ISSN 2660-9037 204
CLÍO: Revista de ciencias humanas y pensamiento crítico
Año 3, Núm 6. Julio /Diciembre (2023)
PP. 204-218. Provincia de Pontevedra - España
Pensando en la Educación desde la otra orilla
Thinking about Education from the other shore
Valmore Muñoz Arteaga*
Crucemos a la otra orilla
“Jesús regresó en una barca a la otra orilla, narra San Marcos, y como una gran multitud
se reunió alrededor de él, decidió quedarse en la orilla del lago” (5, 21). Anteriormente escribe
el mismo Marcos: “Un día, al atardecer, Jesús dijo a sus discípulos: Crucemos a la otra orilla
(4, 35). El evangelio según San Marcos es el más antiguo de los cuatro. Se arma que los
evangelios de Mateo y Lucas fueron desarrollados a partir de su narración. Se trata del evan-
gelio de la buena noticia. Además es el más breve de los evangelios. Sin embargo, también
expone una idea que siempre me ha seducido. Una idea que es una invitación: “cruzar hacia la
otra orilla”. ¿Qué puede decirnos hoy esta invitación de Jesús? En especial hoy que seguimos
luchando, al menos en Venezuela, contra la pandemia y una crisis humanitaria escandalosa-
mente dolorosa. En estas breves palabras, compartiré lo que a mí me dice.
El lósofo francés Jean-Luc Marion, abordando un análisis sobre el tema de lo erótico,
arma que el amor ha sido silenciado, que el hombre de nuestro tiempo ya no dispone de
palabras para nombrar al amor. De una manera más sutil, Benedicto XVI sostiene esta idea en
Deus caritas est, su primera carta encíclica. Marion, así como tantos otros pensadores, seña-
lan que el racionalismo moderno nació con una carencia y esta carencia se cocina a partir de
la represión del amor. Marion, especialista en el pensamiento de René Descartes, sostiene que
esta represión se descubre con todas las letras en la denición que Descartes le asigna al ego.
Para Descartes, el hombre es una cosa pensante, o sea que duda, que arma, que niega,
que entiende pocas cosas, que ignora muchas, que quiere y que no quiere, que también ima-
gina y que siente. En tal sentido, y por omisión, que no ama ni odia, lo cual parece evidencia,
al menos para Marion, que amar no forma parte de los modos primarios del pensamiento y
por lo tanto no es resaltada como propiedad primaria del ego. El amor quedó relegado y arro-
jado al descarte racional. El amor quedó en permanente estado de sospecha y todo cuanto
él pueda envolver.
Adolphe Gesché en su libro El Sentido, uniendo su voz a la de tantos pensadores, arma
que para que el ser humano pueda construir el sentido no se puede conar exclusivamente
* Profesor del Colegio Mater Salvatoris. https://orcid.org/0000-0002-8899-8287
Recibido: 5/11/2022
Aceptado: 10/3/2023
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en la racionalidad. Necesitamos otro campo más amplio. Gesché lo resalta como imaginario,
otros lo señalan como irracionalidad, en mi caso preero hablar de sensibilidad.
Imaginario, irracionalidad o sensibilidad, se trata de un espacio en el cual la persona busca
la forma de comprenderse y dar sentido a su existencia. Este espacio, como potencia uni-
cadora, va innitamente más allá de nuestra razón, concluye. La razón tiene sus límites y los
tendrá siempre. Quizás por ello los discípulos de Emaús (Lc 24, 13-35) no lograron compren-
der aquel ardor en el corazón cuando el “extraño” peregrino les hablaba por el camino. A este
espacio en constante estado de sospecha pertenece el amor, la otra orilla a la que Jesús nos
invita.
San Francisco de Asís vivió permanentemente en esa otra orilla. Ese San Francisco que
inspira dos documentos fundamentales del magisterio petrino: Laudato Si y Fratelli Tutti. Do-
cumentos que son una permanente invitación a dar un profundo cambio antropológico que
nos permita reconocernos los unos a los otros desde la mirada de Cristo, quien es, en sí
mismo, la otra orilla.
Esa otra orilla es un grito de apertura, de quiebre con un sentir que no siente porque piensa
demasiado en el cálculo político, social, cultural, económico y religioso. Un grito que denun-
cia que la fe no puede cerrarse, replegarse en sí misma, pues se vuelve histérica, paranoica,
absurda, seca de amor. En la otra orilla podemos recuperar la verdadera fe que permite que
aguardemos en la esperanza. En la otra orilla nos espera la posibilidad de pensar y concebir
al mundo desde otra perspectiva, una más amable, una más vivible. Entonces, ¿por qué no
indagar en una Educación que venga de esa otra orilla?
Educación, amistad y ternura
Pierre Hadot, lósofo francés, nos regaló con su obra, la enseñanza de contemplar la épo-
ca griega como un momento en el cual la adopción de una visión losóca implicaba una
modicación de la propia existencia con la nalidad de poner en conformidad su teoría y su
práctica. En su libro ¿Qué es la Filosofía Antigua? Arma que el discurso losóco nace de
una elección de vida y de una opción existencial. En esta armación de Hadot podemos re-
saltar lo que efectivamente somos los hombres: seres capaces de distinguir el Bien del Mal,
lo justo de lo injusto, la tierra del cielo, lo Bello de lo Feo. El hombre es un ser de cultura y la
cultura nos aleja de la naturaleza, de lo instintivo, nos sustrae de las obligaciones que some-
ten ciegamente a los animales, que no tienen elección.
“¿Hay que civilizar al hombre o hay que dejarlo abandonado a su instinto?”, se pregunta
Diderot. La pregunta del enciclopedista nos conduce irremediablemente a pensar en la Edu-
cación y las posibilidades que ella brinda para alimentar el interior del hombre con el alimento
necesario para poder discernir con mayor provecho sobre él, sobre el otro, sobre todo. La
Educación le permite al hombre edicar un tipo de sociedad que no sea reducida, simple y
limitada, que no sea ja y que, por lo tanto, evolucione. El hombre, por medio de la Educación,
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puede deshacerse de la bestialidad, dándole una forma, no solo creativa, sino de provecho
para sí y para los demás.
