ISSN 2660-9037
PENSAMIENTO POLÍTICO DE JUAN XXIII
SOBRE EL ORDEN INTERNACIONAL DEL
SIGLO XX*
José Javier Lombardi Boscán**
RESUMEN
Por muchas razones como la lucides de su pensamiento político con algún impacto en el orden
internacional de su época, o su liderazgo y carisma, el papa Juan XXIII fue uno de los actores políticos
más destacados del siglo XX. En este orden de ideas, el presenta artículo interpreta a grandes rasgos
los planteamientos más signicativos del pensamiento político de este hombre insigne, con énfasis
especial en su visión del orden internacional que le toco vivir como cabeza de la iglesia católica. En lo
metodológico se empleó una metodología de base documental. Todo permite concluir que la iglesia
católica desempañó un rol destacado en el mundo como agente de paz, con maniesta capacidad
en la mediación y resolución de conictos, incluso en sociedades no cristianas. Además, la iglesia
postula, en este contexto histórico, una teoría clara y coherente (su doctrina social) que apuesta
para la reestructuración de sistema políticos y económicos que digniquen a la persona humana
y, al mismo tiempo, coadyuben en la conformación de un mundo de paz y justicia, más allá de sus
ingentes conictos por ideologías e intereses divergentes.
Palabras clave:
orden internacional del siglo XX; iglesia católica; papa Juan XXIII; pensamiento
político; doctrina social de la iglesia.
POLITICAL THOUGHT OF JOHN XXIII ON THE
INTERNATIONAL ORDER OF THE TWENTIETH CENTURY
ABSTRACT
For many reasons, such as the lucidity of his political thought with some impact on the international
order of his time, or his leadership and charisma, Pope John XXIII was one of the most outstanding
political actors of the twentieth century. In this order of ideas, the present article interprets in broad
strokes the most signicant approaches of the political thought of this distinguished man, with spe-
cial emphasis on his vision of the international order that he had to live as head of the Catholic
Church. Methodologically, a documentary-based methodology was used. Everything allows us to
conclude that the Catholic Church played an outstanding role in the world as an agent of peace, with
a manifest capacity for mediation and conict resolution, even in non-Christian societies. Furthermo-
re, in this historical context, the church postulates a clear and coherent theory (its social doctrine)
CLÍO: Revista de ciencias humanas y pensamiento crítico
Año 3, Núm 5. Enero / Junio (2023)
pp. 71-93. Provincia de Pontevedra - España
Recibido: 05/06/2022
Aceptado: 30/09/2022
* EstetrabajosedesarrollóenelcontextodeldoctoradodeCienciaPolícadelaUniversidaddelZulia.
** InvesgadoracvoadscritoaldoctoradodeCienciaPolícadelaUniversidaddelZulia.
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that is committed to the restructuring of political and economic systems that dignify the human per-
son and, at the same time, contribute to the conformation of a world of peace and justice, beyond
its enormous conicts due to ideologies and divergent interests.
Keywords:
20th century international order; catholic church; pope John XXIII; political thought;
social doctrine of the church.
INTRODUCCIÓN
Juan XXIII, nacido en 1881 en Bérgamo, Italia, como Angelo Giuseppe Ron-
calli, ejerció la máxima autoridad en la Iglesia Católica Romana en un lapso
histórico de tensión internacional y graves amenazas a la paz mundial. Su
ponticado, aunque de corta duración, fue trascendental en el proceso de
renovación de la Iglesia y un entorno seguro y conable para el diálogo in-
ternacional.
Conocido como “el Papa de la bondad” o el “Papa bueno”, irradiaba un es-
píritu de humildad y sencillez, siendo al mismo tiempo directo y activo. Con-
vocó, aunque no llegó a verlo completado, el Concilio Vaticano II, e instituyó
la Comisión para la revisión del Código de Derecho Canónico. Su pensamien-
to social y político se expresa principalmente en dos Encíclicas de singular
importancia:
Mater et Magistra
(1961) y
Pacem in Terris
(1963). Ambas cartas
proponen en términos generales, un sentido de la convivencia respetuoso
de la dignidad humana, aplicable también a las relaciones entre las naciones.
Juan XXIII fue beaticado por el Papa Juan Pablo II en 2000 y canonizado por
el Papa Francisco en 2014.
Para el inicio de su papado en 1958 el orden internacional instituido al
nalizar la II Guerra Mundial enfrentaba las mayores amenazas conocidas a
la paz mundial. Con una Europa devastada por la guerra, apenas en proceso
de reconstrucción, y las naciones derrotadas sometidas a un control férreo
por parte de los vencedores, se consolida un orden bipolar con Estados Uni-
dos y la Unión Soviética como extremos irreconciliables. La amenaza de
destrucción nuclear, ya probada para nalizar el conicto bélico, conduce a
la aparición de la Guerra Fría.
Por su parte, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) intenta con
poco éxito, establecer canales de comunicación y transmitir la idea del res-
peto a los derechos humanos. Aprobada en 1948, la Declaración Universal
de los Derechos Humanos, era poco más que una expresión de buenas in-
tenciones: “(…) En un momento en que el mundo estaba dividido en un blo-
que oriental y otro occidental, encontrar un terreno común en cuanto a lo
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que sería la esencia del documento resultó ser una tarea colosal” (Naciones
Unidas, 1948). Este es el escenario mundial en el cual Juan XXIII inicia y de-
sarrolla su tarea como Papa en la Iglesia Católica.
Si bien la esencia de la Iglesia Católica es estrictamente religiosa, su ac-
ción y su labor implican una intervención en la vida social porque así lo de-
termina la doctrina cristiana que predica. Adicionalmente, la Iglesia Católica
es una organización humana activa en todo el planeta, con una gura política
tangible como lo es el Estado Vaticano, y que posee además una inuencia
poderosa que no se circunscribe a sus eles, sino que se extiende a creyen-
tes y no creyentes.
La visión que la Iglesia Católica tiene de la sociedad, de la economía y de
la política puede ser entendida a través de la Doctrina Social de la Iglesia,
formada por las enseñanzas de la Iglesia expresadas en los documentos
dados por los Papas, así como: los Concilios, Sínodos y Conferencias Epis-
copales.
En particular, los primados de la Iglesia Católica utilizan las Encíclicas para
referirse a temas de la doctrina o asuntos de vital importancia de su actua-
lidad. Las Encíclicas son en estricto sentido, cartas dirigidas por el Papa a
los obispos y eles de la Iglesia, siguiendo la tradición epistolar del Nuevo
Testamento. En su breve papado, Juan XXIII escribió ocho encíclicas, de las
cuales se destacan:
Mater et Magistra
y
Pacem in Terris
por su profundo conte-
nido social. Especialmente la segunda expresa que las relaciones entre las
naciones deben regirse, al igual que entre las personas, por leyes morales,
el respeto y la justicia, buscando formas de convivencia en favor del bien de
todos. Por su complejidad estas encíclicas serán estudiadas por nosotros
próximamente en otro artículo cientíco.
