ISSN 2660-9037
Recibido: 05/06/2022
Aceptado: 30/09/2022
* Discurso de Orden en la sesión solemne del CLEZ y Consejo Municipal de Lagunillas en la conmemora-
ción de los 85 años de Ciudad Ojeda el 19 de enero del 2022.
** Historiador. Premio Nacional de Historia “Francisco González Guinán” de la Academia Nacional de His-
toria de Venezuela (2007). Doctorado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid (España,
2005). Magíster en Ciencias Polícas de la Universidad del Zulia (1996). Licenciatura en Educación Men-
ción Cs. Social, Área: Historia por la Universidad del Zulia. Mención “Summa Cum Laude” (1991). Di-
rector del Centro de Estudios Históricos de la Universidad del Zulia (2004-2019). Director de la Revista
“Historia” del Centro de Estudios Históricos de la Universidad del Zulia, 2004-2021. Profesor invitado en
la E.H.E.S.S (Escuela de Estudios Superiores de Ciencias Sociales), París, Francia, (2013 y 2018).
DENTRO DE LA HISTORIA/FUERA DE LA
HISTORIA*
Ángel Rafael Lombardi Boscán**
Ciudad Ojeda es una ciudad/petróleo. Tomo la expresión del Sociólogo de
la Universidad del Zulia: Luis González Oquendo. Fundada el 19 de enero de
1937 por el presidente Eleazar López Contreras y con el explícito apoyo de las
compañías extranjeras. Su nacimiento y posterior desarrollo estarían bajo los
estímulos de la extracción masiva del oro negro encontrado y sustraído en las
profundidades de nuestro imponente Lago de Maracaibo. Lo impactante de
esto es que la explotación petrolera cambió a la sociedad venezolana de los
últimos cien años y delineó una realidad compleja socio-cultural.
85 años parecen ser muchos y en realidad no son tantos para la His-
toria y sus largas duraciones. Ciudad Ojeda no sólo es un centro urbano
joven, sino que, a diferencia de la mayoría de las ciudades del país, no tuvo
su origen en los siglos hispánicos como Cumaná en 1521; Coro en 1527;
Maracaibo en 1529; Barquisimeto en 1552 y Caracas en 1567 por señalar al-
gunas de nuestras principales ciudades. Ciudad Ojeda fue la primera ciudad
planicada de Venezuela y esto no es poca cosa porque representa un acto
de la modernidad en el contexto de un país hundido en el atraso. El siglo
XIX fue un siglo perdido. Y hay autores tan relevantes como Mariano Picón
Salas que han sostenido que nuestro siglo XX se inició en el año 1936 con el
fallecimiento del dictador Juan Vicente Gómez.
CLÍO: Revista de ciencias humanas y pensamiento crítico
Año 3, Núm 5. Enero / Junio (2023)
pp. 373-380. Provincia de Pontevedra - España
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Así tenemos una Ciudad Ojeda como símbolo del progreso humano e
industrial; una urbe que terminó siendo El Dorado al que tantas veces se
rerió el sabio Andrés Bello en su
Historia de Venezuela
del año 1810. Esto del
mito de El Dorado es muy relevante porque se conecta con otro concepto
imaginario iniciático como lo fue el nombre: Tierra de Gracia; la idea de una
Venezuela destinada a ser feliz y predestinada a la grandeza. Aspiración que
pudo hacerse realidad en la Costa Oriental del Lago desde la década de los
años cincuenta del siglo XX pasado hasta los primeros años del siglo XXI.
Aunque como toda historia posee sus matices y claroscuros.
Hubo un asentamiento anterior llamado Lagunillas de Agua con sus pala-
tos que un devastador incendio hizo desaparecer en el año de 1939. Inclu-
so hay una película estadounidense que se llama Maracaibo del año 1958,
que bien pudo inspirarse en éste hecho. Estos incendios y desastres trágicos
fueron muy recurrentes en toda la Costa Oriental del Lago. De hecho, hay
registros de cuatro grandes incendios en Lagunillas: 1927, 1928, 1932 y el
último de 1939 al que nos hemos referido. Los derrames petroleros eran
continuos y creaban las condiciones para estos eventos calamitosos.
