ISSN 2660-903717
CLÍO: Revista de ciencias humanas y pensamiento crítico
Año 3, Núm 6. Julio /Diciembre (2023)
PP. 17-45. Provincia de Pontevedra - España
Las unidades de producción artesanal en Venezuela
durante el periodo hispánico*
Luis Alberto Ramírez Méndez**
RESUMEN
En el presente informe se estudian las características que asumió el proceso de producción artesanal en Vene-
zuela, durante el periodo colonial, el análisis se centra en tipicar y caracterizar las unidades de producción en
aspectos como capital, administración, insumos, técnicas, control de calidad y producto. En este sentido, se han
identicado tres tipos de unidades de producción artesanal que comprenden las tiendas- talleres; las fraguas
alfarerías y tenerías; nalmente la granjería. El estudio se asienta sobre la revisión de la documentación original e
inédita que reposa en los archivos se analizan las variables expresadas y se presentan los resultados.
Palabras clave:
compañía artesanal, tienda, taller, tecnología artesanal, granjería, taller.
The artisan production units in Venezuela colonial period
ABSTRACT
In this report, the characteristics assumed by the artisanal production process in Venezuela during the colonial
period are studied. The analysis focuses on typifying and characterizing the production units in aspects such
as capital, administration, inputs, techniques, quality control and product. In this sense, three types of artisan
production units have been identied, which include shops-workshops; the pottery and tannery forges; nally,
the farm. The study is based on the review of the original and unpublished documentation that rests in the
archives, the variables expressed are analyzed and the results are presented.
Keywords:
artisan company, shop, workshop, artisan technology, farm, workshop.
* Artículo de investigación resultado de proyecto desarrollado y concluido sobre la artesanía colonial en Mérida- siglos XVI-
XVII. El autor agradece muy especialmente al genealogista Crisanto Bello y al Fondo de Investigación Documental (FID) de
la empresa SEFAR Universal por la información facilitada para la realización del presente artículo.
** Doctor en Historia, Universidad Central de Venezuela, profesor invitado en la Maestría en Historia de la Escuela de Historia
Facultad de Humanidades y Educación Universidad de Los Andes. (Mérida-Venezuela); Investigador especial invitado en
la Universidad Nacional Experimental Rafael María Baralt. Miembro del Programa de Estímulo a la Investigación Nivel B.
Premio Nacional de Ciencia y Tecnología. Mención Ciencias Sociales 2017. https://orcid.org/0000-0001-7014-8105; ht-
tps://www.researchgate.net/profile/Luis_Alberto_Ramirez_Mendez/contributions.
Recibido: 5/10/2022
Aceptado: 10/2/2023
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Luis Alberto Ramírez Méndez
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Introducción
La formación de los modos de producción y sistemas de trabajo en América colonial
ha
sido abordada por numerosos historiadores en sus manifestaciones predominantes como
lo fueron la encomienda y la esclavitud, las que en su momento, fueron la respuesta a las
crecientes necesidades de mano de obra en los sistemas de producción en la sociedad co-
lonial temprana, durante los siglos XVI y XVII. En caso especíco de la encomienda fue una
concesión de la Corona española, aunada al reparto de tierras, como una forma de reconocer
y beneciar las inversiones de capital y trabajo que los peninsulares habían realizado en la
ocupación de Hispanoamérica y también como un atractivo para la exploración de nuevos
territorios y lograr la radicación de los colonizadores en los dominios americanas.
Ciertamente, el desarrollo económico experimentado en Indias, durante el siglo XVI, se
basó en el aprovechamiento de la mano de obra indígena hasta nales de la misma centuria,
cuando ocurrió la dramática disminución de la población aborigen, lo cual determinó la cre-
ciente introducción de esclavos africanos. De la misma forma, las relaciones de sometimien-
to y vasallaje prevalecientes en esos regímenes laborales representaron el fortalecimiento del
poderío de los conquistadores y primeros pobladores peninsulares en el Nuevo Mundo.
En consecuencia, ese creciente poder de las elites indianas fue una constante preocu-
pación para los funcionarios reales, quienes querían resguardar y proteger la condición de
súbditos libres” de los indígenas y evitar los abusos que cometían los encomenderos en
contra de sus encomendados, lo cual determinó que se denieran otras guras jurídicas para
regular las relaciones laborales, las que surgieron al calor de discusiones morales, teológicas
y económicas, con cuya nalidad se diseñaron instrumentos jurídicos que regularon el trabajo
libre y asalariado de los amerindios, los cuales se aplicaron, en numerosas actividades y en
particular en el desempeño de las actividades artesanales . Especialmente, en esa normativa,
se consagró la libertad de los naturales para concertar su trabajo, con quien quisieran, por
el tiempo de desearan y por el salario que más les conviniera y además les eximió de ser
compelidos para desempeñar laborares en el sistema laboral obligatorio de la mita. Esas
regulaciones fueron reiteradas en las sucesivas reglamentaciones aprobadas en las distintas
jurisdicciones provinciales venezolanas, como ocurrió en las ordenanzas emitidas por el visi-
tador Alonso Vázquez de Cisneros para el Corregimiento de La Grita y Mérida en 1620 y en las
instrucciones promulgadas por gobernador Francisco de Berroterán para la Gobernación de
Venezuela en 1695, en cuyos estatutos se normalizó el funcionamiento del mercado laboral,
tanto de los trabajadores asalariados radicandos en el interior de las haciendas que constitu-
yeron los antecedentes inmediatos del peonaje, mientras que en las unidades de producción
urbanas estuvieron constituidos por artesanos y manufactureros.
Indudablemente, el desarrollo de las infraestructuras de las ciudades hispanoamericanas
y de las unidades de producción rurales determinaron el crecimiento de la demanda de ob-
jetos utilitarios y semi-utilitarios, cuya fabricación requirió de mano de obra especializada,
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en particular de ociales capaces de confeccionar herramientas y otros enseres necesarios
tanto en las actividades mineras como agropecuarias. Con la nalidad de satisfacer esa de-
manda fue ineludible la capacitación de esos trabajadores y luego su inserción en creciente
mercado de trabajo que se había regulado en la legislación del Estado español. De ese modo,
Hispanoamérica y particular en Venezuela, se estableció un mercado laboral especíco inte-
grado por mano de obra calicada, capaz de producir artesanías y manufacturas que abaste-
cían de una extensa gama de productos requeridos en diferentes espacios desde los textiles,
que comprendían telas, alfombras, hilos y otros; la metalurgia que suministraban desde los
clavos, cuchillos, fondos de trapiches, campanas, llaves, cerraduras, bisagras, joyas de oro y
plata, rejas, arados, palas, machetes y otros; la construcción de obras civiles y religiosas, la
fabricación de muebles, puertas, ventanas; la elaboración de vestidos, zapatos y numerosos
otros objetos que fueron cotizados durante ese periodo.
En ese escenario, el proceso de producción artesanal se desplegó en unidades de produc-
ción, que se instituyeron sobre la base de asociaciones de trabajadores, quienes realizaron
aportes de capital e instalaciones, donde desarrollaban su trabajo, bajo la dirección de un ar-
ce, seleccionaban materias primas, determinaron las técnicas, herramientas a utilizar y pre-
cisaron los horarios a cumplir en sus labores destinados a fabricar sus productos. Al mismo
tiempo, los artesanos también desempeñaron otras funciones en el proceso producción, que
comprendieron desde la selección de los insumos, herramientas y técnicas, administración,
control de calidad y comercialización del producto, cuyas características le conrieron una
complejidad poco explorada hasta el presente. Aunque debe precisarse que la productividad
era baja debido a la limitación de los medios y herramientas empleadas en esas unidades de
producción.
De la misma forma, en las unidades de producción artesanal predominó el trabajo indi-
vidual y manual, en el que progresivamente se incluyeron actualizaciones tecnológicas que
fueron resultado de la pericia obtenida en el proceso de formación, en la práctica diaria de
sus labores, también como fruto de su ingenio e innovación y en otras ocasiones de las in-
dicaciones de los clientes a las que el operario también debió adecuarse. Por consiguiente,
las variaciones y avances que se produjeron en el proceso de producción artesanal fueron
consecuencia de la integración, desintegración, modicación e innovación tanto de materias
primas como de las técnicas y también del factor trabajo, que en algunas ocasiones fue
intermitente.