Juan XXIII tuvo un papel preponderante en la política internacional, tal como
lo demostró con su decisiva mediación en la denominada Crisis de los Misiles
(1963) que puso a las dos potencias al borde de una guerra atómica. A través de
sus encíclicas, estableció puntos clave para el mantenimiento de la paz mundial
y el establecimiento de relaciones mas equilibradas entre las naciones.
Es indudable que las condiciones y circunstancias históricas en las cuales
el Papa emite estas encíclicas cambiaron sustancialmente, dejando atrás el
ordenamiento bipolar para dar paso a un orden internacional multipolar. El
colapso de la Unión Soviética, icónicamente representado por la caída del
muro de Berlín en 1989, el proceso de unicación económica de Europa y el
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ascenso de China como potencia mundial, son acontecimientos que cambia-
ron el panorama internacional.
El ataque terrorista del 11 de septiembre de 2001 signicó también la
presencia de actores internacionales no estatales, tales como: grupos te-
rroristas y cárteles de narcotráco, que han impactado profundamente la
política internacional. La reciente invasión rusa a Ucrania vuelve a poner el
enfoque en las dicultades para lograr un equilibrio internacional que per-
mita una paz duradera y estable más allá de las diferencias de foques, ideo-
logías e intereses que caracterizan —en su devenir dialéctico— a los actores
y factores de poder.
Por lo demás, el presente trabajo se divide en cinco secciones particula-
res pero interconectadas en su afán de interpretar —a grandes rasgos— los
planteamientos más signicativos del pensamiento político de Juan XXIII, con
énfasis especial en su visión del orden internacional que le tocó vivir como
cabeza de la iglesia católica. En la primera se describe los desafíos su ponti-
cado en el marco del orden internacional de la época; en la segunda, se da
cuenta del perl biográco de Juan XXIII; por su parte, en la tercera sección
se aborda la inuencia del papa en las relacione internacionales como ca-
beza de la iglesia; en la cuarta, se analiza su visión política de las relaciones
internacionales y; en la quinta sección, se explora la posición de la iglesia
sobre los problemas sociales y políticos en el marco de su doctrina social;
por último, se presentan las conclusiones del caso.
1. EL PONTIFICADO DE JUAN XXIII Y EL ORDEN INTER-
NACIONAL
Al nalizar la Segunda Guerra Mundial en 1945, el panorama interna-
cional había cambiado por completo. Los acuerdos de Potsdam y Yalta de-
nieron un nuevo orden internacional con el surgimiento de dos bloques
políticos antagónicos, Estados Unidos y sus aliados occidentales europeos
y, la Unión Soviética, los cuales establecieron sus respectivas zonas de in-
uencia en todo el mundo. Este orden internacional bipolar estuvo signado
por el enfrentamiento político, ideológico, económico y militar entre las dos
superpotencias, conocido como la Guerra Fría.
En este contexto histórico se desarrolla el papado de Juan XXIII, electo
por el cónclave el 28 de octubre de 1958 hasta su muerte el 3 de junio de
1963. Aunque breve, el ponticado de Juan XXIII, tiene una gran trascenden-
cia, no solamente por su activa participación y signicativa inuencia en los
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asuntos internacionales, sino, además, por sus aportes a la adaptación de la
Iglesia Católica a los tiempos modernos.
1.1. El orden internacional bipolar
La Segunda Guerra Mundial marcó profundos cambios en muchos ámbitos
para la mayoría de las naciones del planeta, no solamente para los que estuvie-
ron involucrados directamente en ella. El n de la guerra marcó el comienzo de
una nueva época, en la cual las antiguas naciones poderosas quedan sometidas
al control de los vencedores. El uso de armas nucleares que sirvió para poner
n a la guerra, abrió un nuevo esquema de enfrentamiento bélico. En denitiva,
a partir de 1945 se establece un nuevo orden internacional.
El mismo concepto de orden internacional ha evolucionado desde una
visión estatista a una estructuración más amplia y menos rígida. En la an-
terior noción del sistema internacional se consideraba al Estado como el
principal actor, siendo los objetivos de dicho sistema la preservación de la
soberanía, la paz cimentada en el respeto a tal soberanía, la limitación del
uso de la fuerza y el sometimiento de los Estados a los contratos y acuerdos
suscritos libremente (Diez, 2021).
Las nuevas condiciones que genera la introducción de armas de destruc-
ción masiva y la pérdida de inuencia de las naciones imperialistas como:
Alemania y Japón, debido a su derrota, pero también de otras como Rei-
no Unido, Francia e Italia, debido a la devastación causada por la guerra,
cambian por completo el panorama internacional, estableciendo un nuevo
orden bipolar, donde dominan las grandes superpotencias y se enfrentan
entre sí por el dominio de sus respectivas zonas de inuencia.
Para que un orden internacional se mantenga es preciso que se cumplan al
menos tres condiciones: tener el respaldo del poder de una o varias potencias;
tener normas e instituciones con suciente legitimidad, y; tener la capacidad,
aún limitada, de resolver los conictos. En la denición del orden internacional
subyace la idea de establecer reglas racionales de convivencia que coneren
benecios a las naciones más poderosas y que permiten un equilibrio de poder
entre ellas, para el logro de una relativa seguridad (Sánchez Múgica, 2018).
Los cambios que se producen en el orden internacional están relaciona-
dos en gran medida con el surgimiento o declive de estas grandes potencias.
Un Estado se convierte en una potencia cuando es capaz de impulsar sus
propios intereses en el ámbito internacional, expandiendo su inuencia más
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allá de su entorno inmediato y, además, es capaz de inuir también en las re-
laciones internacionales con independencia de otras potencias. Obviamen-
te, los Estados potencia cuentan con una capacidad militar suciente, pero
además es preciso que posean características económicas que le permitan
sobresalir en el concierto internacional.
Morgenthau (1986) señala los factores necesarios para denir una poten-
cia: factores estables como la geografía, la capacidad militar, los recursos na-
turales, la capacidad industrial y el carácter nacional, así como factores más
volátiles como las cualidades del gobierno, su política exterior y el respaldo
doméstico a tal política.
…ser una gran potencia y contar con la capacidad de construir y mantener un or-
den internacional no depende únicamente de la posesión de grandes recursos ma-
teriales en distintas áreas, sino que también está estrechamente relacionado con
las nociones de “legitimidad” y “autoridad”, como asimismo resulta de su habilidad
para organizar y liderar la cooperación internacional (Diez, 2021: 6).