Arturo Uslar Pietri, uno de nuestros más importantes intelectuales en el
siglo XX se rerió a Lagunillas de la siguiente forma: “El enemigo de la Lagu-
nillas de Agua era el fuego. El enemigo de la Lagunillas de tierra es el agua”.
Avizorando otra de las amenazas y riesgos de la explotación petrolera como
lo es el fenómeno de la subsidencia. El Muro de Contención, una espectacu-
lar obra de la ingeniería civil holandesa, fue construido a partir del año 1938
por la Compañía Anónima Constructora Raymond. Es un dique costanero
de 47 kilómetros que protege a Bachaquero, Lagunillas, parte de Ciudad
Ojeda, Tía Juana y Cabimas, poblaciones que hoy se encuentran por debajo
del nivel del Lago de Maracaibo. No está demás señalar la importancia de ga-
rantizar el mantenimiento técnico adecuado para evitar futuras catástrofes
que lamentar y revisar los antiguos planes de reubicación urbanos. El poeta
italiano Giacomo Leopardi en su
Dialogo de la Naturaleza y un islandés
da clara
cuenta de la indiferencia de la naturaleza al sufrimiento humano.
Ciudad Ojeda debe su nombre al explorador hispánico Alonso de Ojeda
que en un viaje de reconocimiento por el Lago de Maracaibo en el año 1499
lo denominó en su momento Venezuela o Pequeña Venecia. De hecho, el
nombre de Venezuela, se le atribuye a Alonso de Ojeda dentro de los con-
tornos de la Costa Oriental del Lago. Otro de los célebres acompañantes
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de Ojeda fue el italiano Américo Vespucio (1459-1512) que a diferencia de
Cristóbal Colón que murió creyendo haber llegado al Asia éste estuvo claro
y divulgó la existencia de un nuevo continente: América.
Venezuela y su historia es un crisol de aportes mestizos dentro de una
dialéctica de amor/odio atrapados en relatos partidistas y jaulas ideológicas.
No nos atrae este tipo de historia maniquea de buenos y malos; de héroes y
traidores: porqué muy bien sabemos que son roles de intercambio tal como
lo dejó establecido un genial cuento del escritor argentino Jorge Luis Borges
llamado: “Tema del traidor y del héroe” (1944).
Lo signicativo aquí, en este momento en que transcurre este acto proto-
colar solemne, es el reconocimiento de todos los aportes que han permitido
que la historia de Ciudad Ojeda en el transcurrir del tiempo haya sido un he-
cho fecundo y digno de celebrarlo hoy. Lo indígena de procedencia asiática
iniciado en el lejano 10.000 A.C.; los tres siglos hispánicos que representan
la gestación de la nacionalidad acaecida a partir del 5 de julio de 1811 con la
Independencia; lo imprescindible africano; el mestizaje criollo y los aportes mi-
gratorios de las comunidades de venezolanos provenientes de otros estados
de la nación junto a la numerosa colonia italiana, además de españoles, por-
tugueses, chinos y árabes: conforman un todo compartido generoso que hizo
de Ciudad Ojeda una ciudad cosmopolita y muy prospera. “Ser civilizados es
reconocer la humanidad de los otros” sostiene Tzvetan Todorov (1939-2017).
Es necesario recordar que Venezuela, antes de la explotación petrolera
que se inició con el reventón del Zumaque I en 1914 y el Barroso II en 1922,
fue un país rural despoblado y muy pobre prisionero de las revoluciones y
sus caudillos. Salvo las reminiscencias heroicas acerca de las hazañas milita-
res de Simón Bolívar, nuestras rutinas fueron anónimas y modestas alrede-
dor de la economía del café y otros productos agrarios.
Nuestra relación con el petróleo se parece mucho a nuestra relación con
los tres siglos hispánicos o coloniales desde la óptica de una historia ideo-
lógica cuyo epicentro es el nacionalismo. Lo opuesto a Bolívar es extraño y
merece condena. Lo mismo nos sucede con el despojo de nuestra riqueza pe-
trolera en manos de las compañías extranjeras. Y resulta que la historia real es
más complicada y prevalecen los matices. El dictador Juan Vicente Gómez fue
tirano y liberal como lo asume el historiador Manuel Caballero. Gómez pasa
por ser uno de los padres de la nación moderna venezolana en el período
1908-1935 por qué acabó con las guerras civiles y revoluciones que desolaron
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al país por más de cien años luego de la Independencia: creó el ejército; unió
al país a través de carreteras y el telégrafo además de pagar la deuda externa.