Durante el período colonial venezolano, la producción artesanal fue impulsada debido a
la perentoria necesidad de proveerse de productos utilitarios, lo que motivó su importante
avance y signicativo desarrollo. Ciertamente, el modo de producción artesanal posibilitó la
instauración y organización de diferentes unidades de producción, la mayoría de las mismas
fueron instituidas a partir asociaciones de los artíces y otros miembros de la sociedad colo-
nial, no necesariamente artesanos, con la nalidad participar en la producción de artesanías,
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quienes se asociaron recurriendo a una gura jurídica denominada “compañía” que en nume-
rosos casos fue el instrumento jurídico base para el establecimiento de tiendas-talleres. fra-
guas, alfarerías y tenerías. Esas unidades de producción se diferenciaron fundamentalmente
por las actividades desempeñadas por los propietarios quienes asumieron la posesión y el
control de la producción; por su ubicación, la cual dependió de la necesidad de contar con
instalaciones en la zona comercial urbana, como ocurrió en las tiendas y talleres de joyería,
sastrería, zapatería, a diferencia de otras unidades de producción que se situaron en lugares
que permitían la provisión de sus materias primas como la alfarería y cantería y nalmente las
curtiembres que debido a sus desechos contaminantes se establecieron en lugares alejados
de los centros poblados, como lo prescribía la legislación de la época.
A diferencia de los anteriores, la granjería fue el trabajo artesanal desarrollado en el do-
micilio de los artíces. Finalmente, existió la contratación de las obras o el encargo de los
productos, en cuyo caso, es necesario precisar que, aunque todos los productos artesanales
se realizaban mediante un contrato, fuera formal o informal a través del cual se encargaba
una “hechura”, como entonces se denominaba a cualquier obra fabricada por un artíce, bien
fuera de sastrería, zapatería, orfebrería, carpintería, pero en numerosos casos, en los cuales
por la naturaleza de la obra, que debería realizarse “in situ”, como las construcciones de las
viviendas, de los templos, de las techumbres y otros se ejecutaron bajo una contratación par-
ticular, en la que se formalizaron las exigencias del contratante, deniendo las características,
calidad y tipología de la obra, los salarios, los aportes de materiales y el tiempo que duraría
la fabricación de la misma. En ese sentido, el presente estudio se centra en caracterizar la
estructura y funcionamiento de esas unidades de producción artesanal en Venezuela duran-
te el periodo de dominación hispánica, en lo referente a las variables de aportes de capital,
factores de la producción, insumos, administración, técnicas, control de calidad y producto.
El estudio del trabajo artesanal en Venezuela durante el domino hispánico, ha sido abor-
dado por diferentes estudiosos como lo son Manuel Pérez Vila, quien describe las caracte-
rísticas sociales de los artíces en América Latina. Por su parte, Carlos Federico Duarte ha
realizado un trabajo pionero sobre las particularidades morfológicas, utilitarias y decorativas
de las artesanías y nalmente las investigaciones realizadas por Luis Alberto Ramírez Mén-
dez enfocadas sobre la artesanía, la actividad de los maestros y el régimen laboral de los
artesanos emeritenses durante los siglos XVI y XVII.
El estudio se fundamenta sobre la revisión documental realizada en diferentes archivos
tanto venezolanos como extranjeros, en particular del Archivo General del Estado Mérida
(AGEM), el Archivo Arquidiocesano de Mérida (AAM) y Archivo Arquidiocesano de Caracas
(AAC). Del mismo modo fueron consultados los legajos que se resguardan en el Archivo Ge-
neral de Indias (AGI) especialmente sobre los registros que anotaron las compañías, contra-
tos, asientos de aprendizaje, anzas, avalúos, mandas testamentarias e informes tanto civiles
y religiosos que permitieron determinar el comportamiento de las variables estudiadas.
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1. Conformación de las unidades de producción artesanal
En Venezuela, a diferencia de otras regiones de Hispanoamérica, la resistencia aborigen
determinó que la mayoría de los repartimientos de indígenas disminuyeran rápidamente, de-
bido a que numerosos indígenas abandonaron sus poblados y huyeron del sometimiento
a los hispanos. A pesar de ello, en los núcleos urbanos establecidos por los peninsulares y
que lograron su estabilidad después de nalizado el siglo XVI, albergaron en sus espacios a
artesanos, que vinieron de allende los mares y que trabajaban en sus ocios, al mismo tiem-
po que desarrollaron el proceso de enseñanza-aprendizaje de los mismos entre la población
nativa. Esa creciente actividad artesanal se efectuó en unidades de producción, mediante el
sistema de contratación libre y asalariada de la mano de obra integrada por trabajadores con
diferentes orígenes entre los que estuvieron peninsulares, criollos, mestizos, indios, pardos y
afrodescendientes tanto libres como esclavos.
En ese sentido, los artesanos venezolanos durante el periodo colonial desarrollaron el proceso
de producción asociándose en sociedades por lo cual recurrieron a una gura jurídica denomina-
da en la documentación “compañíapero que a los nes de la presente investigación se le con-
ceptúa como “compañía artesanal”, que fue el primer paso de los artesanos para instituir tiendas
y talleres donde laboraban y prestaban sus servicios, la cual se dene como un contrato suscrito
entre los participantes con el objetivo de establecer una unidad de producción artesanal y en la
misma efectuar una actividad laboral, precisando los aportes de capital que podían ser activos
jos o circulantes, la adquisición de materias primas, los instrumentos y herramientas utilizadas
en las labores, el pago de salarios, tanto en efectivo como en especie, asimismo se preestablecía
el control de calidad, especicado en las características morfológicas y artísticas del producto,
también se estipuló la disposición y ubicación de los espacios para la realización del trabajo, la
comercialización, distribución de los benecios y se estipuló la duración temporal del contrato.
El capital jo invertido en las compañías artesanales estuvo constituido por instalaciones
como, tejares y talleres, las equipos, materias primas y otros enseres. Del mismo modo se
incluyó el capital circulante tanto en metálico como en especie destinado a costear las eroga-
ciones para la adquisición de materias primas y cancelar salarios. Además, durante el periodo
colonial, los operarios dependían únicamente del empleo de la fuerza humana y animal, que
fueron las únicas posibilidades de energía motriz que existían en esa época, por esa razón
también se incluyeron en esas aportaciones los semovientes destinados a las labores de
transporte y carga como caballos, burros y mulas. Además, se precisó el abastecimiento de
materias primas, las que en ocasiones fueron suministradas por uno de los participantes, en
otros casos, los asociados convinieron en costear las mismas.
Otro factor esencial, en esas unidades de producción, que fueron creadas bajo la gura
de la compañía artesanal fue la denición de las funciones que se deberían cumplir. En ese
sentido, los artesanos calicados se desempeñaron en el control de calidad, entendido como
la supervisión de la tecnología y los insumos empleados en el proceso de producción, por lo
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cual fue de su competencia evaluar la destreza de los ociales y ayudantes, las condiciones
laborales y métodos que se aplicaron para fabricar productos con la perfección deseada, lo
cual podían cumplir con éxito debido a la pericia que se habían logrado con su “habilidad,
traza e industria” en el desempeño del ocio, las responsabilidades en la comercialización de
los productos y el reclutamiento y formación del personal subalterno.
Ciertamente, en las unidades de producción artesanal se desarrolló no sólo la producción de
objetos, sino también la enseñanza, mediante la cual los aprendices adquirían la destreza en el
ejercicio de los ocios, al mismo tiempo recibían alimentación y alojamiento. Ese proceso de en-
señanza-aprendizaje fue auspiciado en aquella sociedad porque se requería de la capacitación
de jóvenes, por cuya razón, tanto los autoridades capitulares de grado o por la fuerza como los
padres de niños y adolescentes los “asentabanpara que, una vez cumplida su primera etapa
en su adiestramiento, se convertían en ociales, quienes deberían perfeccionar su educación
mediante su continuado desempeño en el trabajo artesanal, con la posibilidad de asociarse con
maestros, prestando su labor semi-calicada hasta lograr su plena experticia, durante el tiempo
requerido, estableciéndoles ciertos niveles de productividad, lo que les posibilitaba alcanzar el
rango de maestros del ocio. Asimismo, en las unidades de producción artesanal también traba-
jaron indígenas en condición de asalariados-aprendices, ayudantes, obreros, peones y esclavos.