El orden internacional surgido al nalizar la Segunda Guerra Mundial
adoptó una estructura bipolar, con dos grandes potencias, Estados Unidos y
la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Ambas potencias cumplían los
requisitos expuestos por Morgenthau, aunque con estilos muy diferentes.
Este orden se caracterizó por un equilibrio precario basado en las amenazas
de guerra nuclear y la preservación y ampliación de sus respectivas áreas de
inuencia.
La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) fundada ocialmen-
te en 1922 había sido el resultado de la revolución bolchevique, la cual, a
pesar de su nombre, no era en absoluto una federación, sino un Estado
centralista y totalitario, dominada por el Partido Comunista, donde las Repú-
blicas que la integraban carecían por completo de autonomía, y habían sido
anexadas por la vía de la invasión de sus territorios.
En términos económicos, la URSS se enfocó en el desarrollo de industrias
pesadas a un ritmo de crecimiento impresionante, lo cual unido a la abun-
dancia de recursos energéticos en su vastísimo territorio, le permitió posi-
cionarse como una potencia mundial. Su participación en la Segunda Gue-
rra Mundial, que le produjo una pérdida impresionante de vidas y recursos,
le valió a su nal, el control de Europa oriental, a través de la invasión directa
o de instalación de gobiernos pro-soviéticos, así como una ampliación de su
inuencia en los territorios asiáticos (Velarde Rosso, 2017)
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Como parte de su esencia la URSS insiste en su decisión de ampliar su
esfera de inuencia y su dominio político, en busca del “triunfo denitivo del
socialismo” en palabras de Nikita Kruschev (Presidente del Consejo de Minis-
tros desde 1953 hasta 1964). Con su fuerza militar reprimió las rebeliones an-
tisoviéticas en Europa Oriental, como lo fueron los casos de Hungría y Polonia
en 1956. La URSS apoyó y promovió las revoluciones socialistas en todo el
mundo, como es el caso de Cuba. Al mismo tiempo, se esforzó en desarrollar
un programa de armamento nuclear para hacer contrapeso a la hegemonía
estadounidense, así como el progreso tecnológico en aras de la competencia
por explorar el espacio exterior, conocida como la “carrera espacial”.
Los Estados Unidos, por su parte, habían emergido de la conagración bé-
lica mundial en condición de victoriosos, no solamente por el hecho de haber
derrotado a Alemania y sus aliados, y al imperio japonés. Su territorio no había
sido escenario de guerra, por lo tanto, no experimentó su devastación y aun-
que sufrió bajas considerables, no eran comparables a los doce millones de
muertes registradas por la Unión Soviética. Por otra parte, demostró su capa-
cidad militar y armamentista, especialmente con el uso de la fuerza atómica,
que terminó poniendo n al conicto, con la rendición de Japón.
Tanto la industria pesada como el desarrollo tecnológico experimentaron
un enorme impulso y los años de la postguerra fueron para Estados Unidos
de un crecimiento económico admirable. La industria automovilística y la
construcción de viviendas fueron sectores que se beneciaron con el creci-
miento de la clase media. Por otra parte, los crecientes gastos de defensa y
la carrera espacial contribuyeron al desarrollo de las capacidades industrial
y tecnológica.
En el plano político, Estados Unidos adoptó la política de “contención”
de las aspiraciones expansionistas de la Unión Soviética. En palabras del
presidente Truman (presidente de EEUU desde 1948 a 1953): “…Creo que
la política de Estados Unidos debe consistir en apoyar a los pueblos libres
que se resisten a ser subyugados por minorías armadas o por presiones del
exterior”, esta orientación política fue conocida como la doctrina Truman
(Departamento de Estado de EEUU, 2011). Acorde con esta política de con-
tención Estados Unidos puso en marcha el denominado Plan Marshall para
ayudar en la reconstrucción de Europa, consistente, en principio, en el envío
de alimentos, combustible y maquinaria y, más adelante, en asistencia a la
industria y estabilización de las economías de sus aliados en el mundo.
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En 1949 por iniciativa de los norteamericanos se crea la Organización
del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) con el n de establecer una alianza
militar frente a la amenaza de expansión de los soviéticos. Una oleada de
anticomunismo en lo externo, pero también a lo interno se apoderó de Es-
tados Unidos.
Alemania por su parte, tras la guerra quedó dividida en cuatro zonas de
ocupación por parte de Estados Unidos, Francia, Reino Unido y la Unión So-
viética. En 1949 se completa su división con la creación de la República Fede-
ral Alemana. La ciudad de Berlín fue dividida igualmente y levantado el muro
en lo que constituía la frontera entre las dos Alemanias.
Las evidentes diferencias ideológicas y la competencia por zonas de in-
uencia y control condujeron a estas dos potencias al enfrentamiento cono-
cido como la Guerra Fría, las cuales, aunque se encontraban formalmente
en paz se aumentaban las amenazas de una nueva guerra mundial, con el
agravante de la multiplicación de los arsenales nucleares en ambos bandos
que suponía la posibilidad cierta de destrucción total. En varios puntos del
planeta se produjeron guerras por delegación, con la generación de coni-
ctos auspiciados y apoyados por una u otra potencia, como las guerras de
Corea y Vietnam, el nanciamiento de revoluciones e insurgencias, tanto en
América Latina como en África, Asia y el Medio Oriente.
La Guerra Fría tuvo algunos puntos realmente álgidos como el levanta-
miento del muro de Berlín, la invasión soviética a Hungría y la crisis de los
misiles en Cuba. En estas situaciones de crisis, la amenaza de la guerra ató-
mica y la destrucción mutua parecía ser mucho más tangible.
La crisis de los misiles de 1962 es probablemente el momento más icóni-
co del enfrentamiento de las dos potencias. La decisión de la URSS de trans-
portar e instalar ojivas nucleares en Cuba fue considerada por los Estados
Unidos inadmisible y, en consecuencia, se estableció un bloqueo naval a la
ota soviética que se dirigía a la isla de Cuba. Aunque el incidente no tuvo
las consecuencias devastadoras de otros enfrentamientos en el marco de la
Guerra Fría, se convirtieron en dos semanas en las cuales las posibilidades
de un conicto con armas atómicas se hicieron patentes.