Para conseguir esa paz con el puño cerrado les entregó la riqueza petrolera
recién descubierta a estadounidenses, ingleses, holandeses y franceses por-
qué los venezolanos no teníamos las habilidades técnicas para la faena. Y ese
tesoro maravilloso se encontró aquí en la Costa Oriental del Lago.
La generación del 28 con Rómulo Betancourt, Jóvito Villalba, Andrés Eloy
Blanco; Miguel Otero Silva, Juan Bautista Fuenmayor entre otros se opusieron
a las dictaduras y gobiernos entreguistas de nuestro petróleo desde Gómez
hasta Marcos Pérez Jiménez. El libro:
Venezuela, Política y Petróleo
de Rómulo
Betancourt, publicado en México en el año 1956, es todo un hito. Hay que re-
ferirse a la Generación del 28 porqué de ella surgieron los principales partidos
políticos como Acción Democrática; URD; COPEI y el Partido Comunista que
hicieron posible el nacimiento de la Democracia en Venezuela a partir del año
1958. Democracia que permitió la nacionalización del petróleo el 1 de enero
de 1976 y la fundación de la OPEP en 1960 bajo el liderazgo de Juan Pablo
Pérez Alfonso, uno de los venezolanos más preclaros que hemos tenido en el
país y cuyas sugerencias y recomendaciones sobre el petróleo fueron deses-
timadas. Una de ellas, y quizás la más impactante, fue cuando argumentó que
teníamos que ahorrar el petróleo para cubrirnos las espaldas en la época de
las vacas acas ya que había que preservar ese “patrimonio para las genera-
ciones futuras”. En 1976 escribió en su libro
Hundiéndonos en el excremento del
diablo
lo siguiente: “Venezuela marcha a la deriva. Nunca supimos bien hacia
dónde queríamos o podíamos ir. Somos negligentes, inestables y contradicto-
rios. Pero nunca habíamos sufrido una indigestión económica como la actual,
y con la inundación de capital perdimos la cabeza. De este modo se multipli-
can al innito los daños que nos hacemos, añadiéndose a los que dejamos
nos causen otros aprovechadores”. En su momento lo tildaron de loco, muy
especialmente los venezolanos felices de la Venezuela mayamera del “tá bara-
to, dame dos” y las visitas compulsivas a los parques en Disney World.
La explotación petrolera en Venezuela por el capital internacional le cambió
la vida a millones de venezolanos desde una “cultura de la conquista” convenida.
A unos trajo benecios y a otros explotación. Muchos campos petroleros eran
países dentro del propio país con sus jerarquías, privilegios para unos pocos
y la mayoría del peonaje excluidos de los mismos. La novela
Mene
de Ramón
Díaz Sánchez publicada en 1936 es emblemática e invito a su lectura. Lo mismo
hay que hacer con el libro
Desagravio del mal
(2014) del escritor y sociólogo de
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la Universidad del Zulia: Miguel Ángel Campos, para entender el impacto del
petróleo en la sociedad venezolana a través de la exégesis penetrante y lúcida
del pensamiento de Alberto Adriani, Mariano Picón Salas y Arturo Uslar Pietri.
Luego de la Segunda Guerra Mundial entre los años 1939 y 1945 el con-
tinente europeo quedó destruido y la inmigración posa sus ojos sobre el
continente americano. Tres destinos iluminaban las esperanzas de una po-
blación desesperada por un presente sin futuro: Estados Unidos, Argentina y
Venezuela. Y cuando decimos Venezuela, nos estamos reriendo a los cam-
pos petroleros del estado Zulia y de manera muy especial a los que se ubi-
caron en la Costa Oriental del Lago. Ciudad Ojeda, a partir de 1945, acogió
una importante comunidad de inmigrantes italianos y, en menor medida, de
otras naciones bajo el imán del auge petrolero. Junto a los técnicos extran-
jeros y habitantes locales contribuyeron a su industrialización y desarrollo.