Del mismo modo, en las unidades de producción artesanal se estableció el control de la
calidad de los productos por lo cual se denieron detalladamente las características morfo-
lógicas y artísticas con que deberían ser fabricadas los productos. En particular en la elabo-
ración de los sombreros se estipularon las dimensiones de su falda; asimismo ocurrió con la
loza a la cual se le precisó sus dimensiones en “menuda o grande”; su coloración y acabados
en “blanca, vidriada o alcolada”. En general, se precisó que los productos deberían ser “buenos
y aviados” y en el caso especíco de las tejas y ladrillos deberían ser “bien cocidos. Por otra
parte, la distribución de benecios se ajustó en relación a la proporción de capital invertido y
al trabajo desempeñado por los contratantes. En otras oportunidades los asociados convi-
nieron en que sería en un tercio, pero en la mayoría de las compañías constituidas se ajustó
que sería “por mitad” es decir al 50% de las ganancias. Mientras la duración temporal fue
generalmente por un año, pero en otras se extendieron hasta dos años.
De ese modo, la instauración de unidades de producción artesanal bajo la gura jurídica de la
compañía artesanal en Venezuela colonial fue resultado de una necesidad eminentemente cita-
dina, determinada por las demandas sectoriales del mercado interno de un sinnúmero de bienes,
especialmente los materiales empleados en la arquitectura civil o religiosa, cuyos productos son
únicos en su tipo, porque se fabrican en el sitio en el que se opera, al igual que los destinados
para producir utensilios para el uso doméstico y la cocina, como también las herramientas des-
tinadas a las faenas agrícolas, transporte, las imágenes, esculturas y pinturas para el ornato, el
hilado de bras, tejido de telas y confección de vestuario, entre otros, por lo cual se requirió de
una organización especíca con características y funcionamiento particulares.
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2. Características y funcionamiento de las tiendas y talleres
artesanos
Las “tiendas” y “talleres” constituyeron las unidades de producción en donde se agruparon
los artíces con distintos niveles de calicación, bajo la dirección de un maestro del ocio,
quien usualmente fue propietario de las instalaciones y parte de las herramientas, los que
constituían el capital jo de la misma y también del local donde se fabricaba y se realizaba
la comercialización de los productos. Las tiendas y talleres artesanales debieron su origen
a la particularidad de ciertos artíces que requirieron ubicarse en el centro de las urbes, de-
bido a que en su proceso productivo no se emiten desechos contaminantes o malolientes y
esencialmente porque en ese espacio sus productos estaban al alcance de sus clientes que
transitaban diariamente en las zonas comerciales.
En Venezuela, las tiendas y talleres artesanales hicieron su aparición en el siglo XVI y el
primer paso para la constitución de una tienda o taller fue la disponibilidad del local, donde se
desarrollarían las labores. En ocasiones, esos locales fueron propiedad de los vecinos pudien-
tes, quienes los arrendaban o entregaban en administración a los artíces . En este aspecto,
se han denido dos tipos de talleres: el primero de ellos sería el individual eminentemente ci-
tadino y con claros antecedentes medioevales, en el que labora un solo artesano, maestro del
ocio, aunque a veces lo ayude un aprendiz o un peón. La cantidad de productos que solían
fabricar dependía de la habilidad del mismo y de su ritmo de trabajo.
El segundo tipo de taller es donde laboran más de dos operarios, con distintos niveles de
calicación como maestros que dirigían a ociales, ayudantes, obreros y aprendices, quienes
mantenían vínculos laborales, extra-laborales y familiares. Por esa razón, se incrementaban
los niveles y cantidad de la producción, por lo cual se requirieron más operarios, en forma per-
manente o temporal, también se dispusieron de herramientas adicionales. Las labores eran
dirigidas y scalizadas por el dueño del taller quien, a su vez, es maestro de ocio, ya que ade-
más de su labor, distribuía las tareas entre sus ayudantes, controlaba, enseñaba, y supervisa-
ba permanentemente a sus subalternos y también les cancelaba sus jornales, en ocasiones
a destajo. En estos talleres trabajaban simultáneamente varios artíces, la faena no estaba
dividida, lo cual se explica porque cada artesano realizaba el proceso de producción desde
su inicio hasta nalizar la fabricación del producto y por tanto lo elaboraba en su totalidad.
En este tipo de unidades de producción se requería de mayores inversiones de capital
circulante, destinadas a la adquisición de las materias primas, herramientas y costear los
salarios. Además, y con cierta frecuencia a los dueños de las tiendas y talleres, quienes ejer-
cían el control y la administración de las mismas, se les conaban las materias primas desde
metales preciosos, telas, hilo, botones, guarniciones, suelas, cordobanes y otros para la fabri-
cación de los productos.
Por esa razón, los artesanos debieron garantizar la seguridad de los insumos que les eran
entregados a su custodia, por lo cual el cabildo estableció la obligación de prestar anzas a
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los dueños de tiendas y talleres para autorizarles su funcionamiento y desarrollar sus labores,
como un requisito previo a la constitución de los mismos. Esa disposición se asentaba en el
aval que el ador proporcionaba al artesano y mediante el mismo, garantizaba que seguridad
de las materias primas entregadas por los clientes al artesano, así como la experticia del mis-
mo en su procesamiento, además la calidad y entrega puntual del producto, especialmente en
aquellos casos que laboraban con metales preciosos. De ese modo, se prevenía que el artista
realizaría su obra rindiendo “buena quenta” del insumo y de la elaboración del producto que
se le habían encargado. Al mismo tiempo, se comprometía a realizarlo en un tiempo peren-
torio y sin dilación alguna, obligándose el ador a que el artesano no podía “hazer ausencia
de la ciudad hasta que entregara las obras concertadas. Asimismo, se determinó la cantidad
explícita de la cobertura del aanzamiento, con una tasa máxima, por la cual se establecía el
compromiso de asegurar al artesano y el lapso de duración de la anza.
En aquellos casos, en que los artíces incumplieron con sus compromisos fueron objeto
de duras sanciones por parte de la justicia ordinaria, que disponía su inmediato encarcela-
miento. Después que los infractores fueron apresados y con la nalidad que pudieran abando-
nar los reclusorios fue necesaria la presentación de anzas carcelarias en las que requerían
de avales adicionales para el cumplimiento de las obligaciones defraudadas y se determinaba
el lapso temporal preciso para que nalizaran y entregaran los productos concertados.
Las actividades artesanales desarrolladas en las unidades de producción en Venezuela
colonial fueron variadas y fundamentales como las relacionadas con el ámbito de la con-
fección y del calzado. En esos rubros, la sastrería tuvo un especial dinamismo, en la que se
destacaron dos artíces en Caracas, como se reere en 1596 a Alonso de Jironda, quien tenía
un taller, asistido por varios aprendices, por lo cual la mulata Violante de Guevara concertó al
sastre para que le enseñara su ocio a un hijo suyo, llamado Francisco, a quien se le pagaría
un salario durante su aprendizaje y para completar su adiestramiento sería llevado a Carta-
gena de Indias. Años más tarde, en Mérida, Francisco de Osuna, quien tuvo un taller de sas-
trería y estuvo activo entre la tercera y cuarta década del siglo XVII, precisamente en 1627, se
concercon Diego Varela Graterol para enseñarle a su esclavo, llamado Antonio, oriundo del
Brasil; un año después en 1628 tomó por aprendiz a Juan Martínez y en 1657 a Luis Sánchez.
Al igual que el anterior, Pedro Ponce de San Martín fue otro sastre emeritense, propietario de
su tienda, que entre 1647 y 1669 desplegó un constante trabajo y junto a él laboraron como
aprendices cuatro niños huérfanos, Mateo, Joseph, Felipe y Pedro, además de los ociales
Juan Rodríguez y Fabián Pérez.
Igualmente, el rubro de la fabricación del calzado se inició en Mérida hacia 1581, cuando
Hernando de Cáceres instaló un taller en su casa, donde habían “mozos y aprendices” traba-
jando en ese ocio. De la misma manera, entre 1615 y 1622, Juan Rodríguez Tamayo, otro
maestro de zapatero, admitió en su tienda a dos aprendices, entre tanto Andrés de Luna, tam-
bién maestro del mismo ocio, quien era propietario de su taller, entre 1625 y 1637, empleó a
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dos ociales y enseñaba a otros cuatro neótos. Otro zapatero que desplegó sus labores en
Mérida, fue Joseph de Roxas, quien abrió su taller, aproximadamente en 1660, como lo acredi-
ta la anza otorgada en su favor por Luis Sánchez en 1663, bajo su dirección se formaron dos
aprendices huérfanos, nombrados Antonio Lobo y Felipe Díaz. Otros zapateros que también
tuvieron tiendas fueron Domingo de Trujillo, Francisco de la Peña y Diego de la Cruz.