Las negociaciones entre Moscú y Washington contaron con la mediación
no ocial del Papa Juan XXIII, para que los respectivos líderes: Nikita Kruschov
(Presidente del Consejo de Ministros y Primer Secretario del Partido Comu-
nista de la URSS) y John F. Kennedy (Presidente de los Estados Unidos)
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pudiesen tener un acercamiento y llevar a cabo conversaciones que culmi-
naron en acuerdos que comprometían a la URSS a retirar el armamento
nuclear de Cuba y el compromiso de EEUU de desmantelar sus misiles apos-
tados en Turquía. Ambas potencias cedieron en sus posiciones y evitaron la
escalada del conicto.
Los enfrentamientos entre Estados Unidos y la Unión Soviética perdura-
ron durante varias décadas. Con los acuerdos sobre la no proliferación de
armas nucleares, la resolución militar de algunos de los conictos con un
alto costo para los países involucrados, y los propios problemas internos de
ambas potencias, bajaron el tono de los enfrentamientos. Con la caída del
muro de Berlín y nalmente la disolución de la Unión Soviética, se puso n al
periodo de la Guerra Fría.
1.2. iglesia católica en el orden internacional
De acuerdo con la doctrina internacionalista dominante hasta la primera
mitad del siglo XX, solamente los Estados podían ser considerados como
sujetos de derecho internacional. Dentro de esta visión estatista de las re-
laciones internacionales heredada de la tradición europea, tres condiciones
deben cumplirse para que un Estado pueda ser considerado como tal: terri-
torio, población y soberanía, siendo que la personalidad jurídica internacio-
nal solamente podría atribuirse a las entidades que cumplen con tales con-
diciones. Nuevas corrientes de pensamiento en el campo de las relaciones
internacionales han llevado posteriormente a una orientación más amplia
que incluye a actores no estatales.
El caso de Santa Sede representa un caso particular para el derecho inter-
nacional. Los Estados Ponticios bajo el mandato del Romano Pontíce que
históricamente ocupaban la región central de la península italiana, desapare-
cieron en 1870, con el establecimiento del Estado Italiano. Reducido a los pre-
dios del Vaticano, el Papa continuó estableciendo relaciones con otros Esta-
dos a través de la Santa Sede. En 1929, con los Pactos de Letrán entre el Papa
Pío XI y Benito Mussolini, se conere al Vaticano el reconocimiento de Estado
soberano, pero con características muy particulares, tanto por lo exiguo de
su territorio y población, aunque con una actividad intensa en todo el mundo.
La compleja organización eclesial católica puede provocar confusión respecto al ór-
gano al yque se atribuye la personalidad internacional: la Iglesia Católica, ente univer-
sal que agrupa a todos los bautizados bajo la potestad del Romano Pontíce; la Santa
Sede, órgano central de gobierno de la Iglesia; el Papa o Romano Pontíce, que es
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tanto cabeza de la Iglesia universal como de la Santa Sede, o el Estado de la Ciudad
del Vaticano. Dado que la Santa Sede es el órgano gubernativo central de la Iglesia,
en el que se incluye el Romano Pontíce, es lógico que se aluda a ambos indistinta-
mente y que se atribuya subjetividad internacional tanto a la Iglesia como a la Santa
Sede, incluso, a la persona del Papa. Por su parte, el Estado de la Ciudad del Vaticano
poseería una personalidad internacional diferenciada (Bonet Navarro, 2014: 190).
La Iglesia Católica Romana, a través del Estado de la Ciudad del Vaticano, sin
duda alguna, posee la condición de sujeto de Derecho Internacional, y es reco-
nocido como tal, manteniendo relaciones diplomáticas con casi todas las nacio-
nes del orbe; igualmente, celebra tratados y acuerdos con la mayoría de ellas,
y participa en organismos internacionales como miembro de pleno derecho.
“La representación del Estado y sus relaciones con los demás Estados están reser-
vadas al Sumo Pontíce, que las ejerce a través de la Secretaría de Estado.
Tanto la Santa Sede, como órgano soberano de la Iglesia Católica, como el Estado de
la Ciudad del Vaticano han ganado cada vez s el pleno reconocimiento de su per-
sonalidad internacional, son miembros de organizaciones internacionales, participan en
conferencias internacionales y se adhieren a convenciones” (Stato della Cità del Vaticano).
Poniendo de lado las consideraciones jurídicas, es indiscutible el importan-
te papel que la Iglesia Católica tiene en el orden internacional. Si bien man-
tiene una posición de neutralidad en cualquier conicto entre o dentro de los
Estados, está en constante lucha por la justicia y la equidad entre las naciones.
Durante la segunda mitad del siglo XX, la Santa Sede ha desempeñado un destaca-
do papel en la esfera internacional convirtiéndose en un activo en el ámbito de las
relaciones diplomáticas. En este terreno, el objetivo del pequeño Estado ubicado
en Roma, ha sido defender los Derechos Humanos en cualquier rincón del mundo,
con independencia de la confesión religiosa mayoritaria de la población. La Santa
Sede mantiene relaciones diplomáticas con cerca de 200 estados y está presente
de manera activa en la ONU. Desde la llegada de Juan XXIII al Ponticado, los papas
se han esforzado por abrirse a todo el mundo y por defender los derechos de to-
dos los ciudadanos u hombres de buena voluntad como reejaba Angelo Roncalli
en su famosa encíclica Pacem in Terris (Pacheco, 2017: 110).
Aunque la gura del Papa ya no tiene la preponderancia de épocas anterio-
res, cuando además de su soberanía espiritual, ejercía el poder político y una
inuencia determinante sobre las acciones de muchas naciones, particular-
mente las europeas, en el presente, el Papa mantiene una inuencia importan-
te en campo internacional. La personalidad de los Papas ha determinado tam-
bién el estilo de su accionar en las relaciones internacionales, y es justamente
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esta característica la que le otorga al Papa Juan XXIII una especial signicación
en el desarrollo histórico del orden internacional en los tiempos modernos.
2. EL PAPA JUAN XXIII
Angelo Giuseppe Roncalli nació en 1881 en la provincia de Bérgamo, al
norte de Italia, en el seno de una familia de modestos campesinos de larga
tradición católica. A temprana edad ingresó en el seminario de Bérgamo.
En 1901 continuó sus estudios en el Ponticio Seminario Romano, luego
de cumplir un año de servicio militar. En 1904 fue ordenado sacerdote y al
año siguiente, ya graduado como doctor en Teología, es seleccionado por
el recién designado Obispo de Bérgamo monseñor Radini Tedeschi, para
ser su secretario. Tedeschi sería una inuencia muy importante en la vida y
el pensamiento del futuro Papa. Fue en esa época también profesor en el
Seminario, además de sus múltiples actividades apostólicas.