Dice Omar Bracho, uno de los cronistas de Ciudad Ojeda:
“si hay algo que agradecer a muchos de estos inmigrantes, es el hecho de que cola-
boraron con el desarrollo de esta zona, su tenacidad, ganas de trabajar y sobre todo,
sus conocimientos, mezclados a su vez con un pueblo dispuesto a crecer y a explotar
sus riquezas, conformaron a lo que hoy se conoce como Ciudad Ojeda, que es quizá
una de las zonas más importantes del país, pues su población ha crecido vertiginosa-
mente en los últimos 10 años y su potencial mineral es reconocido a nivel mundial”.
Otro cronista de Ciudad Ojeda, Francisco A. Chávez Yunez, ofrece otra
semblanza promisoria de un pasado de oro:
“Ciudad Ojeda toma auge moderno denitivo a partir de la década de los sesenta
donde el negocio atractivo fue desplazando al viejo tarantín, restaurantes inter-
nacionales, conterías, hoteles, supermercados, joyerías, librerías, talleres electro-
mecánicos, discotecas, farmacias, sucursales bancarias, bares con mesitas y sillas
en las aceras al estilo europeo, almacenes con llamativos apelativos publicitarios
pestañando a base de gas neón y amplias vidrieras”.
Entre 1922 y 1982, fueron sesenta años de bonanza ininterrumpidos; in-
cluso, algunos testigos la extienden hasta el año 2002. De la noche a la maña-
na, la cenicienta Venezuela, se hizo rica y prepotente. La riqueza no provino
como Max Weber estableció para los países de religión protestante de la Eu-
ropa septentrional debido al trabajo capitalista de forma laboriosa y tenaz; la
austeridad en el ahorro y la disciplina social. Nos olvidamos de “Sembrar el pe-
tróleo” como propuso Arturo Uslar Pietri en el año 1936: optamos por la fan-
tasía, la corrupción y el derroche viviendo una esta perpetua. Además, esto
fue potenciado por la propaganda ocial que había alimentado el Mito Bolívar
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desde el año 1842 asumiendo al caraqueño mantuano como el gran héroe
continental. De repente, todo tenía sentido dentro de la precaria cosmogonía
de los venezolanos intrépidos y audaces para justicar la buena suerte y po-
ner en remojo el lapidario “bochinche, bochinche” de Francisco de Miranda.
Venezuela, la grande; Venezuela, la apoteósica; Venezuela, la saudita; Vene-
zuela, la mayamera. Todas nuestras malas artes quedaron disimuladas: pocos
se atrevieron en atentar contra la irresponsabilidad como modo de vida social.
Fue un inicio de modernidad no sólo muy costoso sino aparatoso tam-
bién. Miguel Otero Silva en su novela
Casas Muertas
(1955) ofrece toda ésta
descolorida pintura de un mundo rural y palúdico que se desmorona por el
abandono que hacen sus habitantes huyendo de la tristeza hacia unas tie-
rras prometidas que ocuparan desordenadamente. La ciudad, las plácidas
ciudades como vigilantes de las costas, nunca estuvieron preparadas para
recibir esta inmigración desesperada de gente pobre, analfabeta y desnutri-
da. Hoy, los millones de ranchos que destilan miseria, son vestigios vivientes
de ese cambio súbito en la vida nacional sin la previsión de sus gobernantes.
Venezuela hizo la Independencia para acabar con el colonialismo hispáni-
co pero luego cayó en manos del colonialismo alemán, inglés y estadouniden-
se que codiciaron materias primas como el café, la ganadería y el cacao. Más
luego pusieron sus garras sobre el asfalto y petróleo. La mayoría de nuestros
viles golpes de estado; insurrecciones; guerras civiles; montoneras y violen-
cia indómita estuvo monitoreada por potencias extranjeras y sus empresas
comerciales que se plegaban a uno u otro bando de acuerdo a sus objetivos
de maximizar sus intereses en el país. No hace falta leer a Eduardo Galeano
ni a Gabriel García Márquez para descubrir que esto fue así. Cipriano Castro
fue derrocado por Gómez y los Trust del asfalto y petróleo. Y otro tanto pudo
haber ocurrido con el derrocamiento de Rómulo Gallegos en el año 1948.
