CLÍO:
Revista de ciencias humanas y pensamiento crítico.
Año 2, Núm 4. Julio / Diciembre (2022)
Johana Prada García
Estupro rapto y fuerza en Mérida Venezuela 1783.1866... PP: 59-90
ISSN 2660-9037
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la de españoles). Sin embargo, estas disposiciones chocaron con los propietarios de
haciendas de caña y de cacao. La cohabitación sexual, ya fuese consentida o no, se
vio reejada en el alto número de relaciones mixtas consideradas ilícitas. Inicialmen-
te, se establecieron relaciones de blancos con indias y posteriormente con negras o
mulatas, práctica que se amparó bastante en una circunstancia peculiar de la ciudad
(su aislamiento en medio de las montañas), lo que posibilitó, además de que tales
actos fuesen frecuentes y estuviesen fuera del control de la Iglesia y del Estado,
también generó impunidad en cuanto al abuso de poder (violencia) que los hombres
blancos ejercían sobre las mujeres de otras calidades.
A pesar de la segregación implantada, es indudable que, con la interacción cotidia-
na, se desarrollaron relaciones afectivas que fueron expresadas tanto en espacios pri-
vados como públicos. Especialmente en Mérida, el erotismo se desarrolló en aquellas
grandes haciendas, en sus corredores espaciosos, en pequeños rincones, en sus ala-
cenas y en sus espacios abiertos como las riberas de los ríos, los trigales, cañaverales,
platanares y cacaotales. Al mismo tiempo, ciertos espacios de la ciudad también evi-
denciaron las pasiones de aquellos pobladores; en celebraciones y estas, en teatros,
templos, saraos, bailes, lisonjas, velorios de angelitos y altares (Ibídem: 73).
Los Bandos de Buen Gobierno de Mérida (1770-1810) reglamentaban este tipo de
actividades con el n de evitar espectáculos y escándalos que no diesen el buen ejem-
plo, por esa razón el Cabildo ordenaba penas y multas para los alborotadores. Equiva-
lentemente, las autoridades eclesiásticas establecían que especialmente aquellas mu-
jeres que se mostraban en tales eventos como verdaderas prostitutas, quemaran sus
ropas y sí acudían indecentemente al recinto religioso, se les negara la comunión. Otro
lugar de encuentros fueron las pulperías, donde se vendían alimentos, aguardiente y
guarapo (caldo de caña o garapa), ésos espacios tenían mala fama por ser estableci-
mientos que albergaban en su interior a mestizos, indios, esclavos y forasteros, donde
se bebía y se formaban grandes libertinajes, riñas y hasta asesinatos. Con la intención
de reglamentar esta situación, se dispuso que sólo pudieran entrar los hombres casa-
dos y hasta un límite de las siete de la noche (Samudio, 2009:179).
Ese convivir, también llevó a que muchas mujeres deambularan por las calles me-
rideñas “sin ocio, ni benecio”; eran mendigas que se rehusaban a trabajar en los
llamados ocios mujeriles decentes. Ante tal situación, el visitador eclesiástico Lucas
Ybarres y Guerrero, expuso en 1711 que aquellas mujeres fueran recluidas en el
monasterio de Santa Clara, lo que a largo plazo representó un problema para las reli-
giosas debido al mal comportamiento de aquellas. Por esta razón, se decretó la cons-
trucción de una cárcel para mujeres, especialmente para las “perdidas” que ofendían