La indumentaria de la época solo estaría completa con los indispensables sombreros, ya
en 1580, en Mérida se hace referencia al sombrerero Manuel Pimienta asociado mediante
un contrato de compañía con Juan de Arguello, quien le proporcionaría al artesano las herra-
mientas y aparejos propios de sombrereros, como son tableros, planchas, hierros y piezas de
furtir cardas y hormas.”, y también proveería de “...todo el carbón, aparejos, tinta y lo demás
que fuere necesario para este ocio...”, solo se exceptuaba la lana, la cual sería costeada por
ambos. Por su parte, el sombrerero solo aportaba su destreza pues se encargaría de elaborar
el producto, el control de calidad, mientras los benecios se dividieron al 50%. Igualmente es
necesario mencionar al también sombrerero Alonso de Rojas, quien entre 1628 y 1635 regen-
tó una tienda donde enseñaba el ocio a dos aprendices.
Otras unidades de producción artesanal fueron las carpinterías, las que están presentes
en Mérida desde el siglo XVI, y adquirieron mayor auge en la centuria siguiente. Los carpin-
teros también recurrieron al sistema de compañías para constituir sus unidades de produc-
ción, como se evidencia en el concierto suscrito entre Diego Román y Juan Muñoz Criptana
(padre) ocial y maestro de ese ocio respectivamente, en el que se obligaron a “pelotear las
partidas y obras que se han de hazer en esta ciudad” además se comprometieron a “meter un
mozo”. Por tanto y en cumplimiento de esa cláusula, meses después Diego Román asentó por
aprendiz a un joven llamado Juan Bautista, posteriormente en 1626, ingresó bajo su dirección
a un mestizo llamado Francisco. Otro carpintero que desplegó una excepcional actividad fue
Mateo Leal, quien además también se desempeñaba como ensamblador, por lo cual le fue
encargado de la construcción de la iglesia de la Compañía de Jesús en 1650. En su taller se
capacitaron dos aprendices: un chico huérfano llamado Bartolo, y Salvador de Gutiérrez. Otro
carpintero digno de reseñar fue Juan Muñoz Criptana (hijo), quien erigió el altar a la Virgen de
la Chiquinquirá en la capilla menor del Convento de Santa Clara.
Asimismo en la ciudad de Carora, existió una carpintería propiedad de Juan Pérez Cama-
cho, ocial de carpintero, quien fue concertado por Juan Caldera de Quiñonez, vicario de la
parroquial de esa ciudad para elaborar el coro con un facistol y rejas en la pila bautismal”
de aquel templo, por cuya obra se le cancelaría la cantidad de 170 pesos. Del mismo modo
se tiene noticias de la existencias de carpinteros en Caracas desde 1595, entre los que se
menciona Juan Felipe y Diego Alonso y desde esa fecha debieron existir carpinterías en esa
ciudad, en 1754, se hace referencia al taller de Francisco León Quintana, quien laboraba con
varios ociales y a quienes les fue encargado fabricar el altar mayor de la sacristía de la ca-
tedral de Caracas
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Otra actividad de signicativa importancia fue la reconocida labor de la orfebrería, que en -
rida tuvo un importante y signicativo desarrollo en el taller que era propiedad de Juan Cordero
de Trexo, que fue abierto en la tercera década del siglo XVII, como se desprende de la carta de
aval otorgada en su favor por Antonio de Aranguren, quien le aanzó hasta en la cantidad de 500
pesos de plata de ocho reales castellanos y entre 1646 y 1677, el platero aceptó por aprendices
a Bartolomé Castillo, Pedro, Agustín Patiño, Tomás Vernal, Lorenzo Vazán, y a sus sobrinos Fran-
cisco y Juan de Trejo. Por su parte Juan Castillo Ángel, fue maestro joyero, también propietario
de una tienda, en la cual desarrollaba su labor con un ocial llamado Juan Estevan de Ochoa en
1645 a quienes se les encargó el dorado del altar mayor del Colegio de la Compañía de Jesús.
Asimismo, a nales del siglo XVII, se arma que en Caracas habían 15 plateros, cada uno
con sus respectivos talleres, de los cuales se destacan Sebastián de Ochoa y Diego Her-
nández, que en 1667 poseía un taller, en donde fabricó una imagen de Nuestra Señora de la
Concepción de oro, por orden de don Domingo de Liendo y en especial Juan Picón, quien ela-
boró la custodia preciosa de la Catedral de Caracas. A mediados del siglo XVIII , Juan Pedro
Álvarez Carneiro, maestro dorador que tuvo a su cargo el dorado de la sacristía mayor de la
Catedral de Caracas y Luis Vicente López quien fundió la gura de la Fe en plata labrada, para
el sagrario del mismo templo en 1784.
Por último, hay que referir las unidades de producción de lar artes decorativas como los
fueron los imagineros, escultores y pintores, quienes se dedicaron a fabricar imágenes de
culto y otras esculturas. En ese rubro se menciona en Coro al pintor y escultor Juan Agustín
Riera, contratado por el cabildo eclesiástico de esa ciudad para hacer en la catedral un monu-
mento de lienzo de algodón, cubierto de yeso y pintado en blanco y negro para los pasos de la
pasión, por lo cual recibió el pago de 70 pesos en oro y plata en 1609 Asimismo, en Mérida,
en 1612, el escultor Francisco López fue concertado por Bartolomé Maldonado, mayordomo
de la cofradía de Nuestra Señora del Rosario para que esculpiera la imagen de la patrona de
la congregación.
Esa imagen no llegó a realizarse porque algunos años más tarde Joseph de San Severia-
no, otros escultor en plata y oro se comprometió a esculpir la imagen de la virgen del Rosario
para aquella cofradía por 110 pesos, la escultura debía medir una vara y dos tercias de alto
y el niño de una tercia y ambos habrían de mirar al pueblo, el niño debería estar vestido con
una túnica morada y su brazo izquierdo debería montarse sobre el hombro, rodeando el cuello
de su madre, la virgen. Otro pintor fue el pardo Blas Robles a quien Juan Carvajal Mexía le
reconoció deber 20 pesos de ocho reales por las pinturas que le había hecho en su casa de
Lagunillas en 1645. En ese sentido se destaca la obra del emeritense José Lorenzo Alvarado,
quien tuvo un taller de pintura desde nales del siglo XVIII y primeras décadas del XIX, y reali-
zó numerosas pinturas, caracterizadas “por una paleta cromática clara, con predilección por los
colores primarios y ausencia de fuertes contrastes de luces y sombras.Sus guras poseen rostros
dulces, expresiones serenas y marcada linealidad”
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Del mismo modo en La Grita, se tiene noticia de un fraile franciscano de nombre Francis-
co que según la tradición esculpió la imagen del Santo Cristo, venerada en la iglesia mayor
de esa ciudad . Igualmente en Caracas se conoce que un hermano lego de los Franciscanos
llamado fray Fernando de la Concepción doró y pinto los cuadros del retablo mayor de la Ca-
tedral de Caracas. En la misma ciudad, a principios del siglo XVIII, se describe la presencia del
tallista sevillano Francisco Gómez Frías quien en 1715 realizó el retablo de Nuestra Señora
del Pilar de la Catedral de Caracas, además se reere la presencia de varios artesanos que se
autodenominaban escultores, pintores y doradores como Francisco Atilano Moreno Carras-
quer, Lorenzo de Silva, Nicolás González Abreu, y José Henríquez, Juan Francisco Figueroa y
Aliendo, Basilio Hernández Bello, Juan José Llamozas, Enrique Hernández Prieto, Juan José
Landaeta, Lorenzo Rossel, los hermanos Gregorio y Juan Francisco de León Quintana y Juan
Pedro López, mientras que en Valencia residía el pintor Marcos Gómez y Guzmán.
