ISSN 2660-9037
LA IDEA DE NACIÓN EN LAS FUENTES DEL
MUNDO AMERICANO INDEPENDIENTE
Carlos Alberto Navarro Fuentes*
RESUMEN
Entre una ola de nacionalismos populistas de derecha, de izquierda y gobiernos tecnocráticos, la historia de la
‘Nación’ en medio de la complejidad que la globalización y la crisis de la democracia aportan al escenario de las
humanidades y las ciencias sociales, resurge el interés en pleno siglo XXI por el estudio crítico de cómo cobró
forma y aportó sentido y signicado a la identidad de los pueblos ávidos por hacer valer su independencia
recién lograda del poder europeo, en torno a la idea de ‘Nación’. El objetivo fundamental de este trabajo es re-
exionar sobre los discursos más importantes que conformaron el inicio de la ‘Nación’. Lo anterior, atendiendo
las fuentes y documentos historiográcos más importantes del siglo XIX, escritos por los autores que hoy día se
consideran los ‘padres’ de las ‘historias nacionales’, como Lucas Alamán, Francisco Adolfo de Varnhagen, José
Manuel Restrepo y Bartolomé Mitre.
Palabras clave:
Historia nacional, carácter nacional, mundo atlántico, nacionalismo, organismo-nación.
THE IDEA OFNATION IN THE SOURCES OF THE
INDEPENDENT AMERICAN WORLD
ABSTRACT
Between a wave of populist nationalisms of the right, of the left and technocratic governments, the history of
the ‘Nation’ amid the complexity that globalization and the crisis of democracy bring to the scene of the huma-
nities and social sciences, interest resurfaces in the XXI century for the critical study of how it took shape and
contributed meaning and meaning to the identity of peoples eager to assert their newly achieved independen-
ce from European power, around the idea of ‘Nation’. The fundamental objective of this work is to reect on the
most important speeches that shaped the beginning of the ‘Nation’ by taking into account the most important
sources and historiographic documents of the 19th century, written by the authors who today are considered
the ‘fathers’ of ‘national histories’, such as Lucas Alamán, Francisco Adolfo de Varnhagen, José Manuel Restrepo
and Bartolomé Mitre.
Keywords:
National history, national character, atlantic world, nationalism, organism-nation.
Recibido: 05/06/2021
Aceptado: 30/09/2021
CLÍO: Revista de ciencias humanas y pensamiento crítico
Año 2, Núm 3. Enero / Junio (2022)
pp. 98-117
* Posdoctor en Estudios Sociales en la Universidad Autónoma Metropolitana; Doctor en Humanidades en el Tec
de Monterrey; Doctor en Teoría Críca en el 17, Instuto de Estudios Crícos; Diplomado en Historia de México
en la UNAM. Actualmente es profesor de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí (UASLP, México). Correo
electrónico: betoballack@yahoo.com.mx. hps://orcid.org/0000-0003-4647-9961.
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INTRODUCCIÓN
Las ‘historias nacionales’ de las naciones latinoamericanas como México, Brasil,
Argentina y Colombia, son revisadas a partir de considerarles propiamente un géne-
ro literario: el género historiográco, estructurado a partir de sus fuentes primarias
bajo las ideas de ‘origen’ y ‘destino’ históricos, tomando en cuenta la existencia de un
‘carácter o genio nacional’. Se concluye que las ideas historiográcas predominantes
que dieron nacimiento a la idea de ‘Nación’ en la América Independiente, estuvieron
fuertemente inuenciadas por las miradas losócas y humanistas más importantes
de la Ilustración, el Romanticismo y las ideas liberales del siglo decimonónico.
CONDICIONES DE POSIBILIDAD DEL SURGIMIENTO DE LAS
HISTORIAS NACIONALES EN EL MUNDO ATLÁNTICO (EUROPA
OCCIDENTAL Y LAS AMÉRICAS)
La preocupación por la cuestión de la nación atraviesa por diferentes tipos de na-
rrativas: historiográcas, literarias, políticas, estéticas, entre otras. La globalización la
habría de develar como posibilidad para la población local para hacerle frente a esta
misma, incluyendo sus intenciones homogeneizantes y justicantes del supuesto ‘n
de la historia’ que acompañan al correlato del capitalismo transnacional y neoliberal
de nales del siglo XX y principios del siglo XXI. Pero antes, luego de la rma de la Paz
de Westfalia (1648) y el surgimiento del Estado-nación, las nacionalidades europeas
(civilizaciones) habrían de elevar sus horizontes históricos hacia afuera del conti-
nente europeo -como parte de Europa- como necesidad espacial vital (
Lebensraum
),
indispensable para su progreso y la compartición de los otros no como comprensión
e inclusión del otro, sino como negación y aculturación violenta y represiva del otro:
Visión Atlántica de América Latina.
A partir del siglo XVI, en gran parte debido a los nuevos territorios ‘descubiertos’
y conquistados por las potencias europeas en ultramar, como fue el caso de parte
del continente americano por la espada y la cruz ibéricas, el mundo conocido y aquél
por conocer entraron en crisis. En Europa, las ideas liberales en parte producidas
por los nuevos conocimientos que verían su mayor fuerza y apogeo a partir del Re-
nacimiento (siglos XV-XVI), la Reforma Protestante (siglos XVI-XVII), la Ilustración (si-
glos XVII-XIX), la Revolución Industrial (siglos XVIII-XIX), la Revolución Francesa (siglos
XVIII-XIX), entre otros, en el caso español y lusitano, provocarían un cisma al interior
del imaginario social de la época, más tradicional culturalmente en el sentido reli-
gioso y socio-institucional que en los casos vecinos de los reinos de Italia, Alemania,
Francia, Inglaterra y los Países Bajos. El proceso cultural y cientíco que trajo la con-
cepción racionalización-secularización frente a la tradición religiosa y teológica en la
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península ibérica, cuya predominancia había impulsado la conquista y dominio de
los territorios americanos, afectaba no solo el interior de los estados imperiales de
España y Portugal, sino también los vastos dominios que ambos poseían en América.
No obstante, como arma Isaiah Berlin: La Ilustración no fue, como a veces se man-
tiene, un movimiento de tipo uniforme en el que todos sus miembros creían, apro-
ximadamente, en las mismas cosas. Las posiciones sobre la naturaleza humana, por
ejemplo, dirieron considerablemente […] El hombre requería una disciplina rígida
para poder al menos enfrentarse a la vida” (Berlin 2015, 47).
