CLÍO: Revista de ciencias humanas y pensamiento crítico / Año 3, Núm 6. Julio / Diciembre (2023)
Luis Alberto Ramírez Méndez
Las unidades de producción artesanal en Venezuela durante el periodo hispánico. PP: 17-45
ISSN 2660-903729
En ese sentido, se tiene noticia que en Caracas, en 1597, se estableció un tejar por un alfarero
llamado Guillermo Loreto, el cual estaba situado a orillas del Caruata en donde laboraban algunos
indios Asimismo, en Mérida, se instalaron en el valle de los Alizares, debido a que allí los alfareros
disponían de las arcillas apropiadas para fabricar sus productos. Además, se hicieron adobes
como lo explicó el hacendado Pedro Gaviria Navarro, quien poseía un tejar, donde los moldeaba y
comercializaba a razón de doce patacones el millar. En la Nueva Zamora debieron existir alfarerías
con una gran producción porque en 1772 se trasladaron 18.000 tejas para el techado de la iglesia
de San Pedro Apóstol en la costa sur del Lago de Maracaibo. Asimismo en Barinas se reere que
en 1787 se había establecido talleres con hornos para fabricar tejas y ladrillos.
Adicionalmente, en los tejares, también se produjeron ollas, olletas, platos para la cocina, y
loza alcolada que fue una de las técnicas empleadas en la fabricación de la cerámica, en la que
se le aplica el alcol de alfareros a las vasijas de barro, el cual es una tintura elaborada con bar-
niz de polvo de galena con el que se recubren las vasijas de barro, luego se baña la pieza con
barniz, compuesto con minio mezclado con agua y barro blanco, muy no y triturado, seguida-
mente se le da el primer quemado. Con un colorante se obtiene el amarillo, caoba con el per-
manganato, el verde con sulfato de cobre. El baño de alcol se aplica manualmente, después de
colocado el color, luego se quema de nuevo, a éste procedimiento se le denomina “alcolado”.
En ese rubro, se destaca en Mérida, el tejero y ollero Pablo de Meneses, quien, en 1624,
suscribió una compañía con Catalina Altamirano, con el propósito de producir teja, ladrillo y
loza “alcolada”. La dama aportaría el trabajo de seis indios, mientras el tejero contribuía con
su destreza, así como en administración de la unidad de producción y el control de la calidad
del producto. Los concertantes, sufragarían los egresos ocasionados por la alimentación de
los obreros, quienes también adquirirían el aprendizaje del ocio. Entre tanto, los benecios
se distribuyeron al 50%, entre ambos, el contrato tendría la duración de un año.
Años después, en 1626, el emprendedor Pablo de Meneses constituyó otra compañía con
Francisco Díaz Sueiro, médico vecino de Mérida, mediante la que se comprometieron a produ-
cir teja, ladrillo, loza blanca y vidriada. Las labores se realizarían en las instalaciones de un tejar
propiedad del galeno, quien también destinó seis esclavos para realizar esas faenas, al igual
que su alimentación y seis caballos, necesarios para el transporte de las materias primas y los
productos. Asimismo, Díaz Sueiro proporcionó las materias primas como el vidrio y también
se encargaría de la comercialización de los productos. Por su parte, el artíce aportaba su
experticia, al desarrollar, administrar, supervisar el proceso de producción y aplicar el control
de calidad de los productos, la duración de la compañía artesanal se extendería por dos años.
Igualmente, en Caracas, desde nales del siglo XVII se habían establecido unidades de producción
para hacer loza y a mediados del siglo XVIII se hace referencia a un taller para su fabricación ubicado
en Maiquetía, cuyos propietarios fueron Domingo Noé y Ana Rosa Serrano, en cuyo taller laboraban
los hijos de los propietarios, en el cual disponían de los tanques para almacenar agua, los hornos, las
mesas y las gaveras para hacer teja, los galápagos para hacer ladrillo y un torno para tornear loza