Con el inicio de la Primera Guerra Mundial en 1914, Roncalli fue incorpo-
rado a las las del ejército italiano, en principio como sargento de sanidad, y
luego como teniente capellán en el hospital militar de Bérgamo. A partir de
1921 comenzó su servicio a la Santa Sede, nombrado por el Papa Benedicto
XV como presidente para Italia de la Obra Ponticia para la Propagación de
la Fe. En 1925 fue ordenado Obispo y nombrado como Visitador Apostóli-
co para Bulgaria, luego elevado a Delegado Apostólico. Años más tarde, en
1934 fue enviado con ese mismo cargo a Turquía y Grecia. Estos cargos
le permitieron entrar en contacto con las iglesias del Oriente, con el credo
ortodoxo y demás comunidades cristianas no católicas, así como el mundo
musulmán, destacándose siempre como una gura conciliadora.
En 1944, aun sin haber nalizado la Segunda Guerra Mundial, fue nom-
brado por Pio XII como Nuncio Apostólico en París, delicada tarea para un
país devastado por la guerra y sufriendo las consecuencias de la invasión
alemana. En tal cargo permaneció hasta 1953 cuando fue elevado a Carde-
nal y nombrado Patriarca de Venecia.
Tras la muerte de Pío XII, el 28 de octubre de 1958 fue elegido Papa,
tomando el nombre de Juan XXIII. Aunque su ponticado fue breve, de so-
lamente cinco años, fue sumamente intenso: convocó el Sínodo Romano,
creó la Comisión para la revisión del Código de Derecho Canónico, publicó
nueve encíclicas, entre ellas, las dos de mayor relevancia en materia social
y económica, además de numerosas cartas apostólicas, mantuvo contacto
con los jefes de Estado más inuyentes, y convocó y organizó la celebración
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del Concilio Vaticano II, presidiendo la primera sesión y dejando ordenada su
secuencia, la cual fue respetada por su sucesor, Pablo VI.
En sus cinco años como Papa, el mundo entero pudo ver en él una imagen auténtica del
Buen Pastor. Humilde y atento, decidido y valiente, sencillo y activo, practicó los gestos
cristianos de las obras de misericordia corporales y espirituales, visitando a los encarcela-
dos y a los enfermos, acogiendo a personas de cualquier nación y credo, comportándose
con todos con un admirable sentido de paternidad (Santa Sede, 2014, p. 365).
Su propósito como pontíce fue poner a la Iglesia Católica a tono con los
tiempos modernos, con una mayor apertura y una renovación en las actitu-
des y acciones del cristianismo. Su muerte acaecida el 3 de junio de 1963
fue lamentada no solamente por los millones de eles católicos, sino por el
mundo entero. En el año 2000 fue beaticado por el Papa Juan Pablo II y en
2014 canonizado por el Papa Francisco I.
3. LA INFLUENCIA DEL PAPA EN EL CAMPO DE LAS RELA-
CIONES INTERNACIONALES
Si bien la historia muestra que durante muchos siglos la Iglesia Católica de-
tentó un poder político inmenso, con la Edad Moderna se impone una visión
secularizada del Estado, que bajo la inuencia de la doctrina racionalista del
derecho natural redene las relaciones Estado-Iglesia, con la preponderancia
de la autoridad estatal y el sometimiento de la Iglesia. Sin embargo, ello no ha
signicado la desaparición de la inuencia que tiene la Iglesia Católica Romana
en muchos ámbitos, incluyendo además del social, el económico y el político.
La actividad del máximo jerarca de la Iglesia Católica sustancialmente es
de naturaleza religiosa, tal como su investidura lo exige, sin embargo, los
Papas han tenido una inuencia signicativa en el desarrollo de diversos
acontecimientos políticos.
La presencia internacional de la Iglesia Católica obedece al hecho de que
los más de mil trescientos millones de católicos romanos se encuentran re-
partidos por todo el mundo, y si bien su actividad primordial es espiritual, la
obra de la Iglesia es también social, lo cual se evidencia en tareas relaciona-
das con la educación, la salud, la asistencia social y la defensa de los grupos
más pobres de la sociedad.
En el campo de las relaciones internacionales, la Iglesia mantiene relaciones
diplomáticas con la mayoría de los Estados. La diplomacia se moviliza a través
de la Secretaría de Estado y las Nunciaturas apostólicas que funcionan en todo
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el mundo. Posterior al Concilio Vaticano II, el número de representaciones di-
plomáticas creció de manera extraordinaria. Por una parte, el proceso de desco-
lonización, particularmente en África y Asia, incorporó nuevos Estados al orden
internacional. Muchas naciones recién independizadas asumían las relaciones
con la Iglesia como una forma de consolidar su reconocimiento internacional.
La formalización de relaciones diplomáticas con los nuevos Estados com-
pensó el cierre de muchas nunciaturas en la Europa del Este, debido a la
presión de la URSS, que proscribió las prácticas religiosas en las naciones
bajo su esfera de inuencia. Por otra parte, la ampliación de las actividades
misiones de la Iglesia también marcó la necesidad de establecer comunica-
ciones más estrechas con países de tradición no católica.
También tiene representación frente a organismos internacionales que
se ocupan de materias de interés social, o que tienen relación con el hombre
y su realización integral, como la paz, los derechos humanos, la cultura y la
ciencia, y la defensa de grupos vulnerables en la sociedad como la infancia,
la mujer, la esclavitud, las minorías étnicas, pobreza y desarrollo, etc. A estas
organizaciones o reuniones asisten delegados y observadores representan-
do a la Santa Sede o al Papa como jefe del Estado Vaticano, según el objetivo
de la reunión. La Santa Sede tiene desde 1967 un Observador permanente
en la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Los Delegados y Observadores de la Santa Sede, pese a estar revestidos de ca-
rácter diplomático, no realizan una actuación política, sino espiritual. La función
pastoral prima sobre la diplomática porque la nalidad de la Iglesia se orienta a
la promoción de los bienes espirituales incluso en el ámbito de la vida civil (Bonet
Navarro, 2014: 210).
Otro de los mecanismos de acción de la Iglesia en el campo internacional
son los acuerdos y convenios internacionales. Estos acuerdos de los Esta-
dos con la Santa Sede conocidos como Concordatos son la vía para esta-
blecer medios de cooperación entre la Iglesia y los entes gubernamentales,
puesto que regulan la participación de la Iglesia en funciones de asistencia
social. Son igualmente la vía para garantizar la libertad de los católicos para
expresión de su religión.
Sin embargo, los medios de actuación internacional por excelencia de
la Iglesia han sido su participación como mediador en los conictos. De
acuerdo con el Derecho Internacional son tres los mecanismos a utilizar: la
mediación, el arbitraje y los buenos ocios. La mediación se utiliza cuando
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las partes en conicto recurren a un tercero, en este caso, la Santa Sede,
para intentar llegar a acuerdos que eviten un enfrentamiento más grave.