Los grandes movimientos que se produjeron en Europa a partir de lo que se
conoce como el n del Medioevo, y el ascenso de nuevas clases y estamentos socia-
les conuyeron en cambios signicativos en torno al acceso y el manejo del poder,
además de que las mismas relaciones que establecían los pobladores en ambos
lados del mundo acerca del tiempo y el espacio, la relación con la naturaleza y el
conocimiento, les plantearon la necesidad y la posibilidad de repensar el tipo y fun-
cionamiento de las instituciones existentes, las formas de producir e intercambiar,
el modo de organizarse socialmente, entre muchos otros cambios que necesaria
y voluntariamente habrían de suscitarse en las próximas décadas, y que tradicio-
nalmente se encontraban bajo el control de la Iglesia y la monarquía. Isaiah Berlin
arma que,
El giro particular que le dio la Ilustración a esta tradición consistió en señalar que las respues-
tas no podían obtenerse por muchos de los medios tradicionales seguidos hasta el momento
[…] La respuesta no puede obtenerse por revelación, ya que las diferentes revelaciones de
los hombres parecen contradecirse entre sí. No se puede llegar a ella por tradición, ya que
puede demostrarse que la tradición es con frecuencia engañosa y falsa. No puede obtenerse
por dogma, o por la introspección individual de hombres pertenecientes a un grupo privile-
giado, ya que demasiados impostores han usurpado dicha función; y así sucesivamente. Hay
solamente un modo de descubrir estas respuestas, y es gracias al uso correcto de la razón,
deductivamente como en las ciencias de la matemática, inductivamente como en las ciencias
de la naturaleza (Berlin 2015, 44-45).
El origen y sobre todo la idea sobre el posible origen de la “Nación”, tendría un
‘fundamento’ de carácter romántico basado en una nueva concepción de la reali-
dad y una nueva sensibilidad frente a ella, tomando distancia crítica respecto del
racionalismo y la nueva cienticidad en expansión. La realidad a diferencia de lo
que fue durante la mayor parte de la Edad Media, se concebía como cambiante, en
ujo permanente y constante devenir, de hecho, por esta época se escribirían las
primeras ‘losofías de la historia’. La vida resulta tan diversa y heterogénea como los
misterios del cosmos y las contradicciones de la existencia. Cada componente de la
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realidad, como pueblos, comunidades, costumbres, tradiciones, estas, ritos, entre
otras cosas, resultan valiosas en mismas. Frente al racionalismo de la Ilustración, el
Romanticismo arma que el mundo no solo se conoce a través de la razón, la lógica
y la ciencia, sino también a partir de la intuición, los sentidos y los sentimientos. Una
nueva valoración se estaba proyectando sobre el mundo, interesada por lo particu-
lar, lo común, lo propio, lo del pueblo y lo ‘siempre-allí’. Por ejemplo: ¿cuál sería el
origen y el destino, el carácter especíco y diferenciado del pueblo, de la comunidad
y su ‘ser histórico’ que lo dene y distingue del resto como entidad individual confor-
mada por iguales entre sí y diferente de los otros, es decir, de “Nación”?
El horizonte ‘atlántico’ del siglo XVIII se caracteriza mayormente por la existencia
de monarquías absolutistas, las cuales como imperios rigen sobre estados pluriét-
nicos rara vez contiguos, fundados en regímenes clasistas y basados en el color de
piel y origen social, diferencias acentuadas en virtud de las restricciones comerciales
impuestas por el gobierno imperial y los nuevos avances en las comunicaciones,
empleados como pretexto para ejercer la violencia y su autoridad en contra de todo
aquello que va o podría ir en contra de los intereses enmarcados en la simbiosis de
los poderes religioso y político, frente a la amenaza que les signica de acuerdo a su
propia interpretación la fuerza y velocidad con la cual se expanden en el ‘centro’ y
la ‘periferia’ las ideas de la Ilustración y el liberalismo, llevando por seguridad al rey
de Portugal a exiliarse de su país en Brasil por miedo a la inminente revuelta que se
cierne no solo en su país, sino en otras partes de Europa. España tiene territorios en
Italia y América; Portugal en la India y en América; Italia en Etiopía y otras partes de
África; Austria-Hungría en parte de Polonia y Rumania. En esta suerte de relaciones
espaciales no coinciden los gobernantes y los gobernados. Los primeros no hablan
la lengua de las colonias conquistadas.
La riqueza que proporcionaban las colonias a las potencias europeas produciría
un reordenamiento de los poderes y jerarquías en el concierto europeo de las na-
ciones, aumentando la competencia entre estas y las relaciones que estas mismas
mantenían con sus colonias. Ante el panorama anterior y como consecuencia de
este, una serie de movimientos revolucionarios de independencia se cernían sobre
el poder imperial: la Revolución en la Norteamérica británica (1775-1783), la Revolu-
ción Francesa (1789-1799), la Revolución de Saint-Domingue (1791-1804), las Revo-
luciones de la América española (1810-1826) y la Revolución de la América portugue-
sa (1817-1824). ¿Qué tuvieron todos estos movimientos en común?
Los debates y ‘libelos’ que los produjeron y/o a los que dieron estos lugar, se en-
contraban permeados de los debates, problemáticas y discursos más signicativos
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que llenaban los salones y ediciones de obras de los ilustrados más importantes del
periodo histórico en cuestión, en particular aquellos que hablaban sobre la libertad,
la igualdad, los derechos individuales inalienables, la esperanza de las reformas so-
ciales y la emancipación humana, y el republicanismo (Voltaire, Rousseau, Condorcet,
Montesquieu, Hume, Paine, Kant, entre muchos otros). Los conictos europeos de
carácter bélico en el Viejo Continente también inuyeron de manera importante en
el imaginario cultural que trajeron por un lado, las luchas independentistas de las na-
ciones americanas; y, los debates sobre la conformación y organización constituyen-
te de las nuevas naciones independientes, como: las Guerras Napoleónicas, aquellas
entre Inglaterra y Francia; Inglaterra y España; Prusia y Francia; entre muchas otras
contiendas ocurridas en aquellas época, incluyendo el rol que la Iglesia católica y el
Vaticano jugaron en dichas disputas, por otro lado.
Todas las naciones americanas en conformación aprovecharon la coyuntura en la
que las naciones europeas se encontraban, las cuales trajeron crisis económicas en
ambos lados que, además de incrementar el yugo sobre las poblaciones en la periferia,
les incapacitaba para reamarse con éxito y defenderse de las otras potencias tanto en
el espacio europeo, como con relación a los intereses coloniales, perdiendo así la poca
legitimidad que les restaba. Aunado a lo anterior, las ideas ‘modernas’ nutrieron el ima-
ginario en el que la independencia, la autonomía y la libertad no podían seguirse poster-
gando, conuyendo en la conformación de una clase social ilustrada, ya civil, ya militar, y,
en no pocas ocasiones, pertenecientes al clero, dispuestas a luchar por la ‘Nación’. Los
ejércitos independentistas, en unos casos más que en otros, siempre estuvieron llenos
de desacuerdos, intereses, conictos internos y traiciones, antes, durante y después de
lograr la soberanía nacional respecto de la Corona. Para Benedict Anderson:
Si los indígenas podían ser conquistados por las armas y las enfermedades, y controlados
por los misterios del cristianismo y por una cultura completamente ajena (así como por una
organización política avanzada para la época), no ocurría lo mismo en el caso de los criollos,
quienes tenían virtualmente la misma relación que los metropolitanos en cuanto a las armas,
las enfermedades, el cristianismo y la cultura europea. En otras palabras, los criollos dispo-
nían en principio de los medios políticos, culturales y militares necesarios para hacerse valer
por sí mismos. Constituían a la vez una comunidad colonial y una clase privilegiada. Habrían
de ser económicamente sometidos y explotados, pero también eran esenciales para la esta-
bilidad del imperio (Anderson 1993, 92-93).