3. Características y funcionamiento de las fraguas, alfare-
rías y tenerías
Las fraguas, alfarerías y tenerías tuvieron un comportamiento diferente en su propiedad,
organización y la ubicación de sus talleres. En ellas, los propietarios del capital y los medios
de producción fueron artesanos, pero también intervinieron otros personeros, como los due-
ños de unidades de producción agrícolas, cuyas ocupaciones primordiales no fueron artesa-
nales y su participación en éstas sólo constituye una actividad complementaria a los proce-
sos de producción agrarios, con la nalidad de proveerse de los implementos necesarios para
el cultivo de diferentes rubros. En aquellos casos, que los artesanos fueron propietarios de las
fraguas y tenerías tuvieron un funcionamiento similar al de las tiendas y talleres, mantenien-
do los niveles de calicación y aprendizaje y utilizando mayoritariamente mano de obra libre
asalariada y destinaron sus productos al mercado citadino. A diferencia de éstos, cuando las
fraguas, alfarerías y tenerías fueron propiedad de los hacendados, éstas laboraron, utilizando
fundamentalmente mano de obra esclava y su producción se destinó al autoabastecimiento.
De ese modo, los artesanos que desarrollaron las actividades de la fundición también
establecieron sus unidades de producción mediante el sistema de compañías y construyeron
herrerías que produjeron utensilios en la fundiciones destinadas al proceso edicación urba-
na desde los clavos de envigar, aldabas, bisagras, tachuelas, como otros productos que se
emplearon en la producción agrícola y pecuaria como herrajes, arados, palas, paletas, tacises,
hachas, hachuelas entre otros.
Las fraguas fueron comunes en Caracas, se reere que en 1597 ya funcionaba una, pertene-
ciente al herrero Juan Muñoz a quien le concertó el capitán Garcí González de Silva para que le
enseñara dos esclavos suyos llamados Manuel y Antón. Igualmente, en Trujillo existió la fragua
perteneciente al destacado maestro fundidor de campanas Pedro López de Quiroga, natural de
Tenerife en el Nuevo Reino de Granada, casado en Mompox con Eulalia Medrano, quien se había
residenciado en El Tocuyo y luego se avecindó en Trujillo a principios del siglo XVII, adonde se
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había traslado con sus hijos, y tenía su taller para sus labores. El fundidor se proveía del cobre en
las minas de Cocorote y en 1622, armaba que había producido los fondos para los ingenios de
azúcar que estaban en funcionamiento en las ciudades El Tocuyo, Barquisimeto, Carora y Valen-
cia. Asimismo había fundido las campanas para las iglesias parroquiales de Trujillo y El Tocuyo y
de “las demás las iglesias parroquiales y pueblos de los naturales, he fabricado muchas campa-
nas, de que al día, diez y seis están sirviendo...”. Un año después, López de Quiroga se ocupaba
de la fundición de las campanas de la catedral diocesana en Coro. Además, López Quiroga era
diestro en fabricar “obras para la guarda y defensa de toda la costa y su puertos que es hacer la
artillería, fundiendo el cobre de Cocorote y los benecios de el para batir la moneda de vellón
en
cuyas labores había sido aprobado, como se expresó en los informes que habían elevado ante la
Corona española los gobernadores Manuel Fernández de la Casa y Francisco de la Hoz y Berrio.
Asimismo en Mérida, también funcionaron fraguas que se ubicaron en las zonas adya-
centes a la barranca del Chama, en El Espejo y en Ejido, entre otras la que pertenecía a Pedro
Fernández Oxeda, cuya fragua estaba situada en la barranca del Chama, y en la que laboró
aproximadamente entre 1624 hasta 1670, y tuvo por aprendices a Andrés Juan; un esclavo
de Diego Varela Graterol, llamado Domingo; a Juan un indio criollo; a un mulato llamado Juan
Roldan y dos huérfanos llamados Andrés y Gerónimo Gaitán. Otro herrero que fue propietario
de otra fragua fue Felipe Vázquez quien, en 1665, concera Sebastián Gutiérrez para que
prestara su trabajo en la misma.
Además hubo hacendados emeritenses que tuvieron sus herrerías en sus haciendas, en-
tre ellos Hernando Cerrada, quien donó a su hijo Juan Cerrada una fragua con los aparejos de
su ocio y para su trabajo un esclavo herrero criollo en 1613. Igualmente, Micaela de Iraguí,
poseyó una forja que era atendida por un esclavo herrero llamado Mateo y concera un indio
ladino llamado Juan para el servicio de la misma en 1627. De la misma forma, el gobernador
Juan Pacheco y Maldonado, poseía otra fragua, en donde se fabricaban los herrajes, calzadu-
ras y rejas para sus haciendas, en la cual laboraban dos esclavos en 1632.
En la segunda mitad del siglo XVII, existió en Caracas, otra fragua propiedad de Pedro Lugo,
quien fabricó una campana para la catedral de Caracas. En la primera mitad del siglo XVIII, en la
misma ciudad se establecieron tres fraguas, pertenecientes a Tomás Sánchez de Palacio, Juan
Bartolomé Santana y Juan Félix de Olivares A nales del siglo XVIII, hubo varias fundiciones
pertenecientes a emigrantes canarios como lo fueron Juan Rodríguez de Olivera, Luis Antonio
Toledo y Domingo Ubaldo Pérez, cuyas fundiciones se ubicaban en el barrio de La Candelaria.
Otra unidad de producción artesanal de excepcional importancia para las edicaciones
civiles y religiosas fueron las alfarerías, cuyas instalaciones comprendían un horno, las gua-
duillas” o moldes para hacer las tejas y los ladrillos, los estantillos para su almacenamiento,
colocados bajo las techumbres de una “ramada de paja”. Esas unidades de producción nece-
sariamente se debieron edicar inmediatas a suelos arcillosos, materia prima fundamental
para la fabricación de esos productos.
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En ese sentido, se tiene noticia que en Caracas, en 1597, se estableció un tejar por un alfarero
llamado Guillermo Loreto, el cual estaba situado a orillas del Caruata en donde laboraban algunos
indios Asimismo, en Mérida, se instalaron en el valle de los Alizares, debido a que allí los alfareros
disponían de las arcillas apropiadas para fabricar sus productos. Además, se hicieron adobes
como lo explicó el hacendado Pedro Gaviria Navarro, quien poseía un tejar, donde los moldeaba y
comercializaba a razón de doce patacones el millar. En la Nueva Zamora debieron existir alfarerías
con una gran producción porque en 1772 se trasladaron 18.000 tejas para el techado de la iglesia
de San Pedro Apóstol en la costa sur del Lago de Maracaibo. Asimismo en Barinas se reere que
en 1787 se había establecido talleres con hornos para fabricar tejas y ladrillos.
Adicionalmente, en los tejares, también se produjeron ollas, olletas, platos para la cocina, y
loza alcolada que fue una de las técnicas empleadas en la fabricación de la cerámica, en la que
se le aplica el alcol de alfareros a las vasijas de barro, el cual es una tintura elaborada con bar-
niz de polvo de galena con el que se recubren las vasijas de barro, luego se baña la pieza con
barniz, compuesto con minio mezclado con agua y barro blanco, muy no y triturado, seguida-
mente se le da el primer quemado. Con un colorante se obtiene el amarillo, caoba con el per-
manganato, el verde con sulfato de cobre. El baño de alcol se aplica manualmente, después de
colocado el color, luego se quema de nuevo, a éste procedimiento se le denomina “alcolado”.
En ese rubro, se destaca en Mérida, el tejero y ollero Pablo de Meneses, quien, en 1624,
suscribió una compañía con Catalina Altamirano, con el propósito de producir teja, ladrillo y
loza alcolada”. La dama aportaría el trabajo de seis indios, mientras el tejero contribuía con
su destreza, así como en administración de la unidad de producción y el control de la calidad
del producto. Los concertantes, sufragarían los egresos ocasionados por la alimentación de
los obreros, quienes también adquirirían el aprendizaje del ocio. Entre tanto, los benecios
se distribuyeron al 50%, entre ambos, el contrato tendría la duración de un año.
Años después, en 1626, el emprendedor Pablo de Meneses constituyó otra compañía con
Francisco Díaz Sueiro, médico vecino de Mérida, mediante la que se comprometieron a produ-
cir teja, ladrillo, loza blanca y vidriada. Las labores se realizarían en las instalaciones de un tejar
propiedad del galeno, quien también destinó seis esclavos para realizar esas faenas, al igual
que su alimentación y seis caballos, necesarios para el transporte de las materias primas y los
productos. Asimismo, Díaz Sueiro proporcionó las materias primas como el vidrio y también
se encargaría de la comercialización de los productos. Por su parte, el artíce aportaba su
experticia, al desarrollar, administrar, supervisar el proceso de producción y aplicar el control
de calidad de los productos, la duración de la compañía artesanal se extendería por dos años.