La Venezuela Saudita del primer gobierno del presidente Carlos Andrés Pé-
rez (1974-1979) se hizo realidad en la Costa Oriental del Lago. La Nacionaliza-
ción del Petróleo el 1 de enero de 1976 representó la irrupción de PDVSA como
una de las empresas estatales más ecaces y prestigiosas a nivel internacional.
Ciudad Ojeda contó con el parque metalmecánico más grande de toda América
Latina. Contratistas y empresas de servicio, las mejores del mundo, se instalaron
en ella. PDVSA reclutaba a los mejores estudiantes de ingeniería de las universi-
dades públicas venezolanas como la UCV, LUZ, UC, UDO y ULA para ofrecerles
entrenamiento y buenos contratos profesionales en la Costa Oriental del Lago.
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No obstante, la otra cara de la moneda, no tardaría en manifestarse y son
hechos recientes atestiguados en carne propia. El declive de Ciudad Ojeda
es la tragedia de un país que en menos de veinticinco años pasó a ser uno de
los más ricos del mundo a uno de los más pobres del mundo con una dolo-
rosa diáspora de más de seis millones de compatriotas que ha resquebraja-
do nuestro tejido social. Una regresión pavorosa que implica al día de hoy el
gigantesco reto de detenerla desde la épica civil. Es un dictamen basado en
la angustia de habernos rendido por la comodidad y la “ineptitud para cons-
truir en condiciones favorables” y garantizar la permanencia del bienestar
social de nuestra población. Nos sacamos la lotería y dilapidamos la lotería.
El rentismo petrolero terminó siendo un gran fracaso y hoy es un modelo
agotado dado el alto nivel de desinversión de la industria petrolera nacional.
El conicto entre la PDVSA meritocrática y el gobierno de Hugo Chávez en el
año 2002 fue un punto de quiebre. “Venezuela fue un país monoproductor
que tomó la decisión de destruir su principal fuente de riqueza (junto con el
resto de su economía)”. Esto lo dice el experto petrolero Alfredo Toro Hardy.
Hay una novela inédita del escritor zuliano Norberto Olivar, que se llama
El Suave Coro de los Repudiados,
que sintetiza el todo de la catástrofe mostran-
do nuestros lugares familiares y entrañables desdibujados por una meta-
morfosis del horror. “Nada de lo que podía pasar está pasando” nos dice uno
de sus protagonistas. En un modo losóco, si hemos de creer a Hegel y su
apabullante -.1 (1837), Venezuela es un país al que echaron de la Historia,
bajo el entendido que hemos sido expulsados de la racionalidad moderna.
Hay mucho miedo esparcido y las carencias materiales y espirituales son
evidentes. Dios nos luce ausente y como los asustados relatores de los Sal-
mos bíblicos invocamos una salvación con desigual apego a la fe cristiana. El
viento sucio de la historia nos atraviesa el alma nacional y nos preguntamos
desde la angustia: ¿Cómo hacer para detener el deterioro, de esta caída libre
que nos estropea el presente y futuro?
Mi padre, el Rector Angel Lombardi, un joven sabio de 78 años, apela a
una sola palabra como programa para enfrentar los duros retos del pre-
sente venezolano, esa palabra no es otra que la: “CONFIANZA”. Conanza
en Venezuela y los venezolanos para que utilicemos todas las vías legítimas
y legales dentro de la actual institucionalidad disminuida para recuperar a
plenitud la Democracia y el Estado de Derecho. Y que hagamos del poder un
instrumento al servicio de los ciudadanos haciendo del bien común el cen-
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tro de las acciones de la política junto a políticos dignos de tal tarea. En ésta
misma sintonía se expresó en días recientes la Conferencia Episcopal de
Venezuela. El patrimonio de un buen gobernante es su reputación y virtud.
Ya lo dijo en su momento Nicolás Maquiavelo y Baltazar Gracián.
Una vecina mía en Maracaibo que vivió veinte años en Ciudad Ojeda y
que entrevisté para preparar este discurso me dijo que la felicidad más gran-
de junto a su familia la tuvo como habitante de Ciudad Ojeda. Creo que de
esto podemos sacar una gran conclusión en este 85 Aniversario: y no es otra
que la de trabajar mancomunadamente en una sola dirección para volver
a posicionar a Ciudad Ojeda como una ciudad atractiva y próspera con el
aporte de todos.