Los historiadores nacionalistas van a basarse en la metodología de la critica de
fuentes históricas que formaban parte de la tradición desde los monjes de las ór-
denes de la Edad Media. Entre los siglos XVIII y XIX, se torna necesario legitimar el
discurso sobre la nación a través de las fuentes documentales seculares y diplomá-
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ticas de forma crítica, ya no considerándose válidas las otras consideradas como
autoridad única, de carácter teológico, religioso o providencialista: ‘Toda nación tiene
una misión que cumplir’. Más que una abdicación de la cultura cristina, lo que ocurrió
en cierta medida y no como totalidad fue una transguración de ideas, tales como
la de dios y la salvación al nal de los tiempos en progreso, éxito y riqueza en la vida
mundana; o, la de providencia en civilización. Durante el siglo XIX, el tiempo asume
una importancia que anteriormente nunca había tenido, estandarizándose con las
implicaciones sociales y políticas que ello implicaba para el comercio, la diplomacia,
la administración, entre otros ámbitos, tan es así, que se producen relojes masi-
vamente en el centro de Europa. Kant, Newton y posteriormente Heidegger, entre
muchos otros van a dedicar parte importante de su losofar a este tema. La socie-
dad del
ancien régime
parecía quedarse atrás más por los desarrollos en la ciencia y
la tecnología que por virtudes y clarividencias morales o políticas. Arma Anderson:
El liberalismo y la Ilustración ejercieron claramente un efecto poderoso, sobre todo prove-
yendo un arsenal de críticas ideológicas contra los imperiales ancienes régimes. Lo que estoy
proponiendo es que ni el interés económico, ni el liberalismo o la Ilustración, podrían haber
creado por sí solos la clase o la forma de la comunidad imaginada que habrá de defenderse
contra las depredaciones de estos regímenes; dicho de otro modo, ninguno de estos con-
ceptos proveyó el marco de una nueva conciencia -la periferia de una imagen que apenas se
distingue- por oposición a los objetos de su agrado o aversión (Anderson 1993, 101).
Pero la verdad es que las sociedades posrevolucionarias quedaron algunas de
ellas en un estado económico crítico y socialmente lleno de inestabilidad, con una
infraestructura en ruinas y el campo improductivo, tal fue el caso de Haití. Conictos
interestatales e intereses de los caudillos a nivel regional complicaron el surgimiento
de la ‘Nación’ bajo la idea de unidad e identidad general. Lo anterior, resultó en no
pocas ocasiones, en provincialismos, desincorporaciones, disgregaciones, desplaza-
mientos poblacionales, desterritorializaciones y otro tipo de conictos bélicos con
disputas y pérdidas de soberanía y de vidas de por medio, organizados y encabeza-
dos por burguesías criollas incipientes, lo cual a su vez con las complicaciones evi-
dentes que lo anterior conlleva en el desarrollo factual de regímenes democráticos
duraderos y estables, necesarios para el establecimiento y la identicación con lo
que denominarse una auténtica ‘Nación’. Pero ¿qué es una ‘Nación’?, y ¿qué papel
juega la historiografía en el nacimiento del concepto de ‘Nación’?
LA NACIÓN COMO PROBLEMA
Para contestar esta pregunta resulta necesario describir las condiciones de po-
sibilidad y las principales consideraciones que denieron la historiografía del siglo
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decimonónico. Para Herder, ‘A cada pueblo corresponde una nación’, mientras para
Renan, ‘La nación es un problema dado’. Para Elías Palti,
La idea moderna de nación tendría, en realidad, un doble origen, lo que da lugar a una anti-
nomia de la que, alegadamente, resultamos aún herederos. Usualmente se distinguen dos
ideas modernas de nación, cuya oposición atravesaría todo el pensamiento occidental hasta
nuestros días. Una correspondería a la Ilustración, la otra emergería con noción herderiana
Volkgeist o ‘espíritu del pueblo’. La primera inscribe la nación dentro de una perspectiva arti-
cialista según la cual se funda en un vínculo contractual. La segunda, en cambio, concibe a las
naciones como entidades objetivas, independientes de la voluntad de sus miembros. La idea
ilustrada dene así un contexto democrático y se proyecta en un horizonte cosmopolita, en
el que las naciones tenderían históricamente a fusionarse en una única comunidad sostenida
en los principios universales de la razón. Por el contrario, la idea romántica primero formu-
lada por Herder […] imagina las naciones como totalidades orgánicas, discretas y singulares
(inconmensurables entre sí), y organizadas en su interior jerárquicamente (Palti 2003, 29).
Podemos hablar entonces de dos tipos de deniciones modernas sobre la “Na-
ción”. Una que llamaremos ‘cultural’, y que considera que un grupo de seres huma-
nos, habitantes de un territorio especíco, comparten un sistema de ideas, signos,
comportamientos y modos de comunicación, el cual los distingue de otros grupos
humanos. La segunda la llamaremos ‘voluntarista’, en la cual un grupo de seres hu-
manos habitantes de un territorio especíco, desean persistir como comunidad,
esto es, que reconocen derechos y obligaciones mutuos, los cuales los distinguen
de aquellos seres humanos que no son miembros de dicha comunidad. En común
ambas deniciones consideran que una ‘Nación’ es una unidad cultural políticamen-
te homogénea, es decir, una comunidad histórica conformada entre los siglos XVIII
y XIX, de lo cual se ocupan de manera importante pensadores como Ernest Gellner,
Benedict Anderson, Erich Hobsbawm y Guy Hermet, entre otros. Estos autores con-
sideran que una ‘Nación’ contiene un sistema económico industrial en fases diver-
sas de desarrollo orientado hacia el crecimiento y la innovación, el cual a su vez se
encuentra necesitado de recursos humanos racionales, ecientes y móviles. Dicho
sistema está organizado en torno a un Estado centralizado territorial y políticamente,
en parte edicado sobre el deterioro de la legitimidad dinástica fundada en el dere-
cho divino y una burguesía consolidada o en proceso de consolidación empeñada
en hacerse del poder soberano del estado. Es en la entrada del siglo XIX que surgen
los nacionalismos siendo estos variados y diversos los modelos, ya diferenciados de
los modelos mecanicistas que prevalecieron durante el siglo XVII. Los modelos de
‘Nación’ en el sentido con el cual los conocemos hoy en día nacen también en este
siglo decimonónico, principalmente fundamentados en las ideas sobre la ‘losofía
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de la historia’ de corte racionalista (ilustrada) que está corriendo en esa época, poco
preocupada por lo particular y más bien basada en valores -y pretensiones- univer-
salistas (Voltaire, Gibbon, Clavigero, etc.).