El mediador facilita las negociaciones y presenta posibles soluciones,
tratando de convencer a las partes a aceptar los términos. Una de las condi-
ciones favorables de la Iglesia en su papel de mediador es su neutralidad y la
ausencia de intereses económicos con cualquiera de las partes. En el caso
del arbitraje, hay una elección por las partes para que decida al respecto
del conicto, es decir, las partes recurren a un tercero para que adopte una
solución que debe ser aceptada.
Siendo que los Estados son libres para escoger a un árbitro internacional,
una vez aceptado el arbitraje, están obligados a respetar y acatar la resolu-
ción que determine el árbitro en decisión razonada y conforme a derecho.
Por último, los buenos ocios son una vía mucho menos comprometida tan-
to para los Estados en conicto como para el mediador, puesto que su papel
se reduce a ser intermediario entre las partes, alentándolos a llegar a solu-
ciones satisfactorias para poner n a la disputa.
En variadas oportunidades los Papas han servido como mediadores en
conictos internacionales, tanto por su carácter de neutralidad y por su
empeño en la búsqueda de soluciones pacícas, como por sus cualidades
diplomáticas. Las experiencias en el servicio diplomático de quienes poste-
riormente han llegado a ser Papas les han permitido servir ecientemente
como mediadores. Tal es el caso de Juan XXIII.
La experiencia de Roncalli como delegado Apostólico, primero en Bulgaria
y luego en Grecia y Turquía le valió el contacto con el mundo del Oriente. Su
aproximación tanto a las autoridades como a las mismas comunidades religio-
sas fue moderada y sosegada, profundamente orientada por la concordia y el
entendimiento mutuo. Estas cualidades le permitieron intervenir en momen-
tos de altísima tensión internacional durante la Crisis de los Misiles en Cuba.
Por último, aunque no tienen ningún basamento en el ordenamiento ju-
rídico internacional, el Papa utiliza su condición de máxima autoridad de la
Iglesia para tomar posición en los distintos acontecimientos de relevancia
mundial. Así, los llamados a la paz y al diálogo entre naciones en conicto
están presentes en las intervenciones públicas del Papa. Si bien estas ac-
tuaciones no tienen ningún peso jurídico, si pueden tener inuencia en el
ámbito internacional.
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4. VISIÓN DE LA POLÍTICA INTERNACIONAL DE JUAN XXIII
La Iglesia Católica no se presenta como un Estado más en el concierto
internacional, sino que además su estructura y su acción están presentes en
todo el mundo, constituyéndose en un elemento de particular importancia
en el análisis político. La gura del Papa, su mas alta autoridad, representa
un liderazgo mundial y en muchos casos un mediador ecaz en conictos
internacionales.
El estudio de su visión e interpretación del orden internacional constituye
un aporte de especial signicación, debido a su particular concepción del ser
humano y de la sociedad. Tal como lo declara el Papa Francisco: “La Santa
Sede no busca interferir en la vida de los estados”, sino que observa “las pro-
blemáticas que afectan a la humanidad”, para “ponerse al servicio del bien
de todo ser humano” y “trabajar por favorecer la edicación de sociedades
pacícas y reconciliadas” (Cubías, 2019).
5. LA POSICIÓN DE LA IGLESIA SOBRE LOS PROBLEMAS
SOCIALES Y POLÍTICOS: LA DOCTRINA SOCIAL DE LA
IGLESIA
Es imposible desvincular a la Iglesia Católica Romana de su origen y esencia
religiosa: “La Iglesia sirve para comunicar (no para imponer) la vida y la verdad
fundamental de Jesús: que Dios es amor gratuito y no reejo de los poderes de
este mundo, para reconocer y armar a otros y dar la vida por ellos es la clave del
sentido” (Ugalde, 2013);es decir, su objetivo fundamental se dirige a propagar la
fe y predicar la Palabra de Dios, pero tampoco puede negarse su relevancia en el
contexto político, sobre todo en la política internacional, dado que al mismo tiem-
po es una organización humana, con relevancia y signicación global.
La principal misión de la Iglesia Católica es espiritual, pero su accionar tiene
un impacto en todo el mundo y su inuencia se extiende tanto a los católicos
como a los no católicos. Si bien la Iglesia Católica insiste en que su obrar tras-
ciende lo terrenal y está orientado a los asuntos de la fe en Dios, también asume
al ser humano en su integridad, lo cual incluye los ámbitos social, político y eco-
nómico. Para la Iglesia, el ser cristiano es un ser social, y el cristianismo asume,
por tanto, un modo particular de vivir en sociedad derivado de las enseñanzas
de Jesús. Esta es la fundamentación de la Doctrina Social de la Iglesia.
Los principios de la doctrina social de la Iglesia son principios sociales.
Esto signica que la Iglesia los reconoce como propios de toda sociedad, y
no solo de una sociedad buena’, ‘justa’ o ‘cristiana. Los mismos textos mag-
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isteriales los proponen, ciertamente, de modo prescriptivo, como ideales o
modelos según los cuales debería ordenarse la sociedad, pero también de
modo simplemente analítico, como elementos que de hecho son constituti-
vos de toda forma de vida política: como principios normativos, pero antes
como principios propiamente constitutivos’. (Letelier, 2017: 90)
La Doctrina Social de la Iglesia puede ser denida como el conjunto de las
enseñanzas de la Iglesia en materia social, económica y política, que surge de
los documentos y escritos principalmente elaborados por el Papa, pero tam-
bién por obispos y organizaciones eclesiales. Está obviamente fundamenta-
da en las revelaciones del Evangelio, pero encuentra su base en el derecho
natural, así como en la reexión teológica y la experiencia evangelizadora.
La Doctrina Social de la Iglesia instruye sobre los problemas de diver-
sa naturaleza que afectan a las personas, a la sociedad y a la comunidad
internacional. El Consejo Ponticio “Justicia y Paz” ha reunido todas estas
enseñanzas en el Compendio de la Doctrina social de la Iglesia. Sus orígenes
se remontan a la célebre encíclica de León XIII
Rerum Novarum,
fechada en
1891, la cual versa principalmente sobre el trabajo y las condiciones de los
trabajadores. Esta es la primera encíclica con contenido social, a la cual le
seguirían otras tantas.
Los documentos de la Doctrina Social de la Iglesia se dirigen principalmente
a los católicos y, en particular, a quienes tienen la responsabilidad de las tareas
de propagación de la fe, obispos y demás pastores de la Iglesia. Sin embargo,
con la encíclica de Juan XXIII
Pacem in Terris
dirigida a: “Todos los hombres de bue-
na voluntad”, se amplía el alcance de la doctrina, en el convencimiento de que
son enseñanzas que pueden ser reconocidas por toda la humanidad.
…las enseñanzas de la Doctrina Social de la Iglesia, tienen tres características: Es
una síntesis teórica, es decir un conjunto de principios, que abarcan todos los as-
pectos del orden temporal o de la realidad humana. Tiene un alcance práctico,
puesto que la teoría o el magisterio ilumina la acción y el compromiso de los cris-
tianos en la vivencia de la fe, en relación con la razón y las realidades históricas
sociales. Y nalmente es moralmente obligatoria para los cristianos, deben vivirla,
transmitirla y actuar según sus principios (Escobar Delgado, 2012: 103).
Los principios de la Doctrina Social de la Iglesia son de carácter general,
aplicables a todas las condiciones de la vida humana, pero al mismo tiempo
establecen pautas de acción para la convivencia social, puesto que se basan
en valores universales de verdad, libertad y justicia.
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A pesar de que hay desacuerdo en cuántos y cuáles son los principios
de la Doctrina Social de la Iglesia, puesto que unos son derivados de otros,
la mayoría de autores coincide en cuatro fundamentales: en primer lugar,
y como base de todos los demás está la dignidad de la persona humana y
luego tres principios sociales, el bien común, la subsidiaridad y la solidaridad.
Estos principios no solamente se aplican en el nivel individual, sino que son
igualmente válidos para las relaciones entre las naciones.
El principio de la
dignidad de la persona humana
es señalado por la Doctrina
Social de la Iglesia como fundamento universal de los principios sociales: “…el
hombre es necesariamente fundamento, causa y n de todas las instituciones
sociales.” El hombre por su naturaleza sociable no puede ser reducido a una
individualidad aislada, ni tampoco a un simple componente de un grupo social.
“La natural sociabilidad del hombre le exige que se una a otros para vivir de modo
proporcionado a su dignidad, pues, aunque ese bien al que está llamado es poseí-
do de modo rigurosamente personal, considerado en sí mismo y en las condiciones
que hacen posible su obtención es siempre un bien común, es decir, simultánea-
mente suyo y de su prójimo” (Letelier, 2017: 104).
El principio de la dignidad del ser humano parte del concepto de que el
hombre fue creado por Dios a su imagen y semejanza, por lo tanto, cada
vida, individualmente considerada, debe ser respetada. Este principio lleva a
dos consecuencias importantes: la obligación de proteger la vida humana y
la igualdad fundamental de los seres humanos. El derecho a la vida de cada
persona y el rechazo a cualquier tipo de discriminación, son por lo tanto
esenciales, según este principio, y se ve reejado en la Declaración de los
Derechos Humanos. Del principio de la dignidad de la persona humana se
derivan otros elementos de la Doctrina Social de la Iglesia igualmente impor-
tantes, como lo es el bien común.
El principio del bien común implica la plena realización de la persona,
tanto en su condición espiritual como material, lo cual hace necesario el
cumplimiento de varias condiciones como el respeto a la persona humana,
el bienestar social y la paz y la seguridad de un orden justo.
“El bien común es el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible
a las personas, asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro pleno de la
propia perfección y desarrollo integral. Por lo tanto, ha de ser el objetivo último
que debe orientar toda acción social y política. Requiere la capacidad y la búsque-
da constante del bien de los demás como si fuese el propio bien. Es un deber de
todos los miembros de la comunidad humana nacional e internacional, según las
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capacidades de cada uno, reconociendo que la responsabilidad máxima compete
al Estado, pues es la razón de ser de la comunidad política” (Escobar, 2012: 106).
Este principio está mucho más imbricado en la concepción de la vida so-
cial, ya que a pesar de que su aplicación en última instancia conduce a una
garantía para el desarrollo integral de la persona, éste no puede lograrse
sino a través de un justo ordenamiento de la vida social, política y económica.
El bien común no consiste en la simple suma de los bienes particulares
de cada sujeto del cuerpo social. Siendo de todos y de cada uno es y perma-
nece común, porque es indivisible y porque sólo juntos es posible alcanzarlo,
acrecentarlo y custodiarlo, también en vistas al futuro. Como el actuar moral
del individuo se realiza en el cumplimiento del bien, así el actuar social al-
canza su plenitud en la realización del bien común. El bien común se puede
considerar como la dimensión social y comunitaria del bien moral (Ponticio
Consejo « Justicia y Paz », 2005, No. 164)
El bien común debe estar por encima del interés individual, porque no
es posible la realización plena de la persona si no es a través del desarrollo
de la comunidad que le rodea. Por su parte, el principio de subsidiaridad
se aplica a las relaciones entre las sociedades intermedias y el Estado, y se
enuncia de esta manera:
…una estructura social de orden superior no debe interferir en la vida interna de un
grupo social de orden inferior, privándola de sus competencias, sino que más bien debe
sostenerla en caso de necesidad y ayudarla a coordinar su acción con la de los demás
componentes sociales, con miras al bien común (Centesimus annus, 1991, p.48).
Según este principio de la Doctrina Social de la Iglesia, las sociedades más
desarrolladas o con mayores recursos están llamadas a colaborar y apoyar a
las de menor desarrollo o que se encuentran bajo su dominio o dependen-
cia, pero el principio de subsidiaridad asigna a las comunidades subordinadas
o grupos minoritarios la obligación de dar solución a sus problemas con su
propio esfuerzo y los recursos disponibles, con lo cual aanzan su autonomía.
Las sociedades superiores no deben coartar las acciones de las comunida-
des intermedias y dependientes tendientes a su desarrollo autónomo e inte-
gral, aunque al mismo tiempo, deben prestar su ayuda y colaboración cuando
los recursos no sean sucientes, o las metas a lograr estén por encima de las
capacidades de las sociedades menores. “La auténtica subsidiaridad hará que
la sociedad se consolide en democracia y participación, favoreciendo el accio-
nar político y el ejercicio de la autoridad, así como la eciencia social” (Escobar
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Delgado, 2012: 108). Este principio de subsidiaridad tiene implicaciones políti-
cas en cuanto a la forma de organización de la sociedad, e inclusive del Estado.
Por último, la solidaridad como principio asume la interdependencia en-
tre las personas y las comunidades y, por extensión, a toda la humanidad.
Implica la imposibilidad de lograr el bienestar solamente para algunos, si
otros padecen por la injusticia o por la carencia de lo indispensable.
La Doctrina Social de la Iglesia está lejos de considerar la solidaridad como un
mero sentimiento de comprensión hacia las personas que sufren alguna carencia
o sufrimiento. Se entiende como la rme determinación de asumir las responsa-
bilidades que son compartidas para la consecución del bien común y el desarrollo
integral, a través del ejercicio de la justicia y la fraternidad. Cada uno de los miem-
bros de la comunidad debe ser responsable de todos sus integrantes.
Otros importantes principios son también elementos signicativos de la
Doctrina Social de la Iglesia, tales como el destino universal de los bienes, la
participación social, la opción preferencial por los pobres. Todos ellos funda-
mentados en el principio de la dignidad de la persona humana.
CONCLUSIONES
Todo permite concluir que la iglesia católica desempañó y, hasta cierto
punto desempeña en el presente, un rol destacado en el mundo como agen-
te de paz, con maniesta capacidad en la mediación y resolución de conic-
tos, incluso en sociedades no cristianas. Además, la iglesia postula una teoría
clara y coherente (su doctrina social) que apuesta por la reestructuración de
sistema políticos y económicos para que digniquen a la persona humana y,
al mismo tiempo, coadyuben en la conformación de un mundo de paz y justi-
cia, más allá de los ingentes conictos por ideologías e intereses divergentes.
En este contexto histórico de la guerra fría se desarrolla el papado de Juan
XXIII, electo por el cónclave el 28 de octubre de 1958 hasta su muerte el 3
de junio de 1963. Aunque breve, el ponticado de Juan XXIII, tiene una gran
trascendencia, no solamente por su activa participación y signicativa inuen-
cia en los asuntos internacionales, sino, además, por sus aportes al complejo
proceso de adaptación de la Iglesia Católica a los tiempos modernos.
La Segunda Guerra Mundial marcó profundos cambios en muchos ámbi-
tos para la mayoría de las naciones del planeta, no solamente para los que
estuvieron involucrados directamente en ella. El n de la guerra marcó el
comienzo de una nueva época, en la cual las antiguas naciones poderosas
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quedan sometidas al control de los vencedores. El uso de armas nucleares
que sirvió para poner n a la guerra, abrió un nuevo esquema de enfrenta-
miento bélico. En denitiva, a partir de 1945 se establece un nuevo orden
internacional de franco carácter bipolar.
La Iglesia Católica Romana, a través del Estado de la Ciudad del Vaticano, sin
duda alguna, posee la condición de sujeto de Derecho Internacional, y es reco-
nocido como tal, manteniendo relaciones diplomáticas con casi todas las nacio-
nes del orbe; igualmente, celebra tratados y acuerdos con la mayoría de ellas
y participa en organismos internacionales como miembro de pleno derecho.
Aunque la actividad del máximo jerarca de la Iglesia Católica sustancial-
mente es de naturaleza religiosa, tal como su investidura lo exige, sin embar-
go, los Papas han tenido también una inuencia signicativa en el desarrollo
de diversos acontecimientos políticos, como lo evidencia su rol de mediador
por ante la crisis de los misiles de 1963.
El mediador facilita las negociaciones y presenta posibles soluciones, tra-
tando de convencer a las partes a aceptar los términos. Una de las condicio-
nes favorables de la Iglesia en su papel de mediador es su neutralidad y la
ausencia de intereses económicos con cualquiera de las partes. En el caso
del arbitraje, hay una elección por las partes para que decida al respecto
del conicto, es decir, las partes recurren a un tercero para que adopte una
solución que debe ser aceptada.
En cualquier circunstancia la sante sede supone que su visión e interpre-
tación del orden internacional constituye un aporte de especial signicación,
debido a su particular concepción del ser humano y de la sociedad. Tal como
lo declara el Papa Francisco: “La Santa Sede no busca interferir en la vida de
los estados”, sino que observa “las problemáticas que afectan a la humanidad”,
para “ponerse al servicio del bien de todo ser humano” y “trabajar por favore-
cer la edicación de sociedades pacícas y reconciliadas” (Cubías, 2019).
En lo concreto, Juan XXIII actúa en el orden internacional de su momento
no de forma ambiguo, sino bajo la claridad que le aporta la doctrina social de
la iglesia, que puede ser denida como el conjunto de las enseñanzas de la
Iglesia en materia social, económica y política, que surge de los documentos
y escritos principalmente elaborados por el Papa, pero también por obispos
y organizaciones eclesiales. Está obviamente fundamentada en las revelacio-
nes del Evangelio, pero encuentra su base en el derecho natural, así como
en la reexión teológica y la experiencia evangelizadora.
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El principio de la dignidad de la persona humana es señalado por la Doc-
trina Social de la Iglesia como fundamento universal de los principios socia-
les: “…el hombre es necesariamente fundamento, causa y n de todas las
instituciones sociales.” El hombre por su naturaleza sociable no puede ser
reducido a una individualidad aislada, ni tampoco a un simple componente
de un grupo social.
De igual modo, el principio de la dignidad del ser humano parte del con-
cepto de que el hombre fue creado por Dios a su imagen y semejanza, por
lo tanto, cada vida, individualmente considerada, debe ser respetada. Este
principio lleva a dos consecuencias importantes: la obligación de proteger la
vida humana y la igualdad fundamental de los seres humanos. El derecho a
la vida de cada persona y el rechazo a cualquier tipo de discriminación, son
por lo tanto esenciales, según este principio, y se ve reejado en la Declara-
ción de los Derechos Humanos. Del principio de la dignidad de la persona
humana se derivan otros elementos de la Doctrina Social de la Iglesia igual-
mente importantes, como lo es el bien común.
Por su parte el principio de subsidiaridad de la Doctrina Social de la Igle-
sia, postula que las sociedades más desarrolladas o con mayores recursos
están llamadas a colaborar y apoyar a las de menor desarrollo o que se en-
cuentran bajo su dominio o dependencia, pero el principio de subsidiaridad
asigna a las comunidades subordinadas o grupos minoritarios la obligación
de dar solución a sus problemas con su propio esfuerzo y los recursos dis-
ponibles, con lo cual aanzan su autonomía.
Por último, la solidaridad como principio asume la interdependencia en-
tre las personas y las comunidades y, por extensión, a toda la humanidad.
Implica la imposibilidad de lograr el bienestar solamente para algunos, si
otros padecen por la injusticia o por la carencia de lo indispensable.
En las relaciones internacionales la Doctrina Social de la Iglesia está le-
jos de considerar la solidaridad como un mero sentimiento de comprensión
hacia las personas que sufren alguna carencia o sufrimiento. Se entiende
como la rme determinación de asumir las responsabilidades que son com-
partidas para la consecución del bien común y el desarrollo integral de na-
ciones enteras, a través del ejercicio de la justicia y la fraternidad. Cada uno
de los miembros de la comunidad internacional debe ser responsable de
todos sus integrantes, entendidos como personas y comunidades diversas.
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