Igualmente, en Caracas, desde nales del siglo XVII se habían establecido unidades de producción
para hacer loza y a mediados del siglo XVIII se hace referencia a un taller para su fabricación ubicado
en Maiquetía, cuyos propietarios fueron Domingo Noé y Ana Rosa Serrano, en cuyo taller laboraban
los hijos de los propietarios, en el cual disponían de los tanques para almacenar agua, los hornos, las
mesas y las gaveras para hacer teja, los galápagos para hacer ladrillo y un torno para tornear loza
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Otro rubro de importancia fundamental fueron los indispensables medios de transporte
que emplearon las fuerzas de tracción de sangre como los caballos, mulas, y burros que
requirieron de implementos como monturas elaboradas con cueros curtidos como las sillas
de montar, jarcias, correas y también se tiene que incluir como materia prima para la fabri-
cación del calzado, muebles y otros productos. El procesamiento del cuero se realizó en las
curtiembres, tenerías y talabarterías, las que, en numerosos casos, se establecieron mediante
el sistema de compañías. En la fabricación de esos productos intervinieron operarios de dos
ocios distintos, el primero el zurrado del cuero y el segundo los talabarteros y silleros.
En la primera fase del zurrado del cuero se realizó en las tenerías y curtiembres, por ser ocios
que producían olores nauseabundos y procesos contaminantes, se establecieron en zonas subur-
banas, para evitar que la polución afectara a los habitantes. En el curtido del cuero se emplearon
los cuchillos y las hachas pequeñas para arrancar y eliminar los restos de carne adheridos a las
mismas, las piedras denominadas “correderas” o “tahona” destinados a estirar y alisar las pieles,
los “tinacos” o recipientes en cuyos depósitos se colocaba agua y cal para lavar las pieles, los cua-
les se situaron en los hoyos construidos con ese n en las curtiembres, las “manaderas” que se
empleaban para remover los cueros cuando se sumergían en los tinacos con cal. Las tenerías se
instalaban debajo de “ramadas” cubiertas de paja sobre estantes de madera. Entre los hacendados
de Mérida, que poseían tenerías se conoce que en 1593, Hernando Cerrada era propietario de una
curtiembre que era atendida por los indios en Chachopo. Asimismo, Pedro de Gaviria Navarro fue
dueño de una tenería ubicada en las cuadras del Ejido, la cual laboraban dos esclavos.
A diferencia de los expresados hacendados, también hubo artesanos que fueron propie-
tarios de sus curtiembres como lo fue Agustín Laguna, indio ocial de curtidor, quien aceptó
como aprendiz a un mestizo llamado Marcos en su tenería ubicada en la labranza del Mu-
cujún en 1628. Por otra parte, hubo algunos casos en que los curtidores estuvieron impo-
sibilitados para administrar sus tenerías y optaron por alquilarlas, como lo hizo Francisco
Coriano, quien la arrendó a Marcos García por el lapso de un año, por el canon de 50 pesos.
Años después, Marcos García, arrendaría su tenería a Gregorio García, por la cantidad de 36
patacones, también por un año, en ambos contratos se estableció la obligación de cuidar los
implementos, herramientas y devolverlas en buen estado.
El ocio de curtidor fue común en Venezuela durante el periodo colonial, como puede apre-
ciar tanto en la región llanera y oriental caracterizadas por la producción y exportación de
cueros, la cual fue una actividad preponderante en ciudades como Valencia, El Tocuyo, Carora,
Barquisimeto, Barinas, Guanare, Pedraza y Maracaibo, cuyos trabajos eran desempeñadas fun-
damentalmente por indígenas y mulatos como ocurrió con los iguaráes del pueblo de Chuara
de Estanques en Mérida, quienes fueron destacados en el trabajo de curtiembres en 1602
Después de curtido el cuero se procedía a confeccionar cordobanes, marroquinería, las mon-
turas y otros implementos que se confeccionaban en las talabarterías, que funcionaban como
tiendas de sillería y talabartería las que fueron comunes en Mérida durante los dos primeros
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siglos coloniales. En 1624, Baltasar de los Reyes, maestro de ese ocio tuvo por ayudante a Bar-
tolomé y por aprendices a un mulato también llamado Baltasar de los Reyes y a Jacinto. Otros
silleros y talabarteros que tuvieron tiendas fueron Esteban de Aguado y Juan de Montoya.
Otra actividad artesanal que debido a la provisión de su materia prima debió ubicarse en las
inmediaciones de los ríos fue la cantería, que consiste en el modelado de las piedras en bruto,
a las cuales se les daba un volumen pétreo denido, con supercies planas o redondeadas y
aristas precisas. El procedimiento se iniciaba con la determinación de los datos geométricos
del bloque a fabricar, a continuación y siguiendo un trazado previo se cortaban y trabajaban los
bloques, procedimiento en el cual se van empleando herramientas cada vez más nas, hasta
que se consigan las dimensiones deseadas o el dibujo en forma particular que de antemano se
haya establecido. Generalmente, los canteros venezolanos se dedicaron a labrar los escudos
nobiliarios para las portadas de las casas, fuentes, quicios, lápidas funerarias o pilas bautisma-
les, la mayor parte del tiempo estaban ocupados en la construcción de las fortalezas.
La referencia más antigua a la labor de cantería se remonta a 1532 en la isla de Cubagua,
en la desaparecida Nueva Cádiz en donde el maestre Lorenzo fue encargado por el alcalde
de la ciudad para esculpir en una piedra las armas reales de su majestad, con la nalidad de
retenerlo en la isla porque estaba amancebado con su esposa.
En Mérida, labor de cantería demuestra haber tenido un desarrollo muy superior al alcan-
zado en otras provincias venezolanas, lo cual ha sido demostrado al estudiar los bloques
que se conservan. La razón de ello, es que las tapias o paredes de las casas andinas fueron
construidas sobre cimientos de piedra para protegerlas de la humedad y acción corrosiva del
agua. Esa forma de utilizar la piedra en las construcciones merideñas las diferenció del resto
de las viviendas del territorio venezolano.
La materia prima utilizada por los canteros merideños fue la roca granítica y arenisca de grano
grueso y no, cuyos yacimientos se encuentran en las cabeceras de los ríos Albarregas y Milla. Los
cantos coloniales emeritenses, se caracterizaron por ser labrados en austero estilo herreriano y
entre otros canteros, se destaca Martín Serrano de Cuéllar, indio albañil declaró haber realizado “la
portada” de la casa de Juan Sánchez Osorio el “mozopor cuyo trabajo había cobrado 120 pesos
en 1666. En 1981, fueron accidentalmente descubiertos, grandes cantos labrados provenientes
del destruido templo de San Francisco, y todavía existen los sillares donde está edicada la casa
del General Paredes, su escudo heráldico y el pórtico principal, edicada hacia 1690, ubicada en la
esquina de la Avenida Bolívar con calle 20 Federación. Igualmente, se fabricaron cantos labrados
para servir de implementos molientes de trapiches, curtiembres y molinos de trigo.
En Caracas esa actividad también debió tener un notable desarrollo, como se desprende
de las regulaciones emitidas por el cabildo de Caracas a principios del siglo XVII, determina-
do los sitios en donde se podían extraer piedras, es decir donde estaban la pedrerías y desde
allí se deberían transportar los bloques hasta las unidades de producción de los canteros, lo
cual fue tasado entre 24 y 30 reales de acuerdo con la carga sencilla o doble. El trabajo de los
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canteros y pedreros durante el dominio hispánicos se puede apreciar en las 63 construccio-
nes de castillos fuertes, fortines, polvorines y edicaciones similares que se construyeron en
el territorio de la actual República Bolivariana de Venezuela.
4. Características y funcionamiento de la granjería o trabajo
doméstico artesanal
Otra variante en el sistema de producción artesanal lo constituyó la granjería. Esta se de-
ne como el trabajo en el cual se paga por la tarea realizada, no así por la jornada de labor, si-
milar al destajo. Esa labor, se efectuó en las estancias, haciendas y en los poblados indígenas,
en espacios domésticos, que cumplían simultáneamente las funciones de vivienda y también
de unidad de producción, en cumplimiento con las disposiciones reales que establecían la
formación de pueblos de indios, las que como antes se expresó prohibieron la prestación de
servicios personales, permitiendo solo el pago de un tributo. Esas políticas fueron comple-
mentadas con normativas que instituían el trabajo libre asalariado de los amerindios con la
nalidad que pudieran obtener ingresos y pagar su tributación.
