstica, llevar a cabo campañas de sensibilización, interconectar los sectores
sociales, como la sociedad civil, las empresas, universidades, con el fin de abordar
de manera integral los problemas de violencia de género en el matrimonio y en los
procesos de disolución conyugal.
Finalmente, esta investigación recalca en la importancia de abordar esta
problemática desde enfoques integrales, holísticas, colaborativos, con el objetivo
de favorecer el cambio social y la construcción de sociedades justas y equilibradas,
con una perspectiva para un futuro libre de violencia de género.
Referencias
Abelleira, Hilda (2006). Divorcio y violencia en los vínculos familiares.
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