La Educación, en tal sentido, debería promover lo humano. Humberto Maturana señala
que es en el conversar donde somos humanos, ya que lo que vivimos lo traemos a la mano y
conguramos en el conversar. “Todo lo espiritual, lo místico, los valores, la losofía, la historia,
pertenecen al ámbito de las relaciones en lo humano que es nuestro vivir en conversaciones.
En el conversar construimos nuestra realidad con el otro”. La Educación es camino para es-
tablecernos una losofía de vida frente a la existencia y de posibilitar los espacios para la
conversación.
Pensando en Nietzsche, Derrida, lósofo francés, indica que es en la semejanza donde
siempre nos asemejamos al otro. Entiende que es uno el que inicialmente impone reglas,
uno dene y el otro cede. Por ello, cree que, tanto en esta relación esporádica de dominación,
existe la amistad que será, o debería ser, el sustento de la existencia.
La amistad es el vivir, la aceptación del otro, en la legitimidad del otro, en la convivencia,
sin exigencia, sin peticiones y sin juicios, escribe Humberto Maturana, como un espacio en
el cual todo es posible y legítimo, incluso el desacuerdo y la discrepancia. Cuando le exigi-
mos al amigo o el amigo nos exige ser de cierta manera, la amistad se compromete. El Papa
Francisco en su magisterio nos ha hablado sobre la importancia que para la existencia de la
humanidad tiene la amistad. Menciona la amistad social como una necesidad para la buena
convivencia, pues es un regalo para la vida y un don de Dios.
La Educación debe procurar salir al encuentro de nosotros mismos para reencontrarnos
con el otro. Para ello debemos hacer nuestra la convicción de que “no hay amor más grande
que aquel que da la vida por los amigos”. Armó San Josemaría que no debemos permitir que
crezca la hierba mala en el camino de la amistad. Estos tiempos de pandemia fueron propicios
para enseñar que no abandonar al otro cuando llegan las dicultades, ni traicionar, ni envidiar,
mucho menos hablar mal ni permitir que sea criticado. Quienes tenemos responsabilidades
de aula nos toca promover entre los alumnos que aprendan a alentarse y apoyarse sin vender
humo, como dice Francisco, sino haciendo el aguante: “el aguante de saber que somos felices,
porque tenemos un Padre que está en el cielo”. La amistad es el vivir, la aceptación del otro, en
la legitimidad del otro, en la convivencia, sin exigencia, sin peticiones y sin juicios, escribe Hum-
berto Maturana, como un espacio en el cual todo es posible y legítimo, incluso el desacuerdo y
la discrepancia. Cuando le exigimos al amigo o el amigo nos exige ser de cierta manera, la amis-
tad se compromete. El Papa Francisco en su magisterio nos ha hablado sobre la importancia
que para la existencia de la humanidad tiene la amistad. Menciona la amistad social como una
necesidad para la buena convivencia, pues es un regalo para la vida y un don de Dios.
La Educación debe procurar salir al encuentro de nosotros mismos para reencontrarnos
con el otro. Para ello debemos hacer nuestra la convicción de que “no hay amor más grande
que aquel que da la vida por los amigos”. Armó San Josemaría que no debemos permitir que
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crezca la hierba mala en el camino de la amistad. Estos tiempos de pandemia fueron propi-
cios para enseñar que no abandonar al otro cuando llegan las dicultades, ni traicionar, ni
envidiar, mucho menos hablar mal ni permitir que sea criticado. Quienes tenemos responsa-
bilidades de aula nos toca promover entre los alumnos que aprendan a alentarse y apoyarse
sin vender humo, como dice Francisco, sino haciendo el aguante: “el aguante de saber que
somos felices, porque tenemos un Padre que está en el cielo”.
El grandioso escritor Oscar Wilde pensaba que en el arte como en el amor es la ternura la
que da la fuerza. La ternura no es blanda. Eso lo comprendió la doctora Elisabeth Kübler-Ross
cuando, al acompañar a miles de enfermos en su camino a la muerte, el recuerdo frecuente
en ellos no estaba atado al éxito o al triunfo, sino con experiencias profundas con un ser
amado, esos momentos de intimidad abrazados al abrazo de la ternura. Maturana resalta a la
ternura como expresión de que uno, al aceptar al otro en su legitimidad, lo acoge; es moverte
con el otro en esa visión que los acoge y en la cual uno descubre sus deseos y sus necesida-
des y las toma en cuenta en su vivir.
Esta ternura debe invadirse por la revelación de Dios como Amor, así lo reconoce Chiara
Lubich cuando arma que podemos comprobar en nuestra historia, desde el comienzo ha
estado presente un único educador, el Educador por excelencia, es decir, Él: Dios Amor, Dios
Padre. “Es Él quien tomó la iniciativa con nosotros, quien nos ha acompañado, nos ha reno-
vado y regenerado”. Tomó la iniciativa atándonos desde el principio “con lazos de ternura, con
cuerdas de amor, los atraje hacia mí. Los acerqué a mis mejillas como si fueran niños de pe-
cho” (Os 11,4) Lazos que, de alguna manera, nos abren a una experiencia de cercanía sensual
de la caricia, permitiendo volver a establecer al amor como una posibilidad de refundarse el
fenómeno social. Somos hijos del amor. Comprender esto es algo absolutamente esencial
para comprender lo humano. El amor es, concluye Maturana, un elemento fundamental desde
el útero hasta la tumba.