Con ese objetivo, las autoridades coloniales fomentaron en Mérida, Trujillo, Acarigua, Ca-
racas, Tocuyo, Barquisimeto y Carora la actividad del hilado de algodón y el tejido del lienzo,
de hecho se pagaba con lienzo, como se desprende de la carta suscrita por Salvador Leal,
vecino de Trujillo y estante en Caracas mediante la cual se obligó a pagar a Antonio Adornio
“11 libras de pita de la que se hila en esta gobernación
.
Igualmente, ocurrió en Mérida, al instituir la tasación para el pago de los tributos a los indíge-
nas en 1595, por el juez Francisco de Berrio, quien al cerciorarse que la zona carecía de minas de
oro y plata, cuya actividad primordial era la agrícola y considerando la densidad demográca de
la población indígena y sus condiciones físicas, como las características morfológicas de la re-
gión, estableció la tasa de los tributos de forma mixta en servicios y en especie. La tasa de Berrio
impuso a los indígenas la obligación de realizar diferentes actividades agrícolas e hilar algodón,
trabajo que debería ser remunerado, con una manta de algodón, dos varas y media de lienzo, un
sombrero de tierra y una ración de media fanega de maíz mensual. En cumplimiento con esas
normas, los encomenderos deberían entregar a los indígenas las materias primas para que éstos
las procesaran, convirtiéndolas en productos elaborados, cuya propiedad les correspondía a los
encomenderos, quienes en contraprestación les pagaban a los indígenas el jornal devengado por
el trabajo desempeñado, de la cual deducían la respectiva tributación.
De esa forma la labor del hilado de algodón se desarrolló tempranamente en Mérida colo-
nial, ya en 1593, con la expresada tasación hecha por el juez Francisco de Berrio, se asignó a
cada pueblo de encomiendas la producción de 40 arrobas de hilo, mientras a aquellas comu-
nidades ubicadas en las adyacencias de las estancias de los encomenderos, donde se cria-
ban ovejas se les impuso hilar nueve libras de lana. Por su parte, a los indígenas destinados
al servicio doméstico, bajo la gura del concierto, se les cancelaba con 5 varas de lienzo por
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cada 100 tejidas, es decir 1 peso, porque cinco varas equivalían a 1 peso de oro de veinte qui-
lates. De ese modo, el encomendero, dueño del telar, era propietario de las restantes noventa
y cinco varas, equivalentes a 19 pesos, porque una pieza de lienzo oscilaba entonces entre
100 y 115 varas, que se apreciaba entre 20 a 23 pesos.
De ese modo, a nales del siglo XVI, en Venezuela, el hilado de algodón fue un trabajo habi-
tual entre los indígenas, desarrollado en la mayoría de sus pueblos, debido a las disposiciones
reales que los naturales deberían vestirse y “ no andar desnudos”, por lo cual determinó la ne-
cesidad de proveerse de ropa necesaria para cubrir “decentemente” sus cuerpos y por ello se
introdujeron tempranamente los telares hispánicos, ya en 1579, en Mérida se hizo referencia
a los mismos con sus aderezos integrados por “... peynes y urdidera y tornos...”, asimismo en
la estancia de Hernando Cerrada, en el pueblo de Chachopo se describían otros tres telares,
con sus peines, lizos y doscientos hilos de curtiembre.
Subsiguientemente, durante el siglo XVII, este tipo de trabajo era habitual en Mérida, lo
cual fue apreciado por los visitadores encargados de velar por el buen trato a los naturales,
quienes pudieron constatar el incumplimiento de las Leyes de Indias que ordenaban la supre-
sión del servicio personal. Así lo pudo evidenciar, Alonso Vázquez de Cisneros al comprobar
que los naturales seguían prestando servicios personales a sus encomenderos, en 1620. Para
evitar los abusos que se cometían con los nativos, el visitador ordenó que los aborígenes pa-
garan sus tributos en hilo de algodón avaluando una libra en tres reales castellanos e impuso
una tasa de cinco pesos anuales y dos gallinas, que deberían ser pagados en hilo de algodón.
Los dispuesto por el visitador equivalía a que cada indio tributario en Mérida debería hilar 13,3
libras de hilo de algodón anual, lo cual se debería multiplicar por 3.114 indios útiles y tributa-
rios que se empadronaron en la jurisdicción de la ciudad de los picos nevados en ese año, lo
que teóricamente representaba la producción anual de 41.416,2 libras de hilo.
De acuerdo con esas disposiciones, los naturales trabajaban en la producción textil, así lo
conrmó Isabel González, quien no rindió cuentas de la administración de los repartimientos
indígenas encomendados a su hijo Juan Sánchez Osorio, en los que se incluyeron los bene-
cios provenientes de las cosechas de maíz, las hilazas de lienzo de algodón y lino y otras gran-
jerías. Igualmente, lo manifestó Pedro Álvarez de Castrellón, encomendero de 34 indios en el
pueblo de la Sabana, quien se comprometió a entregar los tributos de los naturales, en la labor
de lienzos estimados en 3.000 pesos, en 1626. Un año después, se reseña la consignación de
materias primas para la elaboración de los textiles mediante declaración emitida por Julián
Arroyo quien habían entregado a los indígenas del pueblo de La Veguilla 24 petacas de algo-
dón para que fueran hilados, por cuyo trabajo se les pagaría dos reales por cada libra de hilo.
Del mismo modo, se efectuaba en el repartimiento de la Mesa de los Timotes, integrado por
32 naturales encomendados a don Francisco Martínez Rubio Dávila en 1651, quienes habían
realizado el hilado de 14 arrobas y dos libras de algodón, por cuyo trabajo se les debía cancelar
la cantidad de 96 pesos, los que serían entregados en especies compuestas por sal, cacao y
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ropa. Igualmente, en el Tocuyo, Carora y Barquisimeto se reere que se exportaban a Puerto
Rico y Santo Domingo desde1599 hasta 1607 entre 507 a1125 varas de lienzo de la tierra.
La labor del hilado y tejido no solo fue de lienzos sino también de alfombras, que se fabrica-
ron en Mérida desde nales del siglo XVI, como lo describe Diego de Villanueva y Gibaja, quién
en 1607, expresó que los indígenas servían a sus encomenderos en “... las granjerías que tienen
que son lienzo, trigo, cordovanes, azúcar en conservas, quesos, jamones, hilo de pita, alfombras,
carpetas, eltros para caminar... sayales y frazadas...
. Una década después Alonso Vázquez de
Cisneros emitió una ordenanza en la que reguló el pago de los alfombreros al establecer que: “a
los indios que obraren y tejieren alfombras, tapetes y cojines de los que se labran y hacen en esta
ciudad de Mérida se les dé y paga a cada uno catorce pesos y el sustento ordinario…”, lo cual de-
muestra que era un trabajo domiciliario que se mantuvo durante todo el periodo colonial como lo
demuestran las alfombras hechas Mérida de nales del siglo XVIII que se conservan en Caracas.
5. Características y funcionamiento de los contratos de obras
Aunque la mayoría de la solicitudes y contrataciones de las obras artesanales fueron
manera verbal, debido a que el producto demandado, por sus propias características y por
la compulsión jurídica que ejercían las instituciones citadinas obligaban a los artesanos al
cumplimiento de sus labores, como ocurrió con los sastres, zapateros, herreros, caldereros,
plateros y otros; pero en ocasiones debido a las dimensiones, importancia y valor del produc-
to la contratación de las obras fue un acto jurídico formal, que posibilitó la fabricación de los
productos y obras artesanales, previamente sometidos al diseño y control de calidad precisa-
do por los clientes. Mediante ese contrato celebrado por un contratista con un artesano, se
establecían las condiciones y características de la obra encargada al artíce, quien realizaría
su trabajo por un período, costo y salarios preestablecidos. En el mismo, se especicaban las
particularidades de la obra, la que variaba desde la calidad y cantidad de las materias primas
empleadas y las características morfológicas de la misma.
A diferencia de las tiendas, talleres y fraguas, en el contrato de obra, el capital y los mate-
riales son proporcionados por el contratista, mientras el artesano solo aporta su trabajo, ha-
bilidad, destreza, conocimientos, control de calidad, administración, y herramientas. En este
caso, el artíce no recurre al mercado para la venta de su producto, ya que este ha sido pre-
viamente pagado, sólo deben cumplir con los requerimientos y especicaciones expresadas
previamente por el cliente para la fabricación de la obra. Asimismo, se le provee de la mano
de obra adicional que requiriera y se determinan las condiciones y criterios de su suministro.
Los contratos se realizaron con la nalidad de efectuar obras civiles tales como puentes, ca-
sas, edicaciones religiosas, objetos decorativos, imágenes del culto, retablos, vestidos, tejas,
ladrillos, loza, molinos, trapiches, rejas pailas, azadones y otros.
De ese modo, durante la segunda mitad del siglo XVI, en Caracas, el vicario de la parroquial
de la misma contrató en 1595 a Juan Pérez Valenzuela para que le edicare su casa que se la
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habían quemado los ingleses con la condición que fuera igual a la que había sido calcinada,
por ese trabajo se cancelarían 104 pesos. Dos años después el capitán Juan de Vergara con-
trató al albañil Francisco Benítez para que le labrara unas casas según la planta que le tenía
construida, por cuyo trabajo recibiría la cantidad de 276 reales de oro no,
Igualmente, en Mérida entre otras obras de construcción civil contratadas se encuentran,
la casa de Juan Ximeno de Bohórquez, quien concerJuan de Milla, cuyo trabajo consistía
en abrir los cimientos, armar las paredes (tapias), hacer las rafas y cubrirlas con tejas. La
edicación tendría dos pisos y en el esquinero, como en la parte frontal se ornamentaría con
cantos labrados, mientras en su segundo piso se ubicaría un balcón, que daba frente la casa
de cabildo, por ese trabajo al artesano recibió sesenta pesos.
En la misma ciudad, durante la primera mitad del siglo XVII, precisamente en 1624, don Lo-
renzo Cerrada, contrató al carpintero Diego Román con la nalidad que le fabricara diferentes
obras para su casa. Entre éstas habría de realizar varias puertas de calle y otra para la sala,
una de ellas con postigo, los arcos interiores con molduras, alacenas, las ventanas internas y
externas, estas últimas deberían tener rejas con balaustres torneados. Igualmente, se incluyó en
esta transacción, la elaboración de una ventana pequeña tosca para permitir la entrada de la luz,
además debería fabricar algunos muebles para el uso doméstico, como un bufete “faxeado” por
“los lados y cabeza” y dos sillas de sentar mujeres, que deberían ser más bajas que las utilizadas
para los hombres, con sus brazos anchos, además exigió que la madera a utilizar debería ser
cedro blanco. Los jornales del artesano se ajustaron en veinte pesos de oro de veinte quilates.
Asimismo, en Mérida, Antonio de Arias Maldonado, también emprendió la construcción de su
residencia, con cuya nalidad contrató al carpintero Diego de Mendoza, con la nalidad de fabricar
la estructura de la misma. Arias Maldonado expresó que su residencia tenía aproximadamente
cuarenta pies de cuerpo, con un corredor frente al patio. Por lo tanto, el carpintero debería fabricar
un balcón que mediría veinte pies y se ubicaba frente a la plaza, conforme a la planta que el alférez
tenía construida. Además, debería fabricar las puertas de la calle y la sala, las que junto al balcón
deberían ser molduradas, de la misma forma debería hacer una antepuerta para el zaguán que ten-
dría un postigo. El contratista, también estableció que el pasamano de la escalera debería hacerse
con balaustres torneados. Del mismo modo, el carpintero debía entablar el entresuelo, ubicar en el
corredor dos tirantes enlazados, hacer los umbrales de las puertas y dos alacenas, cuyas maderas
deberían ser labradas, el pago por el trabajo se ajustó en ciento noventa pesos.
Las edicaciones religiosas también se realizaron mediante la contratación de las obras,
ya en 1592, el albañil Juan de Milla fue concertado para la construcción de las labores de al-
bañilería de la iglesia mayor de Mérida, asimismo se le contrató para el trabajo de carpintería
en ese edicio. El salario del artesano se estableció en 3500 pesos de oro de veinte quilates.
Posteriormente en 1595, Juan de Milla, también fue contratado para erigir la iglesia del Con-
vento de San Agustín. En ese contrato, se hizo constar que la mano de obra, los materiales
de construcción como ladrillos, madera, piedras de sillería, barro para la mampostería y la cal
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sería proporcionada por los religiosos, el albañil recibiría 60 pesos en lienzo en pago por su
trabajo y realizó un diseño de su fachada (Véase gura 1)
Igualmente, en Caracas, los franciscanos contrataron al albañil Antonio Rui Sullana para edi-
car la obra de “albañilería” de la iglesia de su convento, al parecer el alarife dejó inconclusa la obra
porque en 1597 fue llamado el albañil Francisco Benítez para que la nalizara según las instruc-
ciones que tenía para hacerla Rui Sullana1. Al parecer la obra fue nalizada en 1598, cuando fue
contratado el maestro de carpintería Diego Alonso para para hacer la iglesia y capilla mayor de ese
convento, con cuya nalidad se le entregaría la madera necesaria “en cuatro líneas en cuadra e cua-
drantes y la dicha iglesia con tirantes doblados de buena obra, labrada a boca de azuela y esquina
bien armada de par y nudillo”, además debía fabricar dos puertas principales de la mayor y la del
claustro y otra que sale a la capilla mayor” por cuyo trabajo se le cancelarían 800 pesos de oro2.
Durante la primera mitad del siglo XVII, se edicaron en Mérida dos edicios religiosos,
como lo fueron el Convento de Santa Clara y el Colegio de la Compañía de Jesús. En el caso
de las clarisas, esa obra se inició hacía 1630, con un contrato suscrito entre el alcalde ordi-
nario Diego Prieto Dávila y el albañil Gaspar Mateo de Acosta, el edicio debería tener iglesia
y claustro por el cual se le cancelaría al alarife 200 pesos de plata y se le proporcionaría todo
el “peonaje que fuera necesario3, pero esas fábricas fueron interrumpidas y posteriormente
en 1645 se reiniciaron los trabajos, en estos intervinieron el carpintero Juan Camacho y el
herrero Pedro Fernández de Ojeda, concluyendo un amplio edicio en 1650.
En el caso de los ignacianos, la edicación probablemente se inició hacia la cuarta década de
aquella centuria, pero las edicaciones no avanzaron con rapidez y en 1645, el rector del colegio
le había entregado 7 pesos de oro de veinte quilates al joyero Juan Esteran de Ochoa para orna-
mentar el altar mayor, pero el jesuita fue defraudado por lo cual el rector solicitó la encarcelación
del artesano y lo obligo a resarcirle4. Posteriormente, en 1653, el rector de los ignacianos contrató
a Mateo Leal, carpintero para que realizara la iglesia del colegio, le dio la madera y se comprometió
a proporcionarle los peones para realizar ese trabajo5 y años más tarde en 1665, se concera un
dorador para que dorara del altar de la iglesia para cuya labor se le entregaron 50 libras de oro.
Otras obras que fueron edicadas bajo el sistema de contratación fueron las de infraestruc-
tura urbana, como los puentes de la ciudad, especícamente en Mérida se concertó al maestro
albañilería Pedro de la Peña, para que construyera el puente sobre el río de Mucujúm, obra que
obtuvo por remate, a quien le fueron señaladas sus obligaciones en caso que el puente se cayera
por causas distintas a la tormenta, crecida violenta del río, terremoto u otro fenómeno natural6.
1 Millares Carlo Agustín,
Protocolos del siglo XVI …
p. 165.
2 Millares Carlo Agustín,
Protocolos del siglo XVI …
pp. 192-193.
3 AGEM.
Protocolos
T. XI. Carta de concierto para la edificación de un convento de monjas. Mérida, 11 de diciembre de 1628. f. 268.
4 AGEM.
Protocolos
T. XVIII. Carta de fianza. Mérida, 30 de septiembre de 1645. . 244r-v.
5 AAM.
Seminario
Caja 1. Inventario de los papeles del Colegio San Francisco Xavier de Mérida. 1773. f. 19v.
6 AGEM.
Protocolos
T. III. Carta de fianza. Mérida, 1 de junio de 1605. f. 180v.