Sin las condiciones anteriores, las culturas homogéneas, estandarizadas y cen-
tralizadas no podrían haber prevalecido sobre poblaciones enteras, algunas veces
dispersas sobre el territorio, ni habérseles asumido con repositorio de la legitimidad
política y jurídica. Para este momento, principios losócos, metafísicos, políticos,
morales y económicos que habían perdurado en el tiempo sustentando la llamada
tradición, habían comenzado a cimbrarse y muchos de ellos, quedarían atrás por
completo sin necesidad ni posibilidad de recuperación, mientras que otros opon-
drían fuerte resistencia al cambio. El Romanticismo mismo es de naturaleza híbrida
en el sentido de su pluridiscursividad. Elías Palti, haciendo una sumarización clave en
los estudios sobre el Nacionalismo, considera que, entre los historiadores de este
concepto, algunos
Lo denen en términos de una oposición entre los nacionalismos en países de ‘alta’ y ‘baja’
cultura (Plamenantz, 1973; Gellner, 1992), u Occidentales y Orientales (Hayes, 1926; Kohn,
1982), o nacionales ‘nuevas’ y ‘antiguas’ (Seton-Watson, 1977). Otros (Ma, 1992; Snyder, 1954;
Hobsbawm, 1991) distinguen entre un nacionalismo con bases estatales e integrativo (los ‘na-
cionalismos ociales’) y un nacionalismo ‘mentalmente construido’ y esencialmente pertur-
bador (disruptive) (los ‘pequeños nacionalismos’). Finalmente, algunos autores, como Edward
Hallett Carr (1945) y Snyder (1954), a n de dar un sentido más claramente histórico a estas
tipologías, introdujeron en ellas una dimensión temporal, lo que resultaría en una periodiza-
ción (luego retomada, entre otros, por Hobsbawm) de acuerdo con la cual, en líneas genera-
les, en los siglos XIX y XX primarían, respectivamente, una y otra variante de nacionalismo. En
todos los casos subyace una misma matriz de pensamiento: a un nacionalismo progresista y
democrático de raíces iluministas se opondría un concepto autoritario y reaccionario fundado
en un ideal social organicista (que habría surgido originalmente a nes del siglo XVIII o co-
mienzos del siglo XIX como reacción a las visiones atomistas o mecanicistas de la Ilustración)
(Palti 2003, 30).
Como puede observarse en lo que Palti nos menciona en la cita anterior, la histo-
riografía no solo no se basta a sí misma como ‘ciencia de la historia’ para delimitar y
denir con precisión un concepto tan llevado y traído como los de ‘Nación’ y ‘Nacio-
nalismo’, sino que además se trata de ideas plurales y relativas que se han visto seve-
ramente inuidas por variables culturales endógenas y exógenas con el paso de un
siglo a otro, y con el salto de un espacio geográco a otra en función de las mentali-
dades predominantes en cuestión. La discusión sigue abierta y lejos de concluir, tan-
to como que, en realidad la Racionalización (Industrialización y Revolución Francesa)
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y el Romanticismo tienen más en común que en contra. La tradición historiográca
aparecía incapacitada para dar cuenta de la nueva realidad política y social surgida
de las revoluciones atlánticas de nales del siglo XVIII y principios del siglo XIX. Esta
ya no servía para explicar los grandes cambios y las particularidades y singularidades
locales, regionales y microhistóricas de la pluralidad cultural y la fragmentariedad
social que habitaba en el continente americano. Lo anterior, sin dejar de reconocer
que esta dicultad venía acompaña en paralelo de una valoración romántica por lo
particular, por la cultura propia: ‘el carácter’ o ‘genio’ de cada pueblo.
Considera Palti que “ni el Iluminismo negaba la diversidad cultural, ni el Roman-
ticismo negaba la unidad esencial del género humano. Plantear en estos términos
antinómicos la diferencia entre ambos resulta groseramente simplista, además de
servir de base y conducir a toda suerte de anacronismos” (Palti 2003, 34). Lo que
parece encontrarse fuera de dudas es que el ‘Nacionalismo’ se trata de un discurso
fundado en una teoría de legitimación política que sostiene que los límites étnicos
dentro de un estado (territorial) no deben separar a los detentores del poder político
respecto a los que no lo tienen. No se puede hablar de este concepto sin tomar en
consideración factores heredados culturalmente como lenguas, símbolos, relatos,
historias, instituciones, entre otros. Es precisamente aquí en donde la historiografía
nacionalista va a surgir en América Latina, embriagada de conictos políticos, socia-
les, económicos, identitarios, culturales de muy diverso talante, que arrastran ten-
siones y problemáticas que las nuevas -a veces no tan nuevas- cúpulas en el poder
tendrán que enfrentar para intentar lograr una cierta unidad que pueda dar lugar a
la concepción de algo denominado: Nación. Lo anterior, conuyó en nuevas guerras
intestinas, como revoluciones, guerras civiles, familiares o entre comunidades, todos
estos conictos enmarcados invariablemente en disputas por el poder, donde el te-
rritorio, los recursos naturales (minas, comercio, agricultura, etc.) y la apropiación
de símbolos siempre jugaron un papel protagónico. La labor relativa a la ‘invención’
de un ‘carácter nacional’ -una vez alcanzada la Independencia- por parte de las na-
ciones americanas entraba en vigor, poco tiempo había existido para prepararse y
disponerse a pensar sobre ello, y menos para llegar a un consenso sólido. Para Palti
La idea iluminista de nación no era menos organicista que la romántica, solo que se fundaba
en un concepto distinto de organismo. En efecto, toda la historia natural de la Ilustración (el
término biología sólo aparece con Lamarck a comienzos del siglo XIX) se sostenía en la idea
preformista de ese concepto. De acuerdo con dicha teoría, primero formulada por Marcello
Malpighi (1628-1694), si aislamos la hipótesis de una intervención sobrenatural continuada
en el desarrollo de todo organismo, debemos suponer que todos sus estados posteriores se
contendrían en su germen. El proceso de gestación no sería más que un mero crecimiento,
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producido por la ingestión de alimentos, de rasgos depositados originalmente en el embrión
(2003, 31-32).
Ya Alexander von Humboldt -entre otros- utilizaba los términos de ‘forma orgáni-
ca’, anteriormente empleados por Herder, como ‘ideas eternas’, ‘fuerzas’, ‘tendencia’,
haciendo alusión a instancias de carácter universal de origen externo, en donde la
losofía dictaba un n a los eventos que en el devenir habrían de convertirse en he-
chos históricos. Por lo que como arma Francisco Vázquez: “Esto signica considerar
la historia como un proceso ya terminado, agotar su devenir en una racionalidad
postulada por el lósofo que conoce por tanto reexivamente, el sentido y el n del
proceso histórico” (1989, 23). Burckhardt por su parte, se opone por completo a esta
concepción de la historia en sus
Reexiones sobre la Historia Universal
(1905), criticando
la postura hegeliana que dota a los hechos históricos de un plan universal trazado
con anterioridad a su acontecer por la mente del lósofo, oponiendo así, los intere-
ses de la losofía con los de la historia. A juicio de Vázquez, en “Ranke, Droysen, y
en cierto modo Burckhardt, esta identidad de presente y pasado adopta la forma de
un postulado teórico; la noción de ‘continuidad’ se convierte prácticamente en un ‘a
priori’ de la investigación histórica” (Vázquez 1989, 24).
El carácter de toda civilización cambia con el tiempo. No es inmutable. Compren-
der esto implicó un viraje en la manera en la cual se realizaba la práctica historiográ-
ca. Los pueblos exigían reconocimiento, por un lado, pero también, que el nuevo
relato sobre ellos tomara en cuenta su existencia como algo originario, producto
de mutaciones históricas y a la vez respetando como algo esencial el ‘carácter’ del
pueblo o nación. Tanto la historiografía nacionalista como la novela histórica están
en el mismo régimen y registro lingüístico, aunque atiendan a discursos distintos. La
primera, recupera el interés por el carácter del pueblo/nación
(Volkgeist)
, esto es, un
grupo humano con tradiciones, lenguajes, costumbres, símbolos particulares, entre
otras cosas. Además, considera también que ese carácter nacional ha cambiado a lo
largo del tiempo.
La historiografía nacionalista hace más compleja la idea de carácter nacional al
armar que la nación es una suerte de organismo individual, que posee un carácter
especíco. Dicho carácter se ha expresado históricamente a través de instituciones
políticas especícas: Constituciones, leyes, instituciones, estados, ayuntamientos, ca-
tedrales, entre otras. Para que este ‘organismo-nación’ -de acuerdo con Humboldt-
llegue a formarse requiere tiempo. Este es el objetivo del organismo entero que está
ya presente como semilla -enteléquica y teleológicamente- desde el nacimiento de la
entidad; falta su desarrollo. A través de su historia los pueblos adquieren mayor co-
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nocimiento de su carácter nacional; y, corresponde al historiador descubrir ese ‘ca-
rácter nacional’ a través de los documentos originales, esto es, la revelación histórica
progresiva de dicho carácter. Esta concepción ‘orgánica’ de la ‘Nación’ corresponde
a una imagen muy antropomórca de las ideas de ‘Nación’. Para Lucas Alamán, las
naciones son ‘ideas de Dios’. Este autor mexicano, conservador, dice en las últimas
páginas del volumen V de su
Historia de México
”: “Dios ha ‘sembrado’ en el mundo a
los pueblos; estos poseen un ‘carácter nacional’ que desarrollan en la historia”.
Esta concepción de la ‘Nación’ o pueblos como arma Alamán, tiene relación di-
recta con la comprensión de la Historia como ‘educación del género humano’, en
la que para Agustín de Hipona la historia consiste en la revelación que Dios hace
progresivamente de su Plan a los profetas, quienes lo han plasmado en las sagradas
escrituras, lo cual puede encontrarse citado en su obra “
La ciudad de Dios
”, e ideas
muy similares en otras versiones sobre la Historia de corte romántico e historicista
como las Wilhelm Dilthey y Johann Gottfried Herder. Este último inuiría mucho en
este mismo tema a Humboldt. Esta secularización romántico-historicista de la ‘na-
ción agustiniana’ de la ‘educación del género humano’ a través de su historia, ofrece
a los pueblos el espacio de oportunidad de adquirir mayor conocimiento sobre su
‘carácter nacional’, de su ‘misión histórica’; correspondiendo al historiador descubrir
a partir de los documentos y fuentes originales, la revelación histórica y progresiva
de dicho carácter. ¿En dónde? Investigando en la lengua, las instituciones, la educa-
ción, entre otras fuentes, en las que sea posible ‘revelar’ la ‘Nación’.
En virtud de lo anterior, el pasado se convierte en el futuro del ‘carácter nacional’
en el que los historiadores nacionalistas dan cuenta de la entelequia de la ‘nación-or-
ganismo’. Esta concepción acaba conformando una suerte de ‘losofía especulativa
de la historia’ atenta a dar cuenta de lo que cambia, esto es, servir como una inter-
pretación sistemática de la historia nacional con base en un principio que vincula los
hechos históricos entre sí y los dirige hacia un signicado nal o
telos
. La idea de ‘ca-
rácter nacional’ es lo que aglutina y unica lo que parece no coincidir entre sí. El his-
toriador nacionalista presenta la vinculación contenida en el ‘carácter nacional’ con
la fuerza de su desarrollo pleno y esforzado contra la materialidad que se le opone.
Como ejemplos tendríamos a José Manuel Restrepo en Colombia y a Bartolomé Mi-
tre en Argentina, quienes consideraban a la soberanía el elemento básico de la ‘Na-
ción’. Este último, intentará integrar su discurso nacionalista con añadidos bíblicos
‘revelados’ implícitos sobre el ‘proyecto’ de nacimiento histórico de la ‘Nación’. Para
Francisco Adolfo de Varnhagen, por el contrario, la soberanía no era un elemento
esencial de la ‘Nación’. Dependerá de los ‘principios nacionales’ que ubique cada uno
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de historiadores de la ‘Nación’, para construir y sostener su discurso historiográco
sobre esta. En el caso de Lucas Alamán, la ‘Nación’ mexicana nace gracias a la Con-
quista española, la religión católica y las instituciones que ellos trajeron, incluyendo
la lengua y la civilidad, por un lado; y, el centralismo, como estructura fundamental
para unir e integrar a la ‘Nación’, por otro lado.
Frank Kermode menciona en su obra
El sentido de un nal
de 1983, a propósito de
la idea de ‘Nación’ que, producir o dar lugar y sentido a “’modelos del mundo’ se rela-
ciona con los nales que son concordantes con los comienzos, y sirven para dar sen-
tido a la acción”. La historiografía nacionalista se convierte en un artefacto retórico.
Un instrumento que sirve de guía para que la ‘Nación’ se desarrolle coherentemente.
Para Hayden White, “toda historia expresa los ideales de sociedad del historiador”.
LA IMPORTANCIA DE LAS FUENTES DOCUMENTALES
El concepto de ‘historia’ viene del griego ἱστορεῖν que signica ‘inquirir’ o ‘investi-
gar’. La historia trabaja con fuentes de muy diversos tipos, las cuales dependen en
gran medida de los materiales y las técnicas que existen en un tiempo dado, por
un lado; y, de las concepciones que se tengan del tiempo y la utilidad o nes sobre
la preservación de la memoria predominantes, por otro lado. La noción de ‘fuente’
en el trabajo histórico es un producto más del pensamiento alemán decimonónico,
hoy considerada la materia prima del historiador. “Las ‘fuentes’ aparecen como una
realidad objetiva, nunca elaborada por el historiador, dadas de antemano y alojadas
preferentemente en determinadas instituciones destinadas a su preservación” (Váz-
quez 1989, 28), teniendo como epicentro a la Academia de Berlín y a los hermanos
Humboldt. Los archivos en las bibliotecas y en las universidades, así como las colec-
ciones privadas que algunos eruditos prodigaron, se convirtieron en los recintos de
la producción y el resguardo de la memoria de la humanidad, al menos hasta esa
época, en donde también el trabajo de edición, impresión y reimpresión comenzó a
tener un auge antes nunca visto en la diseminación del conocimiento histórico.
La práctica de la edición contribuyó a renar los procedimientos de crítica histórica. Este -
todo, comenzado en el siglo XVI, se convierte en una técnica depurada a partir de los desa-
rrollos de la lología a comienzos del siglo XIX (Schlegel, Bopp, Niebuhr), y su extensión deni-
tiva a etapas históricas posteriores en los trabajos de Ranke y su escuela (Vázquez 1989, 29).
En la Antigüedad, en donde la tradición oral, el testimonio, la observación directa,
el canto y la lírica constituían los métodos, los modelos y las causas ecientes que
producían las fuentes y los relatos historiográcos, tenemos ejemplos como la “Ger-
mania” de Tácito o las “Historias” de Heródoto. Dice Heródoto en “Eutirpe”, capítulo
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c de sus
Historias
: “De los demás reyes del catálogo decían [los sacerdotes egipcios]
que, no habiendo dejado monumento alguno, ninguna gloria ni esplendor quedaba
de ellos en la posteridad, si se exceptúa el último, llamado Meris, pues este hizo mu-
chas obras públicas […] Tanto fueron los monumentos que a Meris se deben, cuando
ni uno solo dejaron los demás”. O la
Historia de la Guerra del Peloponeso
de Tucídides,
en donde nos dice en el Libro I, capítulo I:
Más en cuanto a las cosas que se hicieron durante la guerra, no he querido escribir lo que
decir a todos, aunque me pareciese verdadero, sino solamente lo que yo vi por mis ojos,
y supe y entendí por cierto de personas de fe, que tenían verdadera noticia y conocimiento
de ellas. Aunque también en esto, no sin mucho trabajo, se puede hallar la verdad. Porque
los mismos que están presentes a los hechos, hablan de diversa manera, cada cual según su
particular ación o según se acuerda.
Y ejemplos más recientes tenemos vastos, por ejemplo, Las “Historias” de Grego-
rio de Tours, en donde encontramos que
En cuanto a los reyes de los francos, muchos ignoran quién fue el primero. En efecto, pese a
que la Historia de Sulpicio Alejandro cuenta muchas cosas sobre ellos, no nombra en abso-
luto a su primer rey, sino que dice que tenían caudillos. Con todo, parece oportuno contar lo
que reere sobre los mismos. En efecto, cuando dice que Máximo, perdida toda esperanza
de poder, permanecía dentro de Aquilea como un loco, añade: Por aquella época los francos,
acaudillados por Genobaudo, Marcomer y Sunnón, se echaron sobre Germania y, tras matar a
muchos mortales en su asalto a la frontera y arrasar comarcas de lo más fértiles, llevaron el temor
incluso a Colonia Agripina. Cuando esto se anunció en Tréveris, los generales del ejército Nannino y
Quintino, a quienes Máximo había conado su hijo pequeño y la defensa de las Galias, reunieron
un ejército y se encontraron en Colonia (Libro II, 9).
Ya en el siglo XVI, tenemos la “Historia de Florencia” de Guicciardini, y en el siglo
XVIII “El siglo de Luis XIV” del ilustrado francés Voltaire. Un extracto del capítulo IV de
esta obra nos dice: “Para darnos a conocer mejor las costumbres del tiempo, reere
que cuando la mujer del gran Condé fue a refugiarse a Burdeos, los duques de Boui-
llon y de La Rochefoucauld salieron a su encuentro a la cabeza de una multitud de
jóvenes gentilhombres que gritaron en sus oídos:
¡Viva Conde!
Agregando una palabra
obscena para Mazarino, y rogándole que uniera su voz a las suyas”. O aquellas que
inquieren en torno a la fundación de la ‘Nación’ en nuestro continente ya en el siglo
XIX, como “La Historia de Méjico” (1849-1852) de Lucas Alamán, “La História Geral do
Brasil” (1853-1857) de Adolfo de Varnhagen, “La Historia de la Revolución de la Re-
pública de Colombia en la América Meridional” (1858) de José Manuel Restrepo o la
“Historia de Belgrano y la independencia argentina” (1856-1889) de Bartolomé Mitre,
entre otras. A partir de aquí, ya no se trabaja sin fuentes. Las Revoluciones Atlánticas
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cambian la forma de escribir historia. Aparece un nuevo personaje: LA NACIÓN, a
partir de la búsqueda de las fuentes donde se encuentran las huellas de su historia y
la legitimidad del poder obtenido durante el siglo XIX. Francisco Vázquez arma que
“en los últimos decenios del siglo XVIII los escritores, artistas, políticos y sabios de
Alemania percibieron la necesidad que tenía el país de poseer un pasado para poder
armarse como nación. En contraste con otras potencias europeas, el fragmentario
país germano parecía carecer de un pasado propio” (1989, 20-21).
Poder trabajar con las fuentes se debe en gran parte a la aparición de los archivos
y su conservación por parte de los burócratas y la diplomacia de los gobiernos abso-
lutistas como los de España y Portugal, por ejemplo. A partir de aquí, los historiado-
res van a escribir sus ‘historias nacionales’. Posturas e interpretaciones chovinistas
y etnocentristas irán de la mano. La historia se convierte en un instrumento de legi-
timación frente al exterior y al interior de la nueva ‘Nación’ para integrar y acumular
en la línea del progreso diferenciado respecto a otras naciones, y por motivos peda-
gógicos e ideológico-políticos. Es el caso de México, Colombia y Argentina. Ascienden
nuevos sectores sociales al gobierno del estado (aristocracias criollas) necesitadas
de legitimidad política, cuyo dominio político y económico ya comenzaban a tenerlo
de alguna manera. Utilizan el discurso histórico sobre la ‘Nación’ para legitimar las
instituciones que están creando, el cual resulta ser muy similar al que el absolutismo
había permitido a que a cuenta gotas fuera asomándose. La Diplomática gana una
importancia mayúscula al interior de las bibliotecas y en la legitimación de los Esta-
dos-Nación y su accionar dentro y fuera.
El discurso nacionalista se nutre del Romanticismo y ciertas posturas esencia-
listas, metafísicas y homogéneas, en donde pueblo y ‘Nación’ prácticamente no se
distinguen entre sí, como resulta en el caso de Thomas Carlyle (1795-1881) y Augus-
tine Thierry (1795- 1856) durante la primera mitad del siglo XIX. El pueblo se concibe
como integrado por la clase media. Durante la segunda mitad de este siglo, pueblo y
‘Nación’ comienzan a diferenciarse, quedando el primero en la parte baja de la socie-
dad, y la segunda en la parte superior. Para entonces se crean los primeros archivos
nacionales y las instituciones dedicadas a la recuperación y estudios de documentos
antiguos. Por ejemplo, la École de Chartres en Francia en 1821, el Archivo General
en México en 1823, el Instituto Histórico y Geográco Brasileiro en 1839, el Archivo
General en Argentina en 1821, la Instrucción de Archivos en la República de Nueva
Granada en 1826. Además, se crean las primeras cátedras de historia en las universi-
dades, y se comienzan a nanciar proyectos para dar a conocer sitios arqueológicos.
El estado es uno de los principales interesados en patrocinar este tipo de proyectos
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en su afán por legitimarse; la música y la literatura no son del todo ajenas a esta
tendencia. De hecho, los intelectuales que comienzan a escribir y a dar clases sobre
historia, son reconocidos poetas o políticos, como Varnhagen y Lucas Alamán res-
pectivamente. La historia va institucionalizándose.
El creciente interés por la historia y la importancia por las fuentes viene acompa-
ñado de la necesidad de la crítica de estas. Unas se conciben como externas, y tienen
como nalidad jar la autenticidad del documento y su pertinencia espacial y tempo-
ral a partir de sus rasgos materiales, incluyendo su lenguaje. Otras son nombradas
como internas, las cuales se reeren principalmente a la interpretación psicológica
del documento y su intencionalidad. Ambas perspectivas críticas asumen un cambio
en la concepción del ‘hecho histórico’. ‘Hechos históricos’ que para teóricos como
Droysen son considerados ‘actos humanos de voluntad’ siempre en reconguración:
“unidades temporales, unidades territoriales, unidades biológicas, unidades espiri-
tuales y personajes históricos” (Droysen 1983, 245-323). Entre otras cosas, se obser-
va una ‘resurrección’ romántica del pasado: intereses, creencias, se le pone ‘carne y
hueso’ a las instituciones del pasado como uno de los objetivos más importantes de
los historiadores, por ejemplo, Carlyle respecto a “Los héroes”. Pero, también con
relación a las tradiciones populares, crónicas e historias antiguas, leyendas y todo
aquello que revelase el ‘modo de ser’ original de una ‘Nación’.
De esta manera nace la ‘ciencia histórica’ como unidad de crítica y narración. Por
ejemplo, los
Relatos de los tiempos merovingios/Consideraciones sobre la Historia de Francia
de Augustin Thierry. En donde encontramos de la mano del autor una explicación
sobre el método historiográco que empleó para la escritura de su obra. Dice Thie-
rry:
Concebido mi proyecto, dos métodos se me presentaron: el relato continuó teniendo como
hilo conductor la sucesión de los grandes acontecimientos políticos, y el relato por trozos o
partes separadas, teniendo cada uno por hilo, la vida o las aventuras de algunos personajes
de su tiempo. No dudé entre esos dos métodos; elegí el segundo de entrada, a causa de la
naturaleza del tema que debía ofrecer en pintura, tan completa y variada, de las transaccio-
nes sociales y del destino de la humanidad en la vida política, la vida civil y la vida familiar;
después, a causa del carácter particular de mi principal fuente de información, Histórica ecle-
siástica de los francos de Gregorio de Tours.
La denición del acontecimiento -para Vázquez- en su doble aspecto de singulari-
dad y universalidad “permite discernir cómo es su atribución, es decir, dónde se sitúa
la clave del ‘hecho histórico’, su signicado […] El ‘acontecimiento’ posee una atribu-
ción externa, es decir, hay que trascender el nivel de la mera singularidad de los fe-
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nómenos para captar sus signicados. Este se localiza en lo que se han denominado
‘totalidades’ o ‘formas orgánicas’” (Vázquez 1989, 25). Tenemos también la “Historia
de Inglaterra” de Thomas Macaulay (1800-1859), escrita entre 1763 y 1783 en ocho
volúmenes. Está basada en acciones de los individuos que están fundamentadas y
condicionadas por las instituciones, las cuales se convierten en sujetos de la historia.
Aquí un extracto del capítulo I de dicha obra:
Con tales sentimientos, ambos partidos han mirado las Crónicas de la Edad Media. Ambos
encontraron oportunamente lo que buscaban, y ambos obstinadamente negaron ver otra
cosa sino lo que buscaban […] Los Tories citaron de los manuscritos antiguos expresiones
casi tan serviles como las que son escuchadas desde el púlpito de Mainwaring. Los Whigs
descubrieron expresiones tan audaces y severas como las que resuenan desde el asiento de
Bradshaw […] pero ambas conclusiones son igualmente remotas de la verdad.
En la
Historia de Portugal
, escrita en 1888 por Alexandre Herculano (1810-1877) y
basada en la
Crónica de Rodrigo
, encontramos el relato de una batalla intestina y di-
nástica por el poder entre Alfonso II y sus hermanas. Leemos de Herculano:
Estaba trabada la lucha [contra sus hermanas]; pero Alfonso II no empleó luego fuerzas
abiertas, porque, tal vez, sintió que sus pretensiones no estaban enteramente justicadas.
Una circunstancia imprevista lo habilitó, a pesar suyo, para darles fundamentos más sólidos,
limitándolas, y para encubrir hasta cierto punto la violencia contra el manto de la modera-
ción. Lo que pasaba en España entre los cristinos y los sarracenos produjo esa circunstancia
favorable […]
Y tenemos en nuestro continente la
Historia de la República Argentina
(1883-1893)
de Vicente Fidel López (1815-1903), en donde ofrece sentido a las instituciones ex-
plicando y justicando acciones políticas de individuos. Allí nos dice en el siguiente
pequeño extracto del Tomo III que
Si esta malhadada tendencia fue culpa, por una parte, de la inexperiencia y de la ignorancia
de los hombres, fue, por la otra, efecto del conicto inevitable de los sucesos, de la fatal
complicación con que se produjeron, los unos a los otros, bajo la ley inexorable de las nece-
sidades inmediatas, sin darse tiempo para tomar pie en un punto de descanso en que poder
sistemar el mecanismo liberal de los Medios (López, 290 y ss.).
Los ejemplos anteriores interpuestos a través de extractos que hoy es posible
leer como trabajos historiográcos legados para ser estudiados en nuestra época,
como parte de la tradición del trabajo del historiador son ejemplos de cómo este
saber se ha constituido y de cómo ha evolucionado según diversos aspectos interre-
lacionados como su producción y diseminación, pero ¿a partir de dónde considerar
que debe comenzar el relato de la ‘Nación’?
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¿DÓNDE COMENZAR EL RELATO DE LANACIÓN?
Partamos de considerar que una narración es un género discursivo con al me-
nos tres elementos que necesariamente tienen que estar presentes: 1) un narrador
(alguien que cuenta que alguien ‘hace algo’; 2) una trama (secuencia o estructura de
la acción); 3) se compone de comienzo, desarrollo y nal. ¿Son los ‘comienzos narra-
tivos’ naturales o articiales? ¿Es natural que Varnhagen comience con su
Historia do
Brasil
con la llegada de los portugueses a la tierra amazónica?, ¿debe comenzar la
historia de Brasil con los aborígenes de la selva del Amazonas? ¿Cuál es más natural
o más articial? ¿Debe comenzar la historia de la ‘Nación’ mexicana con la Conquis-
ta de los españoles como de hecho sucede en Lucas Alamán o en Carlos María de
Bustamante? ¿Qué tanto esta búsqueda del origen o nacimiento de la ‘Nación’ es
resultado de un ejercicio de cción y qué tanto basado en hechos reales? De acuer-
do con José Carlos Chiaramonte en su obra
El mito de los orígenes en la historiografía
latinoamericana
(1993):
Según un punto de vista generalizado en la historiografía latinoamericana, los proyectos de
nuevos estados nacionales que se difundieron con la independencia implicaban la existencia
previa de una comunidad con personalidad nacional o en avanzado proceso de formación
de la misma […] Se trata de un punto de vista que en el caso rioplatense resulta falso y que
impide percibir el desconcierto que al respecto se manifestaba hacia 1810. Si bien el mencio-
nado criterio tiene excepciones, no sólo no ha desaparecido, sino que tendió a convertirse en
predominante. Resultado atribuible fundamentalmente al efecto de algunos presupuestos
con que suele abordarse la historia de la génesis de la nación en América Latina. Presu-
puestos que son fruto de la voluntad nacionalizadora de los historiadores del siglo pasado,
quienes marcaron profundamente una huella por la que siguió hasta la mayor parte de la
historiografía latinoamericanista. El afán por armar los débiles estados surgidos del derrum-
be ibérico, fomentando la conciencia de una nacionalidad distinta, propósito explícito en esa
historiografía, facilitó la generalizada suposición de que la independencia fue resultado de la
necesidad de autonomía de nacionalidades ya formadas (Chiaramonte 1993, 5).
De lo que se está hablando aquí no es otra cosa que de una historia más sobre
la búsqueda de ‘un origen’, el de la ‘Nación’. ¿De dónde partimos y por qué? Parece
seguir resultando más sencillo plantear más y más preguntas que ofrecer respuestas
al respecto. ¿Es el concepto o la idea de ‘Nación’ un articio lingüístico con una de-
limitada frontera discursiva? ¿Su construcción consiste en una intencionalidad cuya
plurivocidad puede y debe precisarse? ¿Se trata de una ‘duración’ con unidad, dura-
ción y signicado? Estas preguntas pueden extenderse
ad innitum
, pero, tratemos
de reexionar críticamente sobre la complejidad de nuestro tema, considerando que
estas no lo son solo del espacio latinoamericano ni solo de los historiadores nacidos
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o interesados en el estudio de la cuestión en dicho espacio.
Historia y narratividad coinciden aquí en la necesidad de darle sentido a las ac-
ciones y procesos humanos con la intención de que este pueda lograrse, además,
con la mayor plenitud y unidad narrativa en términos de comprensión y, por tanto,
para nes de su divulgación y de pedagogía crítico-historiográca. Esto es, tratando
como punto de partida, de discursar críticamente sobre -como ya vimos antes en
este trabajo- explicaciones y argumentos de carácter teológico, providencialista y na-
turalistas principalmente, acerca del ‘origen de la nación’. Los historiadores del siglo
XIX van a tratar de ocultar como articio el pasado indígena del país americano. En el
siglo XX, a diferencia de Palti, los historiadores no van a considerar más a la nación
como un organismo. Los historiadores propondrán imágenes del pasado, hipótesis y
estrategias estéticas e ideológicas para plantear un todo coherente. En el siglo deci-
monónico, el texto histórico contiene más descripción que narración. En el siglo XX,
se plantean procesos con modelos descriptivos analíticos y narrativos con principio
y con nal. Si no se conoce cuál fue el inicio de un proceso histórico, se presenta y
postula tanto hipótesis como modelo(s) de lo que puede u pudo suscitar el inicio, el
desarrollo y el nal de un proceso, esto es, de hablar y detectar acciones. Arrancando
el siglo XX se tiene la intención de producir un nuevo discurso, revalidar o contrade-
cir los ya existentes. Autores como Roland Barthes, Paul Ricoeur y Ernst Gombrich
coinciden en que fue necesaria la aparición de la historiografía para que apareciera
la cción. El inicio constituye una duración. Para Chiaramonte,
La fuerte inuencia que la primera historiografía nacional de los países latinoamericanos
ejerció desde mediados del siglo pasado sobre la cuestión del origen de las nacionalidades,
moldeó de tal manera el enfoque de la cuestión, que hoy ese enfoque no sólo impera entre
los historiadores latinoamericanos, sino que se ha extendido a la historiografía latinoameri-
canista, europea y norteamericana” (1993, 7).
El historiador del siglo XX tratará de darle sentido a los acontecimientos que por
solos no habrían de explicar y justicar la dirección, el signicado y el sentido de
lo que se narra sobre la ‘Nación’ y su origen. El historiador trabaja con dos tipos de
fuentes documentales: a) aquellos que descubre en la investigación documental; y, 2)
aquellos que corresponden a una tradición retórica, lingüística y narrativa que pro-
viene de su propia cultura. Lo anterior implica a las habilidades lingüísticas y talentos
que el historiador tenga para actualizar lo que suscribe acerca del pasado, cuando
se escribe en el presente. El historiador debe ser capaz de reejar la realidad pasa-
da. A diferencia del historiador del siglo XIX que, aún trabajando con documentos,
‘traduce’ de discurso en discurso como si las fuentes fuesen naturales y ya estuviesen
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allí. La realidad en misma es una narración. En la historia esto se conoce como
‘narratividad’. La narración en misma tiene realidad. Tendríamos que conocer el
principio y el final, y esto no es así. Los seres humanos tenemos la necesidad de la
duración, es una cuestión existencial. Nos dedicamos a buscarle sentido a las cosas.
Carlos María de Bustamante trata de justicar la insurgencia aduciendo que la
Colonia representa la barbarie. Los indígenas que siguen a Miguel Hidalgo represen-
tan para él el origen, el orden natural de las cosas, por lo tanto, la ‘Nación’ ya estaba
presente, solo que despertó hasta 1810. Para Gonçalves, la nación brasileira se re-
monta hasta los pueblos originarios del territorio amazónico, por lo que deben ser
considerados el origen natural de la nación brasileña. ¿Qué nalidad persigue con
ello? La lucha contra los remanentes del ‘lusitanismo’ preexistente de Pedro II, los
cuales retrasaron el advenimiento de la ‘Nación’. Mientras que -como ya comenta-
mos- la historiografía argentina del siglo XIX es homogénea con el inicio de la ‘Nación’:
la dominación española. Querían guardar distancia de la población que aun poblaba
el territorio a mediados del siglo XIX, indígenas en su mayoría. Para José Manuel
Restrepo, en su “
Historia de la Revolución de la República de Colombia en la América Meridio-
nal”
(1858), la ‘Nación’ comienza con la Guerra de Independencia. Como conclusión
respecto de las narraciones sobre la ‘Nación’ como articio ccional podemos decir
que: a) siempre se encontrarán disputas entre versiones de la historia nacional; b)
existe un corte radical en ocasiones entre versiones sobre el origen del concepto y el
‘ente’ de la ‘Nación’; c) se trata de una construcción ideológicamente intencionada; y,
d) instituye una dirección y dota de signicados a un conjunto de hechos.
CONCLUSIONES
Intentar describir la ‘misión histórica’ de la ‘Nación’ signica ensayar ‘modelos de
mundo’. Wilhelm von Humboldt, considera en su obra “Sobre la tarea del historió-
grafo” (1821) que “el quehacer y ocio del historiógrafo, en su última y, sin embargo,
más sencilla solución, es la representación del esfuerzo de una idea en su lucha por
alcanzar la realidad. Porque no siempre la idea lo logra en el primer intento y no po-
cas veces se bastardea en tanto que no consigue dominar absolutamente la materia
activamente resistente, reaccionante”. Por su parte, Leopold von Ranke (1795-1886)
en “Sobre la relación y la diferencia entre la historia y la política” escrita en 1836, ar-
ma: “Por consiguiente, la historia tiene el cometido de determinar la naturaleza del
Estado, partiendo para este n de los acontecimientos del pasado y de difundir esto,
y a la política le corresponde desarrollar y llevar a cabo la misión histórica, una vez
que ésta haya sido comprendida y reconocida como tal”.
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REFERENCIAS
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