En la otra orilla se educa la interioridad
Escribió Antonio Rosmini en su
Introducción a la Filosofía
que más allá de la ciencia hay un
mundo real, que se escapa a menudo a los ojos de los cientícos y de los lósofos y, en este
mundo, vive en gran parte el hombre, que no vive solo de ciencia. Advertía el sacerdote y ló-
sofo italiano lo que la Modernidad y el Positivismo no pudieron, ni quisieron comprender. En
los últimos siglos la racionalidad cartesiana y positivista ha ido relegando progresivamente la
espiritualidad y todo tipo de racionalidad ajena a la certeza al ámbito de una subjetividad esté-
ril e incluso, en algunos casos, enfermiza. Y aunque el mundo fue desarrollándose a partir del
dato cierto y el cálculo, a pesar de ello, comenzaron a proliferar cursos de crecimiento perso-
nal, terapias alternativas, técnicas orientales de meditación y nuevas visiones de religiosidad
que fueron denunciando la existencia de un vacío de las fórmulas y los números no podían
llenar. El ser humano entendió intuitivamente que hay algo más y que, como señaló Rosmini,
no vive solo de ciencia.
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Se han identicado tres grandes causas que han inuido en cierta tímida recuperación
de la espiritualidad. Se señala el interés por la interioridad como balanza al efecto deshu-
manizador de la tecnologización que vivimos como sociedad y que, como se ha denunciado
reiteradamente, puede derivar en una peligrosa concepción mecanicista del ser humano. En
segundo lugar, el fenómeno migratorio ha acercado a los pueblos cuyo modo de pensar no
ha desistido de mantener la mirada puesta en el misterio de la vida cotidiana. En último lugar,
el paso rme que viene dando la psicología humanista en la formulación de nuevos marcos
teóricos, entre ellos la educación emocional que ha abierto un camino en el abordaje del tema
de la interioridad. Camino que ha ayudado a superar las tradicionales reticencias entre las
ciencias humanas y la espiritualidad.
Debido a estos acercamientos vienen desarrollándose interesantes propuestas que apun-
tan hacia formulaciones que ayuden a educar la interioridad con la nalidad de perder el
temor y los recelos de pensar con los sentimientos. Acercamientos que pausadamente vie-
nen estableciendo puentes que permitan ir superando las concepciones negativas con las
que hemos venido asumiendo la interioridad del hombre. Josep Otón, profesor en el Instituto
Superior de Ciencias Religiosas de Barcelona, arma que el interior humano requiere ser ex-
plorado y trabajado para descubrir en él los destellos de la dimensión trascendente de la exis-
tencia. Educar la interioridad implica una doble acción: 1.- posibilitar la emergencia de aquello
que brota del interior; y 2.- canalizar este material psíquico para aprovechar su potencial sin
distorsionar la vida consciente. Pensar en educar la interioridad nos obliga a asistirnos con
la etimología del término educar. Por un lado, procede del verbo latino educere, que signica
sacar de dentro”. Por otro lado, tenemos la segunda etimología que se le atribuye al verbo
educar que es educare, cuyo signicado es “conducir”.
A través de la acción educere-educare¬ se puede ir congurando el espacio interior que,
como es sabido, es moldeable. Tanto la Literatura como la Música son vehículos apropiados
para poder conducir hacia el exterior aquello que se oculta en lo profundo del ser humano.
Escribe Rainer Maria Rilke en sus
Cartas a un Joven Poeta:
“Su mirada se dirige hacia lo exterior
y eso es precisamente lo que ahora no debería hacer… Existe sólo un remedio. Adentrarse en
sí mismo… Excave dentro de sí mismo en busca de una respuesta profunda”. La Literatura
puede ayudarnos a hallar el paraíso que brota brevemente, en fragmentos deslumbrantes. Nos
muestra la ruta hacia lo profundo del bosque para beber del silencio introvertido de los árboles.
Sin embargo, el mundo que concebimos hoy tiene a la Literatura, así como al universo
de la interioridad humana como algo inútil. Algo ajeno a los presupuestos, el cálculo, las ga-
nancias. Un mundo utilitario que ha hecho que un martillo valga más que una sinfonía, un
cuchillo más que una poesía, una llave inglesa más que un cuadro; porque, como resalta
Nuccio Ordine, es fácil hacerse cargo de la ecacia de un utensilio mientras que resulta cada
vez más difícil entender para qué pueden servir la música, la literatura o el arte. El utilitarismo
ha transformado al bello albatros de Baudelaire en algo feo y grotesco. Una educación de la
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interioridad puede ayudar al hombre a reencontrarse con la convicción de que lo inútil puede
hacer que cualquier cosa sea más bella.
La poesía, ya lo armaba Ionesco, la necesidad de imaginar es tan fundamental como
lo es respirar. Respirar es vivir y no evadir la vida. En su discurso de recibimiento del Premio
Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa señalaba que “un mundo sin literatura sería un mundo
sin deseos ni ideales ni desacatos, un mundo de autómatas privados de lo que hace que el ser
humano sea de veras humano: la capacidad de salir de sí mismo y mudarse en otro, en otros,
modelados con la arcilla de nuestros sueños”.
Educar la interioridad permite reconocerse desde dentro, relacionarse desde lo auténtico
y lo profundo para poder encontrar un equilibrio personal. La interioridad no es un espacio
al cual se le debe temer o desconar. Todo lo contario. Teológicamente hablando, se una
experiencia de encuentro con Dios y conmigo mismo, implica una cierta soledad, sí, pero una
soledad que me regresa al corazón, una soledad que me vuelve hacia el centro de mi propio
ser en donde encuentro mi verdadera identidad.
¿Poesía? ¿Educar una razón poética?
Desde el reconocimiento de su obra en la segunda mitad del siglo XX, la importancia de la
obra de María Zambrano ha venido creciendo vertiginosamente. Su obra ha sido ampliamen-
te estudiada por el universo académico vinculado a la Filosofía, aunque no resulta obligatorio
mencionar que es, además una de las mejores plumas del siglo XX, por ello resulta ser la
primera mujer en obtener el Premio Cervantes de Literatura en 1988. Destaco de su magníca
obra Filosofía y Poesía (1939), donde aborda la relación entre el pensamiento losóco y la
poesía a lo largo de la historia cultural de Occidente, cuyo origen sitúa en Grecia.
A partir de la reprobación platónica de los poetas en La República, losofía y poesía uyen
apartadas como formas de racionalidad y de discurso análogos cuyo fondo magmático es
similar, pero con distintos itinerarios, proyectos y caminos. María Zambrano apuesta por una
voluntad de conciliación entre pensamiento y poesía, el hallazgo de un logos mediador que
armonice la palabra losóca con la palabra poética, y que encuentra en el propio estilo lite-
rario de la autora un vehículo perfecto de expresión. Precisamente, los tiempos aciagos que
transcurren exigen, o parecen exigir, la posibilidad de plantearnos una educación que tenga
como columna vertebral un razonar poético.
Cuando pienso en razonar poético, a pesar de hacerlo a partir de una idea formulada por
María Zambrano, no dejo de reconocer y de valorar lo que Nietzsche nos brinda desde su
losofar a martillazos, según el cual nos enmarca en una invitación arriesgada, pero seduc-
tora: vivir es inventar. Una vida que contemple un estado de ensueño que llene de sentido a
la propia vida. Tendríamos que destacar también a otro español, José Ortega y Gasset para
quien la escisión entre vida y razón restaba notablemente peso a la existencia, puesto que el
tema de nuestro es precisamente la vida.
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María Zambrano le habla al hombre de esta hora invitándolo a que se plantee la necesidad
de un saber sobre el alma, como hiciera en 1934, transformando la razón vital orteguiana en
razón poética. Muchas voces aseveran que los poetas hacen losofía por medio de sus poe-
mas, es más, que en la poesía podemos hallar más losofía, así como un tipo de verdades
distintas y más profundas, que en muchas obras estrictamente losócas, es decir, que en
ensayos, artículos y tratados losócos.
En este sentido, Wordsworth arma en el prólogo a sus Baladas Líricas, de algún modo
siguiendo a Aristóteles, que “la poesía es la más losóca de todas las formas de escritura
[…] su objeto es la verdad, no individual y local, sino general y operativa; no dependiendo de la
evidencia externa, sino revivida en el corazón por la pasión”. Otro gran poeta norteamericano
y amigo del anterior, Samuel Coleridge, pensaba de manera similar, pues consideraba que uno
no podía ser un gran poeta sin ser al mismo tiempo un profundo lósofo”, implicando que el
gran poeta construye un pensamiento orgánico a través de su poesía.
Una Educación forjada a la luz de un razonar poético brindaría unidad compuesta de ins-
tantes fugaces que le acercan a cierta musicalidad, cierta sensibilidad que la conducen a
ir más profundamente, hasta la raíz del conocimiento. Un razonar poético le abre al pensa-
miento la posibilidad de palabras transidas desde la sangre para escribir con sangre lo que se
piensa desde el cuerpo. Una razonar poético le abre el corazón al pensamiento para que este
se abra a la vida y disuelva su alma entre las pasiones, los intersticios de la cotidianidad, para
llenar de sentido y sensibilidad el acto siempre lejano del pensar.
Poesía y razón se completan y requieren una a otra, insiste Zambrano. Por eso defendió la
idea de entender lo que se siente, sin anularlo, sin dejar de sentirlo; por “una inteligencia que
rescata a lo más alejado de ella”, pues hay que “ir llevando el sentir a la inteligencia”. De tal
forma que la razón poética de Nietzsche, esa que labraba interpretaciones librescas y daba
rienda suelta a la imaginación, esa loca que incita a vivir creativamente, ofrecía un mayor
conocimiento de nosotros mismos (aunque no total), del hombre íntegro, que el que ofrece el
soberbio racionalismo moderno, tal como esperaba la propia Zambrano.
Educar para vivir poéticamente
Escribe el poeta alemán, Friedrich Hölderlin (1770-1843), “bendice cuanto te suceda, sé
propenso a la alegría”. El poema se llama Valor Poético, escrito entre 1799-1802. Curiosa-
mente, la vida del poeta no fue precisamente un camino de gozo y alegrías. Todo lo contrario.
Sin embargo, resulta maravilloso leer estos versos en quien tanto sufrió. Precisamente en
esos años de composición del poema, Hölderlin comenzó a cobrar clara consciencia de sus
problemas mentales que lo conducían a espesos estados depresivos. Sin embargo, nos pide
que bendigamos todo lo que nos sucede e intentemos ser proclives a la alegría.
En otro poema escribe unos versos cargados de luces para motivar a construir una educa-
ción que enseñe a vivir poéticamente: “¿Puede cuando la vida es toda fatiga, un hombre mirar
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hacia arriba y decir: así quiero yo ser también? Sí. Mientras la amabilidad dura aún junto al
corazón, la Pura, no se mide con la mala fortuna, el hombre con la divinidad. ¿Es desconocido
Dios’ ¿Es maniesto como el cielo? Esto es lo que creo más bien. La medida del hombre es
esto. Lleno de méritos; sin embargo, poéticamente, habita el hombre en esta tierra. Pero más
pura no es la sombra de la noche con las estrellas, si yo pudiera decir esto, como el hombre,
que se llama una imagen de la divinidad. ¿Hay en la tierra una medida? No hay ninguna”.
Estos versos condujeron al lósofo, también alemán, Martin Heidegger, a plantear la idea
de un habitar poético a partir de cuestionarse, por ejemplo: ¿cómo puede el hombre habitar
poéticamente cuando su habitar es el alojamiento determinado por el mundo del trabajo, de
la empresa, e incluso del placer cuando hay un ordenamiento de su tiempo libre?
La Educación es un camino lleno de posibilidades para esta aspiración de un vivir poético.
En primer lugar, ¿a qué se reeren Hölderlin y Heidegger con vivir poéticamente? Se reeren
a buscar un despertar de la conciencia del poder revelador de la palabra que nos habita, una
extrañeza para muchos hoy día. Una palabra con la que deberías restablecer una relación
existencial es contemplar. Contemplar se sostiene sobre la posibilidad de estar siempre aten-
tos. Comprender que el conocimiento es mucho más que clasicar y poder predecir com-
portamientos. Los Evangelios nos animan en este sentido a “mirar las aves del cielo: [que]
no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No
valéis vosotros más que ellas?” (Mt 6, 26). Ver los pájaros del cielo es mirarlos volar y volar
con ellos. Contemplar solicita de nosotros detenernos, tener calma, tratar de hallar la ausen-
cia de ansiedad, precisamente para poder mirar las aves que vuelan.
Nos recuerda el poeta Armando Rojas Guardia que vivimos dentro de una sociedad que
se quiere a sí misma productivista y económicamente competitiva, regida por la entroniza-
ción de la mercancía, en medio de la cual la palabra poética no es rentable, no se traduce en
dividendos lucrativos, habla desde una esfera cualitativa que no se deja reducir a lo empírica-
mente cuantitativo y vericable, escapa de los alcances de la mera racionalidad instrumental
y técnica. Esa racionalidad instrumental y técnica impulsa al hombre a vivir en la agitación
constante: el tiempo vale oro. Pésima interpretación para poder aprovechar el día. “Aquí se
camina sin preguntar” como advierte Rafael Cadenas.
Desafortunadamente, la vida del estudiante se ha transformado también en un mercado
donde lo importante no es el conocimiento, sino la calicación¸ ese numerito frío, sin vida, que
dice todo sin decir nada. Se ha perdido el gozo por el sabor del saber para salir tras una carre-
ra universitaria y continuar allí el afán numerológico. Ellos, los alumnos, y nosotros, los docen-
tes, corriendo nuestra propia carrera, hemos olvidado que somos personas: bloque sensorial,
psíquico y espiritual de atención ante toda la dinámica existencial de la propia vida, ante la
expresividad del mundo, ante la sinfonía de detalles cotidianos en los que esa expresividad
se concreta. “¿Puede, cuando la vida es toda fatiga, un hombre mirar hacia arriba y decir: así
quiero yo ser también?”, se pregunta Hölderlin.
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El lósofo coreano-alemán, Byung-Chul Han, señala que uno de problemas que atravesamos
en la actualidad es el ritmo de vida acelerado, la prisa constante, que nos promete una vida mejor,
más dichosa, pero difícil de alcanzar, y la gran mayoría de las personas nos damos cuenta de
que esa promesa se aleja o simplemente no llega. A cambio, quedamos agotados, anestesiados,
desmotivados, e incluso vanagloriándonos de nuestro cansancio como sinónimo de éxito, lo que
más bien es un síntoma de una vida alienada y desconectada de nosotros mismos.
La Educación debe transformarse en una ventana que aproxime al hombre a lo que, hasta
ahora, ha sido considerado inútil, pero que, justamente, son los aspectos que le dan sentido
a la vida: la sensibilidad, el arte, la música, aquellas pequeñas cosas donde son alumbrados
los detalles de lo cotidiano. La Educación debe abrirse por caminos creativos que nos alejen
de esta condición de guetos para volvernos hogares calurosos, carnes hospitalarias siempre
atentas y enamorados. Claro que siguen siendo importantes las clases de Castellano, Mate-
mática, Física o Química; por supuesto que siguen siendo necesarias las clases de Historia o
Biología, pero si el docente no logra ayudar a desarrollar corazones imantados hacia todas las
cosas, entonces, poco o nada se ha hecho. Seguiremos siendo los hombres huecos de Eliot.
En la lectura de San Lucas y los discípulos de Emaús (24, 13 – 35), cuando nos hablan
de un corazón que siente ardor, nos están reriendo precisamente a dos hombres que han
despertado a la poesía del vivir aquí y ahora. Lo poético no tiene cabida como una ocupación
más, aunque quiera volvérselo entretenimiento para el tiempo libre. Para la empresa cultural
del estado. Hoy lo poético no determina la vida de los hombres, no ocupa un lugar central en
nuestras vidas, como lo hacía el arte sagrado en la Antigua Grecia, cuando nació Occidente
del ardor de la libertad. Nunca fuimos más creativos, inocentemente creativos. El habitar
poético, entonces, está en el despertar de la conciencia, que no es otra cosa que vivir vigilan-
tes, atentos al poder revelador de la palabra que nos habita, despiertos a la verdad cósmica,
sintiendo la vibración de eternidad en cualquier lugar o persona.
Si la Educación se comprometiera con una propuesta más poética, podríamos entusias-
mar al hombre del futuro, que es el joven de hoy, a concebir la cotidianidad no como mero
tiempo intercambiable y mecánico, sino como mistagogia, es decir como introducción pau-
latina y autopedagógica en el misterio. Hombres del futuro de cuyos labios brota la poesía
que propaga la paz, de corazones regocijados, animados a mezclarse con lo viviente, felices,
como escribiera Hölderlin, amigos de todos.
Educar para la armonía
Ferrater Mora asevera que la Educación plantea regularmente dos tipos de problemas. Es-
tos problemas son, por un lado, de carácter técnico, reriéndose con ello a las circunstancias
procedimentales que nos piden estar atentos a las situaciones concretas y los medios que
pueden emplearse en vista de ellos. Por otro lado, los problemas de carácter general confor-
mados por los casos de sentido, los cuales exigen una profunda reexión sobre los diversos
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nes en vista de los cuales se dirige el proceso educativo. Estos dos tipos de problemas no
se excluyen. Uno implica al otro.
Ahora bien, uno de los aspectos que vinculan a estos dos problemas es el hecho de que
están dispuestos para sacar de dentro del estudiante algo que denitivamente lo encamine
hacia su plenitud como persona, puesto que, como aspiraba Comenio, a la felicidad y plenitud
del hombre se llega por la Educación. Para él, la Educación tiene como n, no la profesiona-
lización, ni el conocimiento técnico o cientíco, importantes, claro está, sino la salvación, la
felicidad eterna. Por Jesucristo es el maestro por excelencia. Sin embargo, la felicidad y la
desgracia del hombre son, en gran medida, obra de su propia mano, así lo pensaba John
Locke, pero también queda expuesto, en más de una oportunidad, en la Sagrada Escritura.
Dios nos ha brindado desde el principio de los tiempos “un corazón inteligente” (Eclo 17,5)
lleno de ciencia e inteligencia, dándonos a conocer el bien y el mal (Eclo 17,6). Hizo al hombre
a su propia imagen (Gen 1,26 – Eclo 17,3). Eso que hay en el corazón y que nos hace inteligen-
tes es lo que debe salir para iniciar la dinámica social. Al ser el hombre imagen de Dios signi-
ca, entre otras cosas, que compartimos con Dios su esencia de “bondad plena(Timeo de
Platón) y su potencia creadora; es decir, el hombre, al ser creado por Dios, es creado creador.
A través de su corazón y sus manos descansa la responsabilidad de continuar la Creación
empezada al comienzo de los tiempos.
En el Timeo, Platón desarrolla su mito de la formación del mundo. El mundo surge de la
bondad de Dios. Él era el bien pleno, escribe el lósofo, pero lo que es bueno no tiene envidia
de nada. Totalmente libre de tal pasión, quiso que todo se le pareciera en cuanto fuera posible.
Sería lo más recto y oportuno prestar asentimiento a esta opinión que nos legaron hombres
sobre el origen del devenir y de todo este conjunto mundano. Pero el detalle del demiurgo
platónico, no estriba únicamente en que todo se le pareciera, sino que, además, prevaleciera
el orden, puesto que “este estado era mejor que aquel primero [Caos] en que se encontraba”.
Ese orden es la armonía.
Esa armonía forma parte de la interioridad de cada ser humano, pero requiere de una
mano que le oriente hacia el sentido y la sustancia que se maniestan más allá de en la
memoria, en la conducta (Montaigne). Esta armonía que alimenta el orden, abre los ojos a la
belleza, hace “arder el corazón” (Lc 24,32). Armonía también revelada en el mito de Orfeo, que
domeña a la naturaleza animada e inanimada con el poder de sus sones, y que Pitágoras y su
escuela justicarán cientícamente brindándole racionalidad a la armonía de toda la natura-
leza que late en el fondo de aquel mito.
Pitágoras contempla los opuestos, tal como lo harán Anaximandro y Zaratustra, como
fuerza creadora universal: la luz y las tinieblas, lo bueno y lo malo, es decir, la antítesis en sí
misma concebida como característica constitutiva del mundo. Esta misma oposición se en-
cuentra ahora en la serie de los números. Lo impar es símbolo de la constante limitación; lo
par, divisible hasta el innito, representará lo ilimitado. Entre ellos hay un puente: la armonía,
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la disposición de los números en forma que aparezca una relación determinada de unos con
otros, es decir, el orden.
El término creación pertenece al campo de la Teología, no al losóco, ni al cientíco. Des-
de la perspectiva judeocristiana, a la cual me suscribo plenamente, Dios creó todo. Esto indi-
ca que la creación no se produjo de manera arbitraria o azarosa, sino producto de un sujeto,
de una libertad, es decir, es producto de una intención y una voluntad. Un sujeto, una libertad,
una intención, una voluntad: un amor y el amor es orden, armonía, por lo tanto, belleza. De
hecho, si nos remitimos a la mitología griega, vemos cómo armonía o, más bien, Harmonía, es
presentada como hija de Afrodita (diosa de la belleza y del amor) y Ares (dios de la guerra), al
menos en la tradición tebana. Por ello es identicada como el equilibrio o la concordia.
En tal sentido, podríamos armar que la belleza es un conjunto de muchas cosas que
deben estar en armonía para que pueda ser sentida en su máximo esplendor, es esa conexión
interior que se ve de forma tangible en el exterior. Esa armonía que podemos sentir hasta los
huesos cuando comprendemos que es el resultado del amor de todas las cosas. Amor de
quien ama con olvido de mismo penetrando en el signicado del mundo. Amor que dene
la ciencia mística y permite ser iluminado por una luz interior. La belleza, señala Valle Inclán,
es una misteriosa intuición de la unidad y sus caminos, inevitablemente, conducen a Dios.
Recuerdo en este momento una historia que cuenta Antonio Pérez Esclarín en uno de sus
libros, en la cual el maestro es presentando como un escultor que trabaja sobre una piedra y
cómo, poco a poco, con paciencia y amor, va dándole forma a esa piedra para transformarla
en una obra artística, hermosa y maravillosa. Dentro de los estudiantes hay una obra de arte
que ansía salir para embellecer al mundo. El maestro esculpe, pero, al mismo tiempo, es
esculpido, pues en él también arde esa belleza que ansía salir. En cada ser humano arde un
fuego que transforma al alma, es una chispa. Una chispa que armoniza y le permite, según
Santo Tomás de Aquino, compartir “algo de lo que es propio de la naturaleza de los ángeles”
y que dene como synderesis o parte superior del alma humana.
Ese algo es lo que debe salir al exterior. Ese algo que es producto de la armonía interior
que debemos descubrir, es camino expedito para poder edicar la civilización tan acariciada
por Dios y su Iglesia. La Educación es camino certero para tal n. Y aunque casi siempre las
condiciones del educador son adversas, hay que insistir porque, en la medida en que esculpe,
es esculpido.
La armonía para sentir
“Después de todo, escribe Fernando Pessoa, la mejor manera de viajar es sentir”. Lue-
go, como exigencia profunda de su mismidad más humana arma que desea sentir como
varias personas, intensa y estridentemente; simultánea y unicadamente, dispersamente,
sentir, pues en el sentir cree poseer la existencia total del Universo. Sentir hasta que sienta
sollozar en lo íntimo de su corazón el pasmo conmovido de haberlo sentido todo de todas las
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maneras y excesivamente. Sentir, sentir, sentir, sentir esa locura exquisita que es fuente de la
sabiduría: el asombro del que hablaba Platón. Sentir la extensión de lo humano con ese amor
que no cansa ni se cansa.
A este mundo parece que le falta sentir, es más, necesita aprender a pensar con los sen-
timientos que ayuden al hombre, al menos por una vez, escapar de una racionalidad que se
volvió ideología que se ceba con el mito cientíco que domina la cultura moderna: lo que es
cientíco tiene garantía de seriedad, de calidad e incluso de verdad. Lo otro, eso que siempre
le será sospechoso, irracional, será señalado como parte maldita, instante oscuro, locura.
El racionalismo, dirá Jung, mantendrá una perversa relación de complementariedad con la
superstición: “Es una regla psicológica que la sombra aumenta proporcionalmente con la
luz; así, pues, cuanto más racionalista se muestre la conciencia, más ganará en vitalidad el
universo fantasmal del inconsciente”.
Resulta necesario pensar en una educación para el sentir, una educación que estimule
la apreciación de la belleza que deambula desnuda dentro del hombre y fuera de él. Por ello
Albert Camus señaló enfático que el mundo es bello, y fuera de él no hay salvación. Y en esa
belleza que nos habita y que habita el mundo, el hombre puede encontrar la experiencia sal-
vadora de la plenitud… por eso es bello.
Una educación que sienta la belleza que arde en la creación es una que aprenda a contem-
plar, que enseñe a contemplar, que se aleje velozmente de esto en lo que se ha vuelto: algo
prosaico, técnico, gris y, muchas veces, vulgar. Se ha transformado en una especie de ocio
espeso donde van y vienen recetas, y se metió tanto en los recetarios que pasó por algo fun-
damental: el ser humano no responde a recetarios, entre otras cosas, porque el ser humano
es un caos, un caos maravilloso. El ser humano es un misterio que desborda la receta, que lo
desborda todo. Recetas que pretenden enseñarlo todo, pero es que no hay manera, ni forma,
ni camino posible para poder aprenderlo todo. Es una tarea absurda que nos dejará vacíos
como terminó sintiendo hasta en los huesos el Fausto de Goethe.
En tal sentido, ¿qué podemos hacer si no podemos saberlo todo? Aprender a sentir. Apren-
der a deletrear el abecedario del amor. Darle la oportunidad a una dimensión que arde en
cada uno de nosotros, pero que hemos sepultado y se nos ha enfriado el corazón. El hombre
necesita un corazón que arda (Lc 25, 32), un corazón de carne y no de piedra (Ez 36, 26). Una
educación que no averigüe, que no explique, que no dirija, que no comprenda, tan sólo que
contemple. Una educación que busque a un hombre que busque ser hondo desde lo sencillo.
Una educación que estimule al ser humano a buscar infatigablemente aquello que es más
grande que él, pero que lo habita, le da forma, lo mueve, el silencio.
El conocimiento se construye desde el ser que siente, desde el ser sentido heideggeriano.
Sentido como verdad encarnada que brota a partir de una sociología de la caricia, un logos
afectivo, y el logos es el soplo divino que nos traspasa comunicándonos con el Absoluto. Esto
nos llevaría a establecer, desde ese conocimiento, una consciencia armónica o consciencia
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de la armonía que posibilite un equilibrio entre las tres dimensiones de la realidad expuesta
por Nietzsche en Así habló Zaratustra, y que Panikkar intenta denir como dimensión metafí-
sica, noética y empírica. Todo lo que existe cualquier ser real, presenta esta triple y única es-
tructura expresada en tres dimensiones: Libertad, Conciencia y Materia. En términos menos
místicos, lo que se necesita es que el hombre sea más humano en lugar de no-humano, pues-
to que, arma Heidegger, esto es ajeno a su esencia. Mantenernos en la esencia es no dejar
de ser sonrisa de niño. Llegados a este punto es imposible no pensar en la losofía oriental
que se sustenta en la repetibilidad del transcurrir de las cosas, mostrándonos, a partir de una
transparencia incandescente, cómo sienten y se sienten ellas, es decir, las cosas mismas.
La educación es una experiencia sensible. Cuando hablamos de la experiencia sensible, sin
lugar a dudas, hacemos referencia al amor como la experiencia existencial más relevante para
todos los seres humanos. El amor como acto fecundo de la voluntad, como conciencia superior
de estar vivos, como conciencia luminosa que se lanza al mundo para abrazarlo en su totalidad,
en su trascendencia mundana. Amor que nos impulsa hacia un saber del alma que se va tejiendo
en el caminar en compañía del Otro que se desnuda junto a nosotros en la metáfora del corazón
que nos ayuda en este proceso de interpretación y autointerpertación sensorial. Esta experiencia
sensible nos cobija en la intuición de gustarnos, mirarnos, olernos, tocarnos y escucharnos. Que
aprendamos a buscarnos a nosotros en el Otro sin abandonar nuestro sí-mismo más profundo.
Buscarnos en el otro vaciándonos y, al mismo tiempo, que el Otro se busque en mí saliendo de él
mismo. El ser se da, dirá Heidegger, por eso es posibilitación amante.
La experiencia sensible potencia el amor y nos impulsa a aguardar su verdad. En tal sen-
tido, esta experiencia nos transfronteriza y la piel se transgura en abridora de sentido. Expe-
riencia sensible entre unos y otros, cuya máxima categoría existencial se encuentra denida
por una inteligencia afectiva orientada a partir de una comprensión de las cualidades vitales
que incluyen también las mortales. Hablamos en denitiva de la posibilidad de edicarnos un
conocimiento a partir de una experiencia sensible comprendida desde la existencia del sujeto
abierto al amor de amar para así transformarnos en fruto maduro de un árbol frondoso que su-
pone la vida. Sin esa experiencia, complementaría Álvaro Márquez-Fernández, el amor carece
de sentido existencial porque no se nutre del origen de su conciencia de querencia por el deseo
y por el goce del placer a la vida. Esto nos comprometería y compromete a amarnos en el amor
sin condicionamientos, nos obliga a ser luz resplandeciente del acto de amorosidad viviente.
Cerramos arbitrariamente pensando en la belleza
La belleza es armonía y la armonía es orden. Un orden que brota insólitamente del misterio.
Sobre este orden Platón arma que el Caos es la condición de posibilidad del orden que le
impone el demiurgo: «Como el dios quería que todas las cosas fueran buenas y no hubiese en
lo posible nada malo, tomó todo cuanto es visible, que se movía sin reposo de manera caótica
y desordenada, y lo condujo del caos al orden», esto lo desarrolla en el Timeo. El universo al
que pertenecemos está ordenado. Nosotros formamos parte de ese orden que arde en lo más
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íntimo que cada ser humano. Todo está ordenado y ese orden descansa sobre unas leyes. La
comprensión de estas leyes signica enfrentarse al misterio de la mismísima creación.
El siguiente paso de ese dios del que habla Platón, su demiurgo, es crear el alma humana.
La crea para que pueda extasiarse en el orden que se derrama en belleza. Un alma, anima
mundi, que cobra forma a partir de la música y lo convirtió en un ser vivo y único, una especie
de mezcla invisible que reúne lo material y lo inmaterial. Hablamos de belleza. Una belleza
que está implícita en todos los conocimientos por cuanto forma parte de la interioridad hu-
mana. Por eso Platón insiste en la idea de que la belleza es la punta de un triángulo de una
pirámide en la cual conuyen la verdad y la bondad. Esto nos ubica frente a la noción de que
educar la belleza rebasa los límites del mero conocimiento estético, va mucho más allá. Arde
en ese misterio oscuro donde el amor mejor se comunica.
José Hierro, magníco poeta español, escribe en un poema titulado Libro: “Irás naciendo
poco a poco, día a día. Como todas las cosas que hablan hondo, será tu palabra sencilla. A
veces no sabrán qué dices. No te pidan luz. Mejor en la sombra amor se comunica. Así, in-
cansablemente, hila que te hila”. Mejor en la sombra amor se comunica, recojo del poema.
El amor se comunica mejor en la sombra, el amor es conocimiento. Hemos arrastrado con
la Modernidad la necesidad, casi vital, de explicarlo todo, de comprenderlo todo, de saberlo
todo, de estar informados de todo. No paramos de decir, de explicar. Sin embargo, ya lo resal-
taba Antoine de Saint Exúpery: lo esencial es invisible a los ojos.
Hemos ido detrás de sombras haciendo a un lado la posibilidad de contemplar algo que
nos supera, que es más grande que nosotros que podemos llamar belleza, pero que, sin duda,
es otra cosa –más bien otro alguien– que nos trasciende, aunque nos ha llenado de su ser.
Ser que está muy dentro, en nuestro corazón, asido al perfume de lo no conocido. Estamos
hechos de la misma sustancia de los sueños, armó Shakespeare.
Desde siempre nos hemos preguntado qué somos nosotros los seres humanos: somos
luces y sombras. Somos misterio y los misterios no son comprensibles. Por eso, al ser huma-
no no hay que entenderlo, sino contemplarlo. Escribía Antonio Machado como Juande Mai-
rena: “Hay hombres que nunca se hartan de saber. Ningún día -dicen- se acuestan sin haber
aprendido algo nuevo. Hay otros, en cambio, que nunca se hartan de ignorar, No se duermen
tranquilos sin averiguar que ignoraban profundamente algo que creían saber. ¡A, igual A!, de-
cía mi maestro, cuando el sueño eterno comenzaba a enturbiarle los ojos. Y añadía, con voz
que no sonaba ya en este mundo: ¡Ateme usted esa mosca por el rabo!”
No podemos dejar de ser lo que somos, esto es así. Sin embargo, podemos mejorar lo
que efectivamente somos y la contemplación de la belleza posibilita esa transformación. La
contemplación, claro está, no es un fenómeno exclusivamente visual. La contemplación se
derrama sobre todos los sentidos humanos: podemos contemplar con los oídos, con el gusto,
con las manos, con el olfato. Y esto es tan a ras de suelo que puede ser experimentado por
absolutamente todo aquel que esté vivo.
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La belleza transforma tanto como la educación cambia la vida. Educar la belleza, más
bien, educar la relación con la belleza, implica la posibilidad de transformar el corazón, ese re-
cinto íntimo de la mismidad. Tallarle en sus bordes esa propiedad maravillosa de los imanes.
Esa propiedad de la que nos habla Ramón del Valle Inclán en su Lámpara Maravillosa cuando
cuenta que “en aquel momento, como mirase hacia el mar, volví a extasiarme, llenos los ojos
de inocencia, y el corazón imantado hacia todas las cosas”. Educar la relación con la belleza
es justamente eso: sentir el corazón imantado hacia todas las cosas, vivir en permanente
enamoramiento. La belleza nos habla de la relación entre las parte y la educación modera ese
camino para hacerlo verdaderamente ecaz, pues busca hacerlo consciente.
